Todos coitamos con ciervas

Donald y Melania Trump son la versión humana del macaco y la cierva. Basta con mirarles juntos para comprobar que pertenecen a dos especies distintas.

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JUAN CARLOS ORTEGA

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El pasado martes supe gracias a elperiodico.com que un macaco había sido fotografiado coitando con una cierva. El primate, que vive en la isla de Yakusima, en el sur de Japón, ya fue sorprendido en otras ocasiones haciendo algo similar. Según los expertos, este comportamiento no suele ser nada frecuente en animales salvajes de distintas especies.

Al conocer la noticia y ver la fotografía, me vino a la cabeza sin poder remediarlo la imagen de mi tío Daniel. El hombre es un macho pequeño y feo, aunque simpático, que se casó con mi tía Isabel, una hembra elegante y cultísima, propietaria de una cadena de joyerías y de la cara más bonita y delicada de todo el sistema solar.

Si les soy sinceros, que un mono coite con una cierva me parece normal si lo comparo con lo incomprensible que siempre me ha resultado que el bruto de mi tío Daniel se acueste con mi tía Isabel. De verdad, si este diario publicara una foto de ellos dos en pleno éxtasis, la imagen se convertiría en viral por lo inaudito. Sé que los dos estarán leyendo este artículo, porque siguen lo que hago, y créanme si les digo que no se van a enfadar. Ellos son los primeros en no entender del todo su propia unión. Mi tío suele bromear diciendo cosas como: "No sé qué vio esta mujer en mí". Y ella, con humor y ternura, le responde que todavía no lo sabe.

Científicos de la Universidad de Estrasburgo están investigando las causas del encuentro sexual entre el macaco y la cierva. Yo les recomendaría que estudiaran también los encuentros carnales de mis tíos, porque tal vez eso podría darles una pista. Y, si les sobra tiempo, que amplíen también su investigación al matrimonio Trump. Donald y Melania son la versión humana del macaco y la cierva. Basta con mirarles juntos para comprobar que pertenecen a dos especies distintas. Él es feo y no parece demasiado listo, mientras que ella es guapa y, aunque probablemente no sea la mujer más inteligente de la Tierra, resulta claro que al lado de su esposo es una perfecta mezcla entre Jane Austen y Vera Rubin.

Pero no miremos solamente al exterior y observémonos un poco a nosotros mismos. Haga usted un repaso a las parejas que ha tenido a lo largo de su vida y seguro que se identifica con el macaco o la cierva. O con un ciervo o una macaca, no seamos tan políticamente correctos, porque anda que no hay macacas.

Por mi parte, he sido macaco casi siempre, pero he de reconocer que un par de veces me he sentido clarísimamente un ciervo.

Ojalá los científicos de Estrasburgo me hagan caso y empiecen a elaborar teorías que expliquen nuestras extrañísimas uniones, porque yo llevo ya algunos años vivo y todavía no las comprendo. No ya la unión de mi tío Daniel y mi tía Isabel, o la de Donald y Melania. Es que, ya puestos, incluso no entiendo cómo dos personas cualesquiera pueden unirse entre sí. Tal vez eso se deba a que no puedo dejar de pensar que cada ser humano, cada uno de nosotros, aislado y a su rollo, es una especie en sí misma, distinta a todas las demás. Pues nada, les dejo. Un fuerte abrazo y póngame a los pies de su macaco o de su cierva, o de su ciervo o su macaca.