UN ESTILO DE VIDA AL ALZA

Veganos, S.L.

Los vegetarianos ya no tienen que disculparse por llevar al plato lo que les plazca. En los últimos tres años han ingresado en el club una legión de adeptos de entre 15 y 35 años. Según los analistas, se apuntan más por compromiso con los animales y el medio ambiente que por salud.

NÚRIA NAVARRO

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Hace tres años lo normal a este lado del Pirineo era oír a un paisano preguntarse: "Sin chorizo, ¿qué le echo yo al bocadillo?". Si alguien le hubiese recomendado "echar" tofu, champiñones, tomate y cebolla roja pochada, aún estaría riendo. Hoy, en el 2016, el "rarito", el "capitán apio", el "aburrido" que huía de las barbacoas empieza a ser visto como un ciudadano libre de crueldad (ver modalidades en el diccionario y jueguen clicando aquí).

Ahí van cuatro indicadores del despegue de esta tendencia:

Indicador 1: Barcelona, que en marzo se declaró la primera ciudad 'veg-friendly' y apoya los 'Lunes sin carne' –campaña lanzada por Paul McCartney–, cuenta con 68 restaurantes vegetarianos y otros 200 tienen opciones en carta para los que no comen carne, huevos ni leche. Indicador 2: 7.000 personas pasaron por el tercer Vegan Fest de Alicante el pasado octubre (en el 2014 cerró con 3.000). Indicador 3: Google registra 0,34 búsquedas por segundo en castellano sobre veganismo y 0,52 sobre vegetarianismoIndicador 4 (y muy significativo): la industria agroalimentaria se ha puesto nerviosa. Unos lo expresan con una ofensiva en nombre de la salud. Otros, elevando pulcras quejas –"lo que nos indigna es que se destinen recursos públicos a defender una opción", señala Pròsper Puig, vicepresidente del Gremi de Carnissers, Cansaladers i Xarcuters de Barcelona, que ha pedido explicaciones al

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gobierno de Ada Colau–, y otros tantos más, como el gigante Nestlé, se han unido al 'enemigo' y ha incorporando productos a su gusto.

Ninguno cuestiona una evidencia: el 42% de los 'nuevos veganos' tienen entre 15 y 35 años, una franja codiciada por cualquier departamento de márketing con cara y ojos.

Berlín, Londres y Nueva York llevan años de apostolado, pero ¿qué pasa aquí? Juanjo Cáceres, sociólogo de la alimentación y coautor del libro 'Más vegetales. Menos animales' (DeBolsillo), explica que en sociedades como la nuestra, donde el 40% de la población tiene sobrepeso y el 21,6% es obesa, "resulta atractiva una propuesta más saludable que, además, posibilite un mayor respeto a los animales y al medio ambiente".

Una causa más política la anota Leonardo Anselmi, portavoz de la campaña BCNVegFriendly y director para el sur de Europa y Latinoamérica de la Fundación Franz Weber. A su juicio, el minuto cero del 'boom' hay que buscarlo en el fenómeno político llamado "confluencia de intereses" (las demandas de varias minorías engrosan una mayoría en potencia). En esa nación espontánea, a los que aspiran a mejorar su salud Anselmi añade "los que buscan combatir la burbuja financiera a base de intervención pública, los preocupados por la justicia alimentaria y los que creen que los animales de granja deben ser sujetos de consideración moral".

Ángeles Parra, directora de la feria Biocultura, que hoy cierra las puertas de su 32ª edición en Madrid, suma otros tres móviles. Primero, "la multiplicación de tiendas especializadas y de chefs que convierten lo 'aburrido' en un festín". Segundo, el giro que están dando las asociaciones animalistas, que "ya no solo denuncian las corridas, sino que empiezan a alzar la voz contra las granjas de pollos, vacas lecheras y cerdos". Y tercero, las magnéticas campañas de las 'celebrities' a través de las redes sociales –Miley Cyrus tienta desde Instagram con su "lujosa vida vegana en L.A." y Woody Harrelson, el mentor de la camada de 'Los juegos del hambre', aprovecha cualquier foco para difundir los provechos del veganismo. "Son la fuente de contagio más eficaz para enganchar a los adolescentes", señala Parra.

15.000 LITROS DE AGUA

"A la humanidad no le queda más remedio que cambiar de modelo alimentario", apunta el animalista Anselmi. Lo sabe hasta el mandarinato de China, que tiene en mente reducir hasta el 50% el consumo de carne (en el 2011 hincaron los palillos en 72 millones de toneladas de carne, casi el doble de los 27 países de la UE juntos). Según datos de la Water Food Print, para producir un solo kilo de carne de ternera se precisan más de 15.000 litros de agua (6.000 litros para un kilo de cerdo y 4.000, para uno de pollo). Y una vaca y su ternero emiten más gases contaminantes que un coche con 13.000 kilómetros. Y la producción mundial de pescado, tan rico en ácido Omega 3 y vitamina B, llegó en el 2013 a los 160 millones de toneladas, entre captura y piscifactoría. El planeta da señales de fatiga, diga lo que diga Donald Tump.

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Pero apliquemos la lupa. Los cultivos masivos de trigo, maíz y arroz –habituales en la mesa vegetariana– también conducen a la deforestación y se cargan biodiversidad. Hay que defender los campos de siembra de las aves que vienen a picotear el grano, instalar vallas eléctricas que den calambrazos a los herbívoros silvestres ávidos de brotes tiernos, y fumigar para acabar con las plagas de bichos varios. ¿Se mima a las vacas, cerdos y pollos, y se da mala vida a las garzas, cigüeñas, jabalíes, conejos y pulgones?

"En lugar de decidir arbitrariamente que las muertes causadas por el veganismo están bien, mientras que las muertes causadas por los omnívoros son imperdonables, ahora creo que debemos suprimir toda la jerarquía inventada que hemos construido y llegar a un acuerdo con el ciclo de la vida y la muerte", confiesa Natasha, una exvegana norteamericana. 

¿TRETA NEOLIBERAL?

Entre los fiscales, hay quien incluso ve la opción compasiva de los veganos como una nueva estratagema neoliberal. "El capitalismo tiene mucha necesidad de mostrarse verde. No solo para ganar dinero, sino para manejar una crisis ecológica que ya ha sembrado más daño económico e inestabilidad que las propias luchas antisistema", escribe el activista norteamericano Peter Gelderloos en el artículo 'Veganism: Why Not'.

Gelderloos no ve ningún paso a la emancipación en el consumo de alimentos producidos a través de la explotación del trabajo migratorio, el uso de abonos, pesticidias y herbicidas, el empleo de maquinaria pesada que aplasta la tierra, la manipulación genética de semillas, el procesamiento en fábricas que contaminan y la distribución en grandes superficies que aumentan la precariedad laboral.

EL PULSO DE LA PROTEÍNA

La otra gran disputa se juega en el terreno de la salud. La OMS, el American Institute for Cancer Research, el Institut Català d’Oncologia y la Asociación Española contra el Cáncer no tienen dudas sobre los perjuicios que causa el abuso de carnes rojas y de derivados cárnicos. 

Pero los nutricionistas ortodoxos repiten que una proteína vegetal no es equivalente a una animal. Y que los estragos por falta de hierro, vitamina B-12 –no se encuentra en ningún vegetal excepto en algunos tipos de algas como las 'chlorella'– y ácidos Omega pueden tardar entre 6 y 10 años en manifestarse ("el tiempo que la mayoría de vegetarianos tardan en volver a ser omnívoros", coinciden).  

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Un estudio del 2014 de la universidad de Graz (Austria) incluso señala que los vegetarianos presentan casi el doble de patologías alérgicas que los consumidores de carne (30,6% a 16,7%) y muestran un 166% más de patologías cancerosas (4,8% a 1,8%). Los investigadores austríacos constatan un 150% más de patologías cardiovasculares entre los vegetarianos que entre los carnívoros (1,5% a 0,6%). En resumen, en comparación con los carnívoros, los vegetarianos enferman con más frecuencia (78%) en 14 de las 18 enfermedades crónicas estudiadas.

Los apóstatas de la fe vegetariana, por su lado, hacen sus campañas. "¿Has visto a un vegano en traje de baño? ¿No? Mi madre brilla dos veces más que algunos de ellos", bromea en la red Raw Model, un bloguero exvegano convertido en fan de la permacultura (sistema de principios de diseño agrícola, social y político basado en las características del ecosistema natural). "Tres años y medio de veganismo no solo me dejaron agotada, deprimida y muy enferma, sino que también me llenaron la cabeza de dudas sobre su ética", ha confesado Natasha que, anémica, y antes de lanzarse en plancha sobre un bistec, consultó angustiada a otros blogueros veganos y se quedó pasmada cuando le confesaron que comían huevos y pescado a hurtadillas.

ASUNTO ZANJADO

En la otra línea de trincheras, el animalista Leonardo Anselmi defiende que el debate en materia de salud está zanjado y que la pregunta "¿y las proteínas?" es tan ridícula como "¿y la europea?" de Rajoy, en referencia a que el mercado ofrece un torrente de complementos para compensar déficits y que los nutricionistas expertos en veganismo diseñan dietas sanas y equilibradas.

Tan seguro de sus beneficios como él está David Román, presidente de la Unión Vegetariana Española, que hace 16 años se convirtió en el padre del primer bebé vegano. "En aquella época había mucho rechazo, tanto entre el personal sanitario como a nivel social –recuerda–, lo que sembró muchas dudas en una pareja primeriza y sin referencias cercanas como la mía". Consultó a expertos en nutrición estadounidenses –"respaldaban la opción para todas las etapas del ciclo vital"– y llevó adelante su apuesta nutricional tras el destete del niño, que hoy es un adolescente sano y salvo.

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Entre unos y otros, Julio Basulto, coautor junto al sociólogo Juanjo Cáceres de 'Más vegetales. Menos animales', coge el camino del medio: "Ni los vegetarianos tienen una salud de hierro, ni hay antioxidantes protectores, ni la carne es venenosa y te lleva al otro barrio".

Tras cortar por lo sano con los argumentos subjetivos, Basulto asegura que "si sacas una foto de mil vegetarianos y los comparas con mil no-vegetarianos, los primeros mueren menos". Punto para los vegetarianos. "Pero si descartas factores de confusión asociados –tabaquismo, alcoholismo, sedentarismo, abuso de medicamentos o ausencia de lactancia materna– no hay grandes diferencias". Empate técnico. A su juicio, el secreto está en que el vegetariano acaba modificando su estilo de vida al completo, "al menos para no dar la razón a los que le dicen ‘vas a morir por ser vegetariano’", bromea. O sea, no se vale comer brócoli y darle al carajillo de coñac.

Metidos en materia etílica, tanto Basulto como Cáceres denuncian el discurso hegemónico de la dieta mediterránea como la opción saludable aupado por los medios desde los años 90. "El vino NO es saludable, cosa que no dice la Fundación de la Dieta Mediterránea, financiada por la Fundación Española del Vino", subraya Basulto, y señala que en España tomamos más energía a partir del alcohol que de las legumbres. "La publicidad de bebidas alcohólicas entra en estadios de fútbol y en festivales de música, y sabemos que uno de cada tres niños no tendría obesidad si se hubiese prohibido la publicidad de alimentos malsanos en horario infantil", se queja.  

ECOLÓGICO, ¿SÍ O NO?

La producción ecológica, sin duda, reduce la carga de agroquímicos en los cultivos. Pero "desde el punto de vista nutricional no son más saludables ni más seguros que los convencionales", opina el sociólogo Cáceres. Y Basulto añade que algunas prácticas de la agricultura ecológica tampoco son buenas desde el punto de vista ambiental. "Por ejemplo, la utilización de metales en sustitución de pesticidas, o la necesidad de más terreno cultivable para hacer una misma producción", lo que supone mayor cantidad de agua y más mano de obra, factores que encarecen el precio a la hora de cargar la cesta.

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"Criticamos el aura de salubilidad de lo ecológico. La gente que lo consume piensa que está haciendo salud. Y cuando te mienten en eso, te pueden mentir en más cosas –sostiene Basulto–. ¿Qué ocurre cuando pruebas ecológico? Que casi nadie está dispuesto a cambiar su estilo de vida, y piensa que tomando alcachofas ecológicas compensa esa horchata con 20 gramos de azúcar". 

NO ENVENENAR EL PLANETA

En profundo desacuerdo está Ángeles Parra, ovolacteovegetariana desde pequeña y timonel de la asociación Vida Sana. "La procedencia y el trato que se le ha dado al alimento es fundamental. En lo ecológico no hay intervención de productos que te envenenan a ti, a la tierra y, a la larga, al planeta. Hay que ser consecuentes y no quedarse a medias. Los pesticidas están diseñados para matar animales, más pequeños, pero animales al fin y al cabo", sostiene. "Yo defiendo una agricultura que no sea violenta, que no sacrifique seres vivos de ninguna clase". Bajo su punto de vista, un vegano por filosofía debería de llevar al plato solo productos ecológicos.

Tampoco está de acuerdo en que sean solo aptos para consumidores con determinado código postal. "Hay que echar una mirada a los carros que hacen cola en la línea de cajas del supermercado –observa Parra– para darse cuenta de que se gastan 100 euros y llevan muy pocos nutrientes". Para que el precio de la cesta de la compra sea igual o parecido en ecológico, basta con eliminar alimentos procesados, refrescos y dulces que carcomen más que nutren.

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Entre los unos y los otros, hay quien defiende la tercera vía: la producción integrada, que establece más restricciones en el uso de determinados pesticidas que la producción convencional.

¿Entonces? ¿Por donde pasa la alimentación sana y respetuosa y poco depredadora y libre de mano precarizada y justa con el reparto global y... ? Decidan ustedes. Es su salud y su voluntad de compromiso. Aunque fijo que más vegetales y frutas, menos animales, pocos derivados cárnicos y mucha agua clara no les sentarán mal.