La disputa sobre la memoria histórica

¿Qué hacer con las figuras de Franco, Antonio López o Colón? Hungría ha optado por mostrar un concentrado del poder soviético en un recinto. Aquí lo analizamos.

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La polémica exposición ‘Franco, Victòria, Republica’, que se instalará en el Born a partir del 18 de octubre, y el reciente debate ciudadano sobre la supresión o no de monumentos dedicados a dos controvertidos personajes históricos, Cristóbal Colón y Antonio López, en Barcelona, devuelven a la palestra la eterna discusión sobre cómo gestionar los rastros de un pasado oscuro. Nos aproximamos a cómo lo resolvió Hungría tras el fin del régimen soviético y abordamos las sombras (y las luces) del prohombre del siglo XIX y del descubridor de América.

MEMENTO PARK, BUDAPEST

Un museo al aire libre para reinterpretar la dictadura

Por Manel Lucas, guionista de 'Polònia' e imitador de Franco en el citado programa.

Desde la estación de Kéllenfold, algo alejada de las calles del turismo de fin de semana en Budapest, se toma un autobús que trepa durante unos 10 minutos por un barrio de casas pequeñas, hasta detenerse en una plazuela. Y justo ahí se divisa la explanada insólita, esa especie de Parque Jurásico con dinosaurios de piedra y bronce. Gigantes rescatados del pasado –no clonados, a diferencia de los lagartos de la película–. Hemos llegado al Memento Park, el recinto que el gobierno húngaro salido del hundimiento del comunismo quiso dedicar al recuerdo de los años de la dictadura.

Los gigantes del Memento Park son las estatuas de Lenin, de Marx, de Engels, esculturas dedicadas al soldado –comunista– desconocido, al obrero modelo, a la amistad húngaro-soviética… 42 obras, de seis metros de altura, de siete metros, inmensas todas, distribuidas en un terreno muy amplio que permita apreciar esa inmensidad, que un día fue opresiva para los húngaros y que hoy quieren que no se olvide. 

En 1991, tras la caída del régimen soviético, la primera intención de los ciudadanos y las nuevas autoridades de Hungría sería, comprensiblemente, reducir a material de derribo toda la imaginería de los años anteriores. Sin embargo, el gobierno del liberal Árpad Goncz hizo una apuesta arriesgada: salvar una selección de estatuas del pasado y montar un museo al aire libre. Libre, precisamente, de eso se trataba. Y utilizar ese museo para hablar de cuando no había libertad en el aire húngaro. Un escenario de la memoria, aunque fuera memoria dolorosa. De un modo similar, en realidad, a cómo los berlineses aún conservan partes de su muro, y los tramos que desaparecieron siguen marcados en el suelo, o a cómo mantienen una exposición permanente en el solar donde estuvo la Gestapo. Recordar no es glorificar, sino más bien todo lo contrario, nos dicen desde allí.

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Lejos de sentirse incómodos, los húngaros han seguido haciendo aportaciones a su parque del recuerdo. En el 2006 se instaló una réplica del catafalco faraónico que sostenía en los años 50, en pleno centro de Budapest, una efigie de Stalin de ocho metros de alto –mayor que la de Lenin y la de Marx–. La fecha no era casual: conmemoraba el cincuentenario del levantamiento popular de 1956 contra la Unión Soviética. En esos días de revolución, luego abortada con tanques y soldados, los manifestantes tumbaron los ocho metros de estatua y solo dejaron en pie, nunca mejor dicho, las botas del dictador. Esos zapatos de siete leguas están hoy en el Memento Park, y en la web del mismo parque se propone a los profesores dar "clases a la sombra de las botas de Stalin". Pedagogía del horror para que no regrese.

Algunos de los recuerdos almacenados en Memento Park evidencian que la memoria de los países que vivieron bajo la Unión Soviética no es la misma que la de los que vivimos bajo el franquismo, o incluso de los hijos del capitalismo en general. En un rincón de la explanada, como un recuerdo más de los años oscuros, se eleva un monumento a las Brigadas Internacionales que lucharon contra el fascismo en la guerra civil española, con los nombres grabados de las principales batallas en que intervinieron: Brunete, Guadalajara, Jarama, Teruel, Madrid… 

En una de las áreas del museo es posible meterse dentro de un Trabant, el coche único posible para los húngaros y otros tantos ciudadanos del Telón de Acero, y escuchar en un teléfono la voz de Mao, Lenin, Stalin…o el Che, que para nosotros es más un icono pop de camiseta.

Pero lo que sí es común a españoles y a húngaros es el pasado dictatorial, tantos años de falta de libertad, el sufrimiento de, al menos, dos generaciones. Y la voluntad de no olvidar para no repetir. En Budapest tuvieron claro que para no olvidar había que enseñar, no de manera complaciente, sino como denuncia, lo que aquello había sido. Como en Berlín.

El arquitecto de Memento Park, Ákos Eleod, definió así su obra: "Este es un parque sobre la dictadura y, al mismo tiempo, porque podemos hablar de él, describirlo y construirlo, es un parque sobre la democracia. A fin de cuentas, solo la democracia puede ofrecer una oportunidad de pensar libremente sobre las dictaduras. O sobre la democracia. O sobre cualquier cosa". Es decir, donde las dictaduras ocultan, las democracias muestran.

ANTONIO LÓPEZ LÓPEZ, MARQUÉS DE COMILLAS

¿Magnate ejemplar o canalla sin escrúpulos?

Por Andreu Farràs, autor del libro 'Els Güell' (Edicions 62).

Antonio López López, cuyo monumento al final de la Via Laietana de Barcelona quieren derrocar la CUP, CCOO, UGT y SOS Racisme, fue uno de los empresarios más notables de España a finales del siglo XIX. Su fortuna y su legado fueron tan enormes como las dudas y críticas sobre el origen de su patrimonio. 

Hijo de una familia pobre del entonces no menos pobre pueblo de Comillas (Santander), acabó fundando la mayor naviera española de la época, la Transatlántica; la Compañía de Tabacos de Filipinas, y el banco Hispano-Colonial. Fue uno de los principales financieros de la revolución industrial catalana. Veraneó con los reyes de España en el palacio de Sobrellano, que hizo construir en su localidad natal, y esta amistad le sirvió tanto para aumentar su patrimonio nobiliario –marqués de Comillas y grande de España– como mobiliario.

Su Transatlántica monopolizó el transporte de correo entre España y América Central y las Filipinas así como el traslado de tropas para reprimir a los insurgentes independentistas cubanos. Llegó a ser uno de los mayores acreedores privados del Estado, cuando este no podía afrontar la enorme deuda causada por los desafíos bélicos, y uno de los mayores terratenientes de la Península.

De todos modos, las mayores críticas no las cosechó por el indudable tráfico de influencias que ejerció en la corte de Alfonso XII sino por su participación en el tráfico de esclavos de origen africano en Cuba.

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López llegó a las Antillas cuando era un adolescente de 16 años, después de emplearse en casa de un familiar en Sevilla. Empezó de dependiente en una sedería de Santiago de Cuba y allí conoció a la hija de un hacendado catalán, Andreu Bru Punyet. El matrimonio de López con María Luisa Bru fue decisivo en el despegue de su carrera meteórica pues el respaldo financiero de los Bru le permitió emprender proyectos de envergadura. 

La venganza del cuñado

Si la ayuda pecuniaria del suegro para sus negocios no siempre transparentes resultó esencial, el odio que concitó en su cuñado fue fundamental para la leyenda negra que ha arrastrado hasta nuestros días. Pancho Bru, el hermano de su esposa, es el autor del libro 'La verdadera historia de Antonio López', publicado en 1885, dos años después de la muerte del marqués de Comillas y destinado a evitar que una comisión de notables, con el respaldo del Ayuntamiento de Barcelona, levantase un monumento al prócer cerca del puerto en la antigua plaza de Sant Sebastià.

Pancho Bru, ansioso de vengarse de su cuñado, a quien acusa de haberse apropiado indebidamente del patrimonio de su padre, interpela airado a los barceloneses: "Pueden estar muy ufanos de tener en una de sus plazas públicas la estatua de un chalán de carne humana, célebre por su vil crueldad en la isla de Cuba, antes de serlo en la península por sus millones y suntuosidades. Con razón podrá llamarse a aquella plaza, la plaza de los Negreros, porque será la rehabilitación monumental y la apoteosis radiante de todos los comerciantes de carne humana".

Consta que López comerció con esclavos en Cuba y es probable que los barcos de la Transatlántica transportasen a africanos como mercancía con destino a las Antillas. Una práctica absolutamente condenable, pero que en aquella época era legal en numerosos países y tolerada en muchos otros. En 1872, dos décadas después de que López se trasladara definitivamente a Barcelona y abandonase sus negocios caribeños, un grupo de patricios de Barcelona firmaron un manifiesto contra la abolición de la esclavitud. Estaba suscrito, entre otros, por dos futuros obispos, Morgades y Casañas; intelectuales como Rubió i Ors y Duran i Bas; médicos como José de Letamendi, y fabricantes y banqueros como GüellArnúsGodó y Ferrer Vidal. Muchos de estos abogados del esclavismo tienen varias calles y plazas dedicadas en Barcelona.

Defunción en diferido

El financiero Evarist Arnús era socio de López en diferentes compañías, al igual que Ferrer Vidal y Manuel Girona, otro magnate que llegaría a ser alcalde de Barcelona. Cuando en 1883 falleció de madrugada y repentinamente el marqués de Comillas, Arnús y Girona mostraron de nuevo su instinto para los negocios. Llamaron a un médico conocido de la familia López, el doctor Petit, y le rogaron que estuviera junto al lecho del fallecido simulando que aún estaba con vida. Arnús, Girona y Ferrer no querían que trascendiera la defunción de López hasta que cerrase la bolsa. Temían que la noticia provocase el desplome de las acciones de las empresas participadas por el marqués. Una vez clausurada, los prohombres anunciaron el fallecimiento. Girona le dio 50 duros al médico y confesó: "Lo que se ha ganado no hubiéramos podido pagárselo, porque ha evitado una catástrofe".

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Poco antes de morir, López protagonizó una anécdota que denota su carácter. La cuenta uno de sus nietos, Juan Antonio Güell, que también sería alcalde de Barcelona. "Mi abuelo llevaba siempre revólver por costumbre adquirida en América. Cada mañana verificaba el arma. Cierto día, yendo de un lado para otro [de Barcelona], perdió la cartera con unos documentos y 10.000 pesetas [equivalente a unos 38.000 euros actuales]. Llegó a casa con gran contrariedad diciendo que era de suma importancia recuperar los papeles. A poco compareció en el palacio Moja, su domicilio, un hombre todavía joven, vistiendo luto, desarreglado y triste. Con cara de adversidad resignada pidió ver al señor marqués, porque había encontrado su cartera. Recibióle mi abuelo enseguida y recuperada la cartera con su contenido, en papeles y dinero, preguntóle por su persona. El pobre hombre, a trompicones, se manifestó víctima de tales calamidades que, al terminar su narración uno no podía por menos de creer aquello de que algunos nacen con estrella y otros estrellados... Entonces, mi abuelo le dio las 10.000 pesetas, más otras 10.000 que sacó de su bolsillo. ‘Tome para que usted pueda rehacer su vida. Intente algún negocio y, si también fracasa... entonces péguese un tiro’. Y fue y le regaló su revólver".

CRISTÓBAL COLÓN, DESCUBRIDOR DE AMÉRICA

El aventurero que cruzó el Mar Tenebroso

Por Teresa Cunillera, autora del libro 'La España de Isabel' (Lunwerg) y asesora de la serie 'Isabel'. 

A muchas leguas de distancia de la imagen de un Cristóbal Colón engrilletado por la simple etiqueta de 'El descubridor de América', se vislumbra la enigmática y fascinante figura de un hombre aventurero, embustero, astuto, ambicioso, codicioso y sobre todo obstinado, cuyos oscuros orígenes se prestan a las más extravagantes conjeturas: desde que fuera judío, catalán, mallorquín, gallego, espía portugués en Castila, espía castellano en Portugal o incluso mujer, quizás porque, o nos han llegado pocas y confusas noticias, o todo suena a manipulado.

No hay duda de que recala en el reino de Castilla del siglo XV, en el muelle de Palos y en 1485 para ser más precisos, contando sus fabulosas, y quizás fantasiosas, hazañas vividas en un amplio periplo por los puertos del Mediterráneo, desde Génova a la isla de Chíos, y los del Atlántico desde Islandia hasta Guinea. En un mundo que solo se había cartografiado, y por tanto hecho consciente, el continente euroasiático hasta Cipango, el Japón de Marco Polo, y aproximadamente la mitad septentrional del africano, la experiencia náutica de Colón sería muy respetable.

Ronda la treintena y llega a tierras onubenses con un mocito de la mano, que presenta como su hijo Diego y con un sueño de visionaria grandeza entre sus manoseadas cartas portulanas, que hablan de surcar el inexplorado Mar Tenebroso para alcanzar Oriente por Occidente, sueño que ya han despreciado las cortes de Portugal, de Inglaterra y de Francia. Dice ser de Génova, "de ella salí y en ella nací", aunque nunca supo escribir italiano; es plausible que fuera el humilde hijo de un tejedor genovés, también tabernero y comerciante, aunque no dudará en proclamarse descendiente del noble gascón Guillaume Casanove de Coullon, cuando así le convenga y luego sus hijos asegurarán, sin titubeos, su parentesco con la mismísima nobleza de la Roma clásica.

Llega desde Portugal donde ha residido siete años, se ha casado, ha tenido un hijo, ha enviudado y quién sabe qué asuntos trató en la corte lusa; llega hablando perfectamente portugués y español, escribiendo y leyendo latín comercial, lengua franca que llamaban genovisco. En Palos es acogido en el monasterio de La Rábida donde sus frailes le apoyarán incondicionalmente y pronto hallará nutrido consorcio para sus novedosas ideas entre miembros potentados de la alta nobleza, como el duque de Medinacelli y el mismísimo cardenal Mendoza, o acaudalados personajes como el valenciano Luis de Santángel y el influyente Contador Mayor, Alonso de Quintanilla, muchos de ellos judeoconversos que parecieron intuir desde el principio el lucrativo porvenir que se avecinaba y que intercederán por él ante los más que reacios Reyes Católicos.

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Sin embargo, el mayor de los misterios sobre este asunto versa todavía sobre como adquirió Colón sus conocimientos y cuánto hubo de planificación y cuánto de azar en el éxito de su descubrimiento. Su formación fue autodidacta aunque Hernando Colón, su hijo menor, afirmara con posterioridad que su padre había estudiado en la Universidad de Pavía, aun así, no cabe duda de que Cristóbal era un navegante perspicaz y avispado que estaba al corriente de las novedades tecnológicas náuticas, conocía el mapa cartográfico y la carta de Toscanelli que auguraban la existencia de islas en la ruta marítima a Occidente, había leído a los grandes cosmógrafos como Ptolomeo y dominaba las tablas astronómicas y astrológicas vigentes. 

Sueño de grandeza En contra de la opinión general, no fue por falta de financiación que se había pospuesto largamente tal empresa, pues tanto el duque de Medinacelli como Santángel estaban dispuestos a sufragarla, sino que se debió a que Colón esperaba estar auspiciado directamente por la corona ya que su máxima aspiración era ser nombrado Almirante del Mar Océano, además de Virrey y Gobernador General. Y lo consiguió, cuando regresa de su extraordinario viaje y los reyes le reciben en Barcelona, Colón ve su sueño de grandeza hecho realidad, él posee el monopolio de explotación.

Almirante del Mar OcéanoPero la gloria es efímera y la de Colón fue malográndose a todo babor con cada nuevo viaje; nadie duda de su labor excepcional como explorador y navegante, en cambio sus dotes de gobierno resultaron pésimas, lo que unido a su propia codicia y a la de su familia, propiciaron abusos entre nativos y descontentos entre colonos. La situación se zanjó regresando detenido y esposado en su tercer viaje.

Pero nunca perdió sus dotes diplomáticas para remontar y paliar sus despropósitos, ni perdió el favor que siempre le dispensó la reina Isabel, pero cuando esta muera y la explotación de las nuevas tierras se organice plenamente desde la corona, Colón morirá en el anonimato, en Valladolid, aunque no terminará su andadura de viajero pues su restos navegarán de la Cartuja de Sevilla a la Catedral de Santo Domingo para pasar después a Cuba y terminar en la catedral hispalense, según los análisis del ADN.

Sin embargo, en Santo Domingo aún lo reverencian en el túmulo de su catedral y si interpelas al guía te salta con que "una mitad está acá y otra allá".