PAISAJES EXTREMOS

La radio del fin del mundo

Isfjord Radio es una remota emisora situada en un cabo desolado de las Svalbard (Noruega), a tan solo 1.300 kilómetros del Polo Norte. Cumple una función importante: las comunicaciones en las islas.

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XAVIER MORET

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Cuando llegas a Isfjord Radio en verano, después de un par de horas de navegación desde la capital de las islas Svalbard, Longyearbyen, las instalaciones de la emisora hacen su aparición en la costa, en medio de la bruma, como una visión futurista, con una gran antena parabólica y tres casas que parecen maquetas, empequeñecidas por la grandiosidad del paisaje ártico.

«La radio se fundó en 1933», cuenta Magnus Hauge Løge, uno de los guías del lugar. Lleva un rifle colgado del hombro, como es obligatorio en las Svalbard, unas islas donde viven más osos polares que personas. «Los barcos cargados de carbón que salían de las minas rusas tenían dificultades para navegar por esta zona del Ártico y los rusos pidieron a Noruega que les ayudara. En 1933 construyeron un faro y las instalaciones de Isfjord Radio, con lo que mejoró mucho la comunicación de las islas».

En el camino hasta Isfjord Radio hemos divisado la ciudad de Barentsburg, con sus grandes chimeneas y sus casas pintadas de colores. Allí sigue funcionando una mina de carbón de titularidad rusa en la que trabajan unos 500 mineros, la mayoría llegados de Ucrania. Al otro lado del fiordo se encuentra Pyramiden, una ciudad abandonada por los rusos en 1998, cuando la mina dejó de ser productiva, que se conserva tal como la dejaron, con un aire fantasmal.

UN PEQUEÑO HOTEL

Hoy la emisora de radio está automatizada, pero en los edificios que la integran funciona un pequeño hotel regentado por Basecamp Explorer, una compañía de turismo de aventura con sede en Longyearbyen. En verano llevan a los huéspedes hasta la emisora en barca; en invierno, en motos de nieve.

«Hay gente de todo el mundo que siente atracción por los lugares límites, desolados», cuenta Magnus Hauge Løge. «En verano recibimos a muchos turistas que quieren ver el sol de medianoche, pero en invierno aún vienen más. La noche ártica tiene su magia y a la gente le gusta estar rodeada de nieve y de hielo. Los japoneses creen que si conciben un hijo bajo una aurora boreal será guapo y afortunado. Muchas parejas vienen aquí con esta idea, y se van decepcionados si no hay auroras».

Estar en un lugar extremo tiene sus riesgos. Un ejemplo, para ir de una de las casas de Radio Isfjord a la otra, separadas tan solo unos 50 metros, hay que ir escoltado por un guía armado. Por si los osos, claro. Cuando le comento a Linn, una de las guías, que quizás sea una medida exagerada, dirigida a crear un ambiente de aventura, me muestra fotos de osos polares merodeando por las instalaciones, algunos incluso mirando por las ventanas.

RENOS SALVAJES

Para ir de excursión por los alrededores de Isfjord Radio nos acompaña otra guía, Magda, una joven polaca que vino hace unos años a Svalbard, «porque no quería malgastar mi vida aburrida en un despacho de ciudad». «Me atraen los lugares extremos», puntualiza, «y las Svalbard cumplen mis expectativas».

Durante la excursión vemos unos cuantos renos salvajes, pero ningún oso. Mejor. Hace solo unos años, en el verano de 2011, un oso mató a un joven inglés que había acampado junto a un glaciar. Cuando llegamos a un río de aguas bravas, Magda no se arredra. Pide ayuda para colocar unas cuantas piedras y troncos sobre el agua, y así podemos cruzarlo. «Aquí tienes que tener una mentalidad de pionero», sonríe. «Si encuentras un problema, hay que resolverlo al instante». Admite que, hasta ahora, nunca se ha visto obligada a disparar su rifle, pero se mantiene alerta por si aparece un oso polar, símbolo de las Svalbard.

DESTRUIDA POR LOS ALEMANES

De regreso a la emisora, donde se come muy bien en una mesa común y en un ambiente cálido, Magnus Hauge Løge me cuenta que las instalaciones fueron destruidas por los alemanes durante la segunda guerra mundial. «Svalbard fue en los siglos XVIII y XIX un lugar al que solo iban los balleneros», apunta. «Después llegaron las minas de carbón y la geoestrategia. Por eso los alemanes destruyeron la emisora. Se reconstruyó, sin embargo, en 1946 y todavía hoy sigue cumpliendo una misión importante en las comunicaciones de estas islas».

En la punta del cabo donde se alza Isfjord Radio, puede verse, junto a un viejo faro, una trampa para osos de madera que ya está en desuso. «El oso metía la cabeza para comer el cebo», cuenta Magda, «y al hacerlo accionaba el gatillo de una escopeta que lo mataba en el acto. Hoy está prohibido matar osos en las Svalbard, pero antes había muchos noruegos que venían aquí para conseguir sus pieles».

Uno de estos cazadores era el legendario Henry Rudi, de Tromso, que hasta 1947 hizo 40 expediciones al Ártico y llegó a cazar 713 osos. Cuentan que a la vuelta se lo gastaba todo en cerveza, por lo que no es extraño que le dedicaran un rincón en la cervecería Olhallen. En 1953 el rey de Noruega le concedió la Medalla del Mérito de la Corona. Hoy en día, sin embargo, lo que impera en las Svalbard es la apuesta por la conservación de la naturaleza. 

{"zeta-legacy-despiece-horizontal":{"title":"En un extremo de la ciudad, a los pies de las monta\u00f1as, una veintena de cruces blancas indican el lugar donde se ubica el cementerio e ilustran que la vida nunca ha sido f\u00e1cil en las Svalbard. La mayor\u00eda de los muertos datan de 1920, cuando una epidemia de gripe diezm\u00f3 la poblaci\u00f3n minera, pero el permafrost aconseja que no se entierre all\u00ed a nadie m\u00e1s, ya que los cad\u00e1veres, debido a la congelaci\u00f3n del suelo, no llegan a descomponerse. Resultado: el Gobierno noruego dict\u00f3 hace a\u00f1os una ley que establece que est\u00e1 prohibido morirse en Longyearbyen.","text":"Una excursi\u00f3n por el coraz\u00f3n del glaciar, equipados con los obligatorios crampones, es una experiencia \u00fanica que merece la pena. El crujir del hielo, las grietas, las cuevas y los riachuelos de agua permiten ver al glaciar como un organismo vivo, como una gran ballena blanca varada en la costa que, por desgracia, retrocede unos metros cada a\u00f1o debido al deshielo. Al regreso a la caba\u00f1a, el fuego encendido por Felix, el guarda de perfil vikingo, y un buen estofado de reno, permiten hacer las paces con el lugar.\u00a0"}}