El adiós del Comandante

El histórico expresidente cubano ha reaparecido esta semana en el Congreso del Partido Comunista con un discurso anticipando su despedida. «A todos nos llega nuestro turno», sentenció en su intervención el exlíder, que está a punto de cumplir 90 años. 

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DANIEL VÁZQUEZ SALLÉS

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Durante los años insignes de la Revolución Cubana, mucho antes de que Fidel Castro se retirara a sus aposentos y legara por prescripción médica las riendas del poder a su hermano Raúl y cambiara su atuendo de Comandante por un cómodo chándal, los intelectuales se entusiasmaban con la posibilidad de compartir copa de ron y puro con el líder cubano. Cuentan las leyendas mucho más que urbanas que las cenas eran largas y las sobremesas intensas y, casi siempre, el intercambio de opiniones se convertía en un vergel de oratoria intelectual y política con Gabriel García Márquez a la vera de Fidel.

Pocos mandatarios han logrado mantener la llama de la hostilidad y de la adhesión a los largo de estos últimos 60 años como Fidel Alejandro Castro Ruz. Dependiendo de los bandos implicados, Fidel es un ángel o un demonio, y son muy pocos o ninguno los que logran mantenerse en una cómoda neutralidad. La ideología nunca es neutral y Fidel Castro nunca ha dejado indiferente.

Hijo de hacendados gallegos emigrados a Cuba a finales del siglo XIX -los militantes del PP aún recuerdan con horror la amistad galleguista del honorable Don Manuel Fraga con el hijo de satán caribeño-, Fidel Castro estudió Derecho en la Universidad de La Habana y tan pronto obtuvo el título, empezó su actividad revolucionaria contra Fulgencio Batista, general que había subido al poder tras el golpe de estado de 1952. Después del fallido asalto al Cuartel de Moncada en 1953 y su posterior encarcelamiento, Fidel salió en libertad dos años más tarde y desde su exilio mexicano volvió a Cuba con el objetivo de derribar a Batista, un corrupto al servicio de los intereses norteamericanos. Instalado con su grupo de insurrectos en Sierra Maestra, la situación política, social y económica de la isla favoreció la propagación de los ideales de la revolución y los hombres de Fidel, capitaneados por el comandante Camilo Cienfuegos, entraron en La Habana el 1 de enero de 1959.

DERIVA IZQUIERDISTA

Si en un principio la Revolución Cubana se caracterizó por su moderación, la aplicación de la Ley de Reforma Agraria y la expropiación de los bienes de las compañías norteamericanas significaron la deriva cada vez más izquierdista de Fidel y la corrosiva hostilidad por parte de la Casa Blanca hacia el nuevo líder.

En las décadas de un antiamericanismo recalcitrante, con Vietnam en la memoria y la implicación de la CIA en los sangrientos golpes de estado que llevaron a Pinochet y a Videla al poder, el gobierno revolucionario cubano era visto por la intelectualidad como el bastión antimperialista: si no eras castrista, no eras un intelectual serio, a pesar de las pruebas fehacientes de que en Cuba se estaban vulnerando los derechos humanos con los cada vez más numerosos disidentes políticos.

Su aproximación a la URSS fue más por razón de supervivencia económica ante los embargos, que por una cuestión meramente ideológica. Y es que Castro terminó adoptando los postulados del comunismo de una manera mucho más apasionada de lo que jamás hubiera imaginado.

Esa conversión ideológica consumada en plena Guerra Fría, le convirtió en el enemigo público número uno de los EE.UU. Y mucho más, tras la crisis de los misiles y la sospecha de que Castro y Krushev habían pactado instalar misiles Scud a 166 kilómetros de las costas de Florida. Según una noticia publicada en The Guardian, la CIA trató de matar a Fidel en 638 ocasiones. Los procedimientos para eliminar a Castro habían sido muy variopintos: desde moluscos explosivos, hasta amantes corrompidas, desde un traje de buzo infectado con hongos, hasta servilletas de té pigmentadas de veneno letal. Nadie, ni Fidel, ha podido con Fidel.

NEURÓTICO, NARCISISTA...

El 23 de diciembre de 2014, Radio Martí presentó el perfil psiquiátrico que la CIA realizó en octubre de 1961 sobre el personaje. Neurótico, narcisista, inestable, paternalista, hiperactivo, desorganizado, impulsivo, masoquista, psicópata, amante de la adulación o adicto al poder, la ristra de adjetivos del informe son tantos como los años en los que El Comandante se mantuvo en el poder.

Contar la historia del régimen cubano desde 1961 y su lenta decadencia tras la defunción de la URSS después de perder la batalla armamentística contra el neoliberalismo capitaneado por Reagan, sería tan largo como los famosos discursos de Fidel. Famosa es la anécdota en la que en una de sus arengas pronunciadas en la plaza de la Revolución, Fidel increpó de tal manera al régimen franquista, que a mitad del discurso el embajador español cogió un avión en dirección a Madrid para contarle lo sucedido al Caudillo. Cuando el embajador aterrizó en Barajas, Fidel aún no había terminado su disertación sobre Cuba y los enemigos de la revolución.

Los únicos revolucionarios que se convierten en iconos son los que mueren jóvenes y en trágicas circunstancias. Fidel morirá nonagenario y embutido en un chándal, y en semejantes circunstancias, su recuerdo se diluirá, con toda probabilidad, junto a la memoria de sus coetáneos.