José Moisés Martín Carretero: «Estamos repitiendo los mismos errores de antes de la crisis»

El miembro de Economistas Frente a la Crisis pone deberes al nuevo inquilino de la Moncloa: el futuro del país pasa por invertir en educación, dictar leyes que fomenten la innovación y abandonar sectores poco productivos sin bajar impuestos.

El economista José Moisés Martín Carretero.

El economista José Moisés Martín Carretero. / periodico

Juan Fernández

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Tras analizar a fondo las constantes vitales del país -las actuales y las de los últimos 30 años-, el economista José Moisés Martín Carretero tiene claro qué les diría a Pedro SánchezPablo Iglesias y Albert Rivera si pudiera colarse en las reuniones donde se negocia el próximo Gobierno: que pongan las luces largas y piensen en el mañana lejano, no en las próximas elecciones. En su último libro, 'España 2030: gobernar el futuro' (Deusto), explica, con números en la mano, los cambios estructurales que necesita el país si no queremos repetir nuestro pasado más reciente. Una nueva crisis, dice, nos golpearía más fuerte que la anterior.

Los economistas y los politólogos suelen usar una expresión que a veces parece un mantra: cambiemos el modelo de país. ¿A qué se refieren, realmente? Hace 30 años teníamos claras nuestras metas: aspirábamos a consolidar la democracia, modernizar el país y acercarnos a Europa. Esos objetivos ya se alcanzaron en los años 90. Desde entonces, hemos vivido de la inercia de aquel impulso. Hemos estirado demasiado el modelo de la transición. La crisis sacó a la luz que dependíamos de sectores muy poco productivos. Lo alarmante es que hoy seguimos igual.

¿Igual? Estamos repitiendo los mismos errores de antes. El patrón de crecimiento de nuestra economía vuelve a apoyarse en la inversión inmobiliaria y en servicios con poco valor añadido y salarios bajos. No hemos aprendido la lección de la crisis.

Entonces ¿qué hemos hecho en estos años? Hemos estado pendientes de la prima de riesgo y de salir de la recesión en vez de dedicarnos a cambiar nuestro modelo productivo. Seguimos teniendo un personal muy poco cualificado y una clase empresarial muy poco innovadora. El porcentaje de trabajadores que ganan el salario mínimo, o menos, ha pasado del 9 al 14%. El crecimiento se está sustentando en creación de empleo barato que no va al sector tecnológico, sino que vuelve a lo único que sabía hacer: la construcción, la hostelería, el comercio. Lo grave es que si ahora hay una nueva recesión mundial, nos pillará en peores condiciones, porque no tendremos los colchones que antes teníamos.

Habla de cambiar de modelo productivo. ¿Cómo convertimos una carpintería que hacía puertas y ventanas para la construcción en una fábrica de microchips? Hay diferentes teorías. Una propone flexibilizar el mercado para que este, de manera natural, desplace los recursos desde los sectores menos productivos a los más productivos. Esta ha sido la apuesta del actual Gobierno. Otros economistas pensamos que ese reequilibrio requiere una acción decidida desde el sector público. La formación de los trabajadores que antes hacían casas y ahora deben rehabilitarlas con criterios de eficiencia energética no la va a proporcionar el mercado por sí mismo, hay que estimularla.

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¿Propone cerrar minas de carbón y abrir puertas a Uber? Es una forma demasiado simple de decirlo, pero en el fondo se trata de eso. Hay sectores condenados a extinguirse, queramos o no. En nuestra mano está que esa transición se haga de manera responsable, acompañando a esos trabajadores hacia los nuevos oficios. Este cambio tiene un coste humano que habrá que atender con políticas sociales.

Propone crear una Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo. ¿Es el Estado quien debe invertir en microchips? La innovación no se da si no hay masa crítica en la demanda que incentive su desarrollo, y a veces hace falta que el sector público dé el empujón. No se trata de financiar, sino de facilitar que se genere ese mercado. Hoy tenemos pantallas táctiles en los móviles porque el Departamento de Estado de Estados Unidos invirtió y generó la demanda para que ese invento se desarrollara. Igual pasó con el GPS: fue una apuesta del Departamento de Defensa de ese país. La demanda fomentada desde el sector público es la que tira de la innovación tecnológica, y desde ahí se distribuye al mercado.

¿Como se hizo en España con las renovables? Parece que aquello no salió muy bien. El espíritu de esa apuesta política era bueno, pero estaba mal planteado. Se implantó un sistema sin límite que hizo que la factura energética creciera de manera desorbitada. Pero no le quepa la menor duda: es el Estado el que debe tirar del mercado para que este responda con innovaciones, no al revés.

En su informe dedica mucha atención a la educación. ¿Es quizá nuestro principal problema? Nuestra población activa está descompensada. Tenemos muchos universitarios y mucha mano de obra sin cualificación, pero poca población con formación secundaria capaz de acceder al mundo laboral. En Alemania terminas secundaria o formación profesional y encuentras trabajo. Aquí estás igual que si solo dispones de estudios primarios. Hay que acercar la formación profesional al mundo laboral convirtiéndola en formación permanente. En el mundo que viene tendremos que estar formándonos hasta el día de nuestra jubilación.

¿Alguna otra corrección? También se debería acabar con la demagogia de la universidad. No podemos seguir pagando títulos que no tienen rentabilidad social, así que habría que subir las tasas, al tiempo que las becas, aunque suene impopular. Pero el problema de nuestro sistema educativo es anterior.

¿A qué se refiere? Las competencias personales se adquieren de niño, pero aquí invertimos poco en educación infantil y primaria. Es ahí donde está el problema. Deberíamos dotar a los profesores del peso que tienen en la sociedad, que es más del que les reconocemos. La maestra de mi hijo es la persona más importante de mi vida, tras mi familia, porque pongo en sus manos la formación de mi hijo, que es el futuro del país. Debería ser una profesión de élite, bien pagada y considerada, como ocurre en Finlandia y en Corea del Sur.

Algunas de sus propuestas cuestan dinero, pero ahora que se debate qué política debería seguir el próximo Gobierno, usted pide resistir a la tentación de bajar los impuestos. No se trata de gastar dinero público, la Administración también puede catalizar inversiones desde el sector privado. El 'plan Juncker' va en esa línea. Con poco esfuerzo se pueden movilizar muchos recursos. El próximo Gobierno debería renegociar con la Unión Europea los plazos de la consolidación fiscal, pero no podemos permitirnos el lujo de bajar los impuestos porque necesitamos dinero para invertir en el futuro del país. El que diga que va a bajarlos es un irresponsable que ofrece pan para hoy y hambre para mañana.

¿Estas propuestas son de izquierdas o de derechas? Ni de un lado ni del otro, sino todo lo contrario. Reconozco que mi mirada es progresista, pero estas cuestiones son transversales y deberían quedar fijadas con independencia de quién esté en la Moncloa.

¿Cómo está viendo las negociaciones para formar Gobierno? Tenemos una cultura política muy guerracivilista y poco dada al entendimiento. Solo hay que asomarse a Twitter para comprobarlo. Todo está demasiado polarizado. La gente olvida que se puede ser muy de izquierdas y llegar a acuerdos con el que está en tus antípodas ideológicas para asegurar el futuro del país.

¿Qué le diría a los líderes políticos si pudiera asistir a esas reuniones? Que pensaran en los próximos 20 años, no en las próximas elecciones, y que fueran generosos con el futuro del país. Les pediría que tengan la valentía de decirles a los españoles las cosas tal y como son, no lo que creen que quieren oír. Y que abandonen los cinturones sanitarios. No se puede construir el futuro de España sin contar con lo que significan Podemos y el Partido Popular. Ambos tienen que estar en los pactos, deberían subirse al barco.

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