Soy la que soy

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HANNA JARZABEK

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Hasta hace muy poco, Lina, de 44 años, cumplía como podía con su papel de hombre y padre. Pero por dentro, cuenta, libraba una batalla contra sí misma: es triste, pero solo en carnaval se daba el permiso de salir a la calle vestida de mujer. Finalmente, un día le explicó a su esposa, Ali, que quería hormonarse y empezar un proceso de transición. «No quiero en mi vida al hombre amargado de antes -dice, 13 meses después-. No éramos felices ni sinceras la una con la otra. Pero ahora Lina disfruta de una nueva juventud y yo me siento como si me hubiera dado una nueva vida».

En casa, hace poco, Lina seguía viviendo en su papel de hombre. Necesitaba, dice, tiempo para contárselo a su hijo. Un día, mientras jugaban, el niño le dio un empujón y, al quejarse, el pequeño le soltó: «Es que tú eres un poco una mujercita». La frase dio paso a la conversación, que siguió con un documental que vieron los tres juntos sobre transexualidad. «¿Y esto es lo que le ha pasado a papá toda su vida? -suspiró el niño-. ¡Pobrecito, lo que ha sufrido!».

RÍGIDAS INDENTIDADES DE GÉNERO

Lina, como las otras protagonistas de este reportaje, forman parte del colectivo 'trans', una comunidad que nunca había tenido tanta visibilidad como ahora: ahí están, por ejemplo, Caitlyn Jenner, que empezó a vivir como mujer en la célebre portada de la revista 'Vanity Fair';la serie 'Transparent', sobre un hombre que sigue el mismo camino a los 70 años, o 'La chica danesa', que evoca a la primera persona que se sometió a una reasignación de sexo. Sin embargo, que la 'cuestión trans' haya alcanzado la categoría de fenómeno en las industrias del entretenimiento y la moda no es mera anécdota: es el resultado de años de lucha por lo derechos civiles y sexuales de un colectivo aún marginado y estigmatizado, y también del interés creciente que suscita esa 'tierra de nadie trans' cuando el activismo, la academia y el arte están poniendo en cuestión la rigidez de las identidades de género, ese binarismo que gira en torno a lo que se supone que debe ser un hombre y una mujer.

Las aristas de toda esta complejidad las conocen bien las mujeres que aparecen en estas páginas, las cuales, como Caitlyn Jenner, han pasado la mayor parte de su vida viviendo como hombres. La mayoría de transexuales que hoy tienen más de 50 años en su adolescencia ni se planteaban que algún día podrían vivir de acuerdo con su verdadero género. Asociaban la transexualidad a la marginación, las drogas y la prostitución. Muchas incluso creían que estaban enfermas. Durante años, vivieron su feminidad a escondidas. Algunas lograron encontrar el coraje para afirmarse. Pero hay también las que llevaron su secreto a la tumba.

PONER EN PELIGRO LA FAMILIA Y EL TRABAJO

De hecho, las transexuales que han vivido como hombres ponen en peligro la familia y el trabajo cuando salen del armario. «La mayoría de las parejas tienen un imaginario muy negativo sobre la transexualidad -explica Rosa M. Almirall, ginecóloga y cofundadora de Trànsit, un servicio que asiste en Barcelona a personas transSEnDY solo el 5% de los niños aceptan la nueva situación». La transfobia es aún más aguda en el mundo laboral. La Federación Española de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales estima que el colectivo acusa una tasa de paro de entre el 60% y el 80%. Muchas mujeres trans prefieren aparcar su transición por miedo a perder el trabajo: el proceso puede durar hasta cuatro años y, durante todo este tiempo, temen ser expuestas al rechazo. Otras optan por iniciar el tratamiento sin que nadie lo sepa y construir de cero una nueva vida. «Todos estos factores son una gran impedimento para decidir el inicio del proceso -añade Almirall-, a lo cuales se suman otros médicos y legales».

PROTOCOLO MÉDICO

Desde el 2007, las personas trans en España pueden cambiar su DNI sin necesidad de operarse. Sin embargo, la ley mantiene un procedimiento psiquiátrico y psicológico obligatorio para otras etapas de la transición. Por ejemplo, para obtener un nuevo carnet de identidad, someterse a una operación o acceder a las hormonas, se necesita un diagnóstico de disforia de género [la contradicción entre el sexo y la identidad de género que la sociedad le atribuye]. «Existe un protocolo para ello -explica Teresa Godás, psicóloga de la Unidad de Trastorno de Identidad de Género (UTIG) del Clínic de Barcelona-. Se trata de saber si la persona tiene disforia o un trastorno de personalidad o de identidad de género no especificado".

Según los colectivos transexuales, los cuestionarios que se utilizan están basados en criterios muy rígidos. «La realidad 'trans' es muy diversa. Y el tratamiento de las instituciones no debería nacer de ideas preconcebidas, que normalmente están asociadas a patologías mentales, problemas psicológicos y sociales -critican en Generem!, asociación creada en Barcelona el año pasado-. El diagnóstico se transforma, pues, en un requisito para el acceso a derechos. Pasan por la evaluación de 'ser lo suficientemente trans o no serlo'. A una mujer trans, por ejemplo, se le exige que vaya vestida con ropa que consideran femenina, porque si no es sospechosa de no sentir lo que siente».

DESEMBOLSO ECONÓMICO

El proceso también requiere mucho dinero. El tratamiento hormonal -solo cubierto si se logra el diagnóstico- es a menudo insuficiente. Las mujeres 'trans' también realizan electrólisis para eliminar el vello y cirugías para 'feminizar' el rostro y aumentar los pechos, un desembolso desorbitado para un colectivo precarizado. La sanidad pública solo incluye las vaginoplastias (solicitadas por la mitad de las mujeres, según Trànsit, y por la mayoría según la UTIG). En el Clínic hay más de 200 personas en lista de espera, que prioriza a las más jóvenes. Dado que uno de los criterios es que se deben tener entre 18 y 50 años para acceder a la operación, la mayoría de mujeres maduras no serán intervenidas antes de cumplir la edad máxima. «Exigimos vivir el género como queramos y evolucionar con respeto a los tiempos de cada uno -dicen en Generem!-. También pedimos una asistencia menos paternalista, que el servicio de psicología y psiquiatría sea optativo y no obligatorio y que la atención se haga en el CAP y no en unidades específicas: que los servicios estén descentralizados y bien formados. El problema es cómo nos ven, no lo que somos».