Una aventura familiar de 15 meses

La vuelta al mundo en siete animales

Hay viajes y viajes. El del fotógrafo Andoni Canela alrededor de la Tierra destaca porque es un gran periplo en familia, con su pareja, Meritxell Margarit, y sus dos hijos, Unai y Amaia), y en cada continente eligieron fotografiar a una especie amenazada

La vuelta al mundo en siete animales

La vuelta al mundo en siete animales / ANDONI CANELA

XAVIER MORET

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Hacía tiempo que escuchaba hablar a Andoni Canela y Meritxell Margarit de la posibilidad de hacer un viaje muy especial. Con Andoni, un excelente fotógrafo de naturaleza, somos vecinos en el Pla de l'Estany y habíamos hecho varios viajes a lugares extremos: a Botsuana, en busca de baobabs y leones, a las islas Svalbard, por las auroras boreales, y a Canadá, por los osos polares. El equipo se amplió con Meritxell y Unai en un viaje invernal a Alaska, con temperaturas que rondaban los 40 grados bajo cero, pero ahora hablaban de hacer un viaje más ambicioso, con mucho más tiempo por delante.

Parecía que la corta edad de sus hijos (Unai tenía 9 años al empezar el viaje; Amaia, 3) podría frenar su proyectos, pero la solución consistió en incorporarlos al viaje. «Un día, mientras los dos jugaban en la bañera, les anuncié que iríamos a dar la vuelta al mundo buscando animales por América, África, Australia…», comenta Meritxell. «Unai saltó emocionado. '¿Cuándo salimos?'», preguntó. Y añadió, convencido: «El animal que seguro que tenemos que ir a buscar es el puma».

A Unai, que se inició en los secretos de la naturaleza observando la fauna del lago de Banyoles, en aquel tiempo estaba obsesionado por el puma. Verlo de cerca era un sueño y el viaje no le defraudó. «Cuando me lo dijeron, me volví loco», recuerda. «He aprendido mucho más de lo que me podrían haber enseñado en la escuela. Nunca olvidaré esta vuelta al mundo».

UN ANIMAL DE CADA CONTINENTE

UN ANIMAL DE CADA CONTINENTELo primero que hicieron Andoni y Meritxell fue diseñar el itinerario y comprar los billetes de avión, «para que ya no fuera posible la vuelta atrás». La vuelta al mundo iba a durar 15 meses, durante los cuales seguirían a un animal en cada continente. Después de Europa (lobo ibérico), Norteamérica (bisonte), América del Sur (puma), la Antártida (pingüino papúa), Australia (cocodrilo marino), Tailandia (cálao bicorne) y Namibia (elefante del desierto).

«No se trataba de dar una vuelta al mundo para ver muchos países y recorrer cuantos más kilómetros mejor», cuenta Andoni. «Lo que queríamos era hacer estancias de dos o tres meses en cada continente, lejos de las ciudades. Durante este tiempo, había que estar atentos a la naturaleza y fotografiar especies amenazadas».

¿Y los niños? «Obtuvimos un permiso de la escuela y nosotros los íbamos escolarizando durante el viaje», cuenta Meritxell. «Unai, además, fue a la escuela en EEUU y Australia, lo que le fue muy bien para perfeccionar el inglés y hacer amigos. Una vuelta al mundo es un buen aprendizaje».

El resultado de esta vuelta al mundo es'La llamada del puma', un libro que puede encontrarse en librerías especializadas, como Oryx en Barcelona o Patagonia en Valencia, o a través de la web www.lallamadadelpuma.com. Los textos de Meritxell Margarit acompañan las numerosas fotografías a gran formato.

El viaje contó con el apoyo de un proyecto educativo impulsado por Meritxell y financiado por PAU Education. «Yo hablé después con algunas publicaciones con las que colaboro, como BBC WildLife, y vendí unos 15 o 20 reportajes», cuenta Andoni. El libro, por otra parte, se ha pagado con la ayuda de un Verkami en el que colaboraron 500 personas.

El viaje empezó en las montañas de León, Galicia y Cantabria, donde la familia viajera fue en busca del lobo ibérico. Tras muchas horas de espera en un escondite, desafiando el frío y la niebla, lograron ver a varios lobos.  «Pude fotografiar a lobos comiendo arándanos», comenta Andoni. «Se sabía que lo hacían, pero no había fotos que lo documentaran. Aquella fue una buena iniciación a la fauna salvaje».

SEGUNDA ETAPA

Desde Barcelona volaron a EEUU, segunda etapa del viaje. Se afincaron en Dakota del Sur, alquilaron una camioneta negra a la que le pusieron una pegatina de 'Looking for the Wild', el lema del viaje, y recorrieron las Badlands, Utah, Colorado y Yellowstone. Allí les sorprendió el invierno y pudieron fotografiar manadas de bisontes bajo la nieve, en una imagen sobrecogedora.

«Estaba con Unai en Yellowstone, a unos 150 metros de una manada de bisontes», cuenta Andoni. «Atardecía y todo parecía tranquilo. De repente los bisontes empezaron a emitir un ruido extraño, como si estuvieran murmurando. Resultaba inquietante. Era un murmullo que no entendíamos y que nos asustó, porque no hay nada peor que una estampida de bisontes. Teníamos la sensación de que algo podía ocurrir, y decidimos alejarnos sigilosamente».

Apunta Meritxell que en Estados Unidos, los trámites para que Unai fuera a la escuela fueron muy sencillos. «Nos pidieron el pasaporte y la cartilla de vacunación y nos dijeron que podía empezar a ir a clase cuando quisiera», recuerda. «Fue muy diferente de todo el papeleo que piden en España».

EN BUSCA DEL PUMA

En diciembre se trasladaron al hemisferio sur, en busca del verano austral. La familia voló a la Patagonia chilena, donde vivió unos meses en un horizonte de grandes espacios, a la sombra de las Torres del Paine, y con el esquivo puma como objetivo. «No olvidaré el día en que me instalé en una vaguada, con el viento en contra para que no pudieran olerme, y esperé a que se acercara un puma. Al cabo de unas horas vi a un macho adulto a unos 200 metros. Avanzaba sin prisa, cada vez más cerca. Cuando estaba a unos 40 metros, me levanté y empecé a hacer ruido para avisarle: 'Hey, puma, que soy un humano y estoy aquí!'. Si se aproximaba a 20 metros, podía ser peligroso. Se puede sentir acorralado y atacar -narra el fotógrafo-. El animal se quedó parado un momento, mirándome sorprendido, y al final dio un pequeño rodeo para esquivarme y prosiguió su camino».

En la Patagonia, la familia vibró con la belleza de un paisaje en el que las montañas, los lagos y los glaciares cuentan con el añadido de una luz mágica. Allí Andoni y Unai pudieron filmar por primera vez cómo un puma cazaba a un guanaco.

Desde Chile, la familia viajó a Tierra del Fuego, donde Andoni se embarcó para la Antártida. Allí fotografió el pingüino papúa, una especie amenazada por el cambio climático. «La sensación de viajar por el continente helado es única», asegura. «Los icebergs, el mar de hielo, las ocas, las ballenas... Me emocionó ir en kayak entre el hielo y acampar en la península Antártica».

Al cabo de unas semanas vino un nuevo cambio de continente. Esta vez el destino era Australia, y el lugar elegido, Cooktown, en la costa del estado de Queensland. No es fácil elegir un animal en concreto en un país donde hay tantas especies endémicas, pero Andoni se decidió por los peligrosos cocodrilos marinos, culpables de varias muertes cada año en las costas de Australia.  «Pudimos fotografiar a varios ejemplares en los manglares, uno de ellos enorme, y también pudimos ver a un canguro que estaba solo en una playa desierta y un animal difícil, el casuario, del que quedan muy pocos ejemplares en libertad».

TIFÓN, FUERZA 5

En Australia, Unai volvió a ir a la escuela, y participó en varias carreras de cross por el estado de Queensland. La tranquila vida familiar, sin embargo, se vio alterada al anunciarse la llega de un tifón de fuerza 5, de máxima categoría. «Estaba toda la ciudad en alerta», recuerda Meritxell. «Cayeron palmeras y hubo destrozos, pero resistimos en una habitación sin ventanas de la casa que teníamos alquilada. La única víctima fue la cámara de Unai, que sucumbió por culpa de una inundación».

El nuevo cambio de continente les llevó, meses después, a Tailandia. Se instalaron cerca de Chiang Mai, en una casa de madera a orillas de un pequeño lago. Desde allí viajaron al Parque Nacional Khao Yai, donde Andoni fotografió al cálao bicorne, un ave majestuosa que puede alcanzar una envergadura de metro y medio. «Con Unai hicimos guardia cerca de un nido de cálaos y pudimos fotografiarlos bien», recuerda Andoni. «También captamos macacos y un grupo de elefantes en la selva».

En algunos momentos del viaje, los niños parecían expuestos al peligro que conlleva la cercanía de la fauna salvaje, pero el accidente llegó en el momento más inesperado. «Estaba jugando con un avión de papel junto a la casa de Chiang Mai, cuando resbalé y me caí por un terraplén de cinco metros», recuerda Unai. «Pensé que me había roto el tobillo y que allí se acababa el viaje, pero por fortuna no me rompí nada. Fuimos al hospital, me revisaron a fondo y todo se arregló con un vendaje».

El siguiente destino del largo viaje fue África. Volaron a Johannesburgo, en Sudáfrica, y allí alquilaron un todoterreno bien equipado, con ruedas gruesas, doble depósito de gasolina, cocina y bidón de agua, con el que recorrieron el desierto del Kalahari y el delta del Okavango, para entrar finalmente en Namibia, donde Andoni se había propuesto fotografiar al esquivo elefante del desierto.

«Fuimos al norte, siguiendo la costa de los Esqueletos, donde el desierto se encuentra con el mar, y estuvimos varios días recorriendo aquellas tierras sin encontrar a nadie», recuerda. «La soledad es extrema. Al final vimos varios elefantes, más estilizados de lo habitual, y jirafas que se esfuerzan por encontrar alimento en condiciones muy duras, ya que llueve muy poco. De noche, dormíamos en una tienda encima del coche». 

ENCUENTRO EMOCIONANTE

El último pueblo de la vuelta al mundo fue Lüderitz, en la costa sur de Namibia. Allí, al final de un desierto velado a menudo por la niebla, se instaló la familia para saborear el final del viaje. Fue allí donde los encontré, felices por lo mucho que habían visto y vivido, y sin ninguna prisa por volver a Banyoles.

El reencuentro en Lüderitz fue emocionante. Después de tantos meses de viaje, el resumen de Unai y Amaia era por fuerza atropellado. Querían contarlo todo a la vez, mezclando animales, continentes, chistes y anécdotas que vertían sobre un mapa del mundo. 

Durante aquellos días fue un placer compartir con Meritxell, Andoni, Unai y Amaia, aunque fuera por poco tiempo, el espíritu de aquel viaje único. Las excursiones en kayak por la bahía y las incursiones por el misterioso desierto culminaron con la visita a la ciudad perdida de Kolmanskoop, donde los restos de unas casas de estética alemana recuerdan que antaño fue una población lujosa gracias a los muchos diamantes que se encontraban en la región. 

Hoy, cuando el desierto ha invadido Kolmanskoop, quedan tan solo casas maltrechas, mucha arena y libros que hablan del esplendor perdido. Aún así, el lugar sigue siendo fascinante. Mientras contemplo las casas derrotadas por el desierto, pienso que dentro de unos años, cuando la memoria amenace con desvanecerse, el libro La llamada del puma quedará como testimonio de una emocionante vuelta al mundo que Meritxell,

Andoni, Amaia y Unai tuvieron la fortuna de protagonizar durante 15 meses.