ENTREVISTA

Núria Espert: «He guardado toda la locura para el escenario»

Es la versión aumentada de Glenda Jackson, que una vez dirigió. Una descomunal intérprete, octogenaria de granito y comprometida con el socialismo. Ahora interpreta al rey Lear en el Lliure. Un 'tour de force' físico y mental de tres horas del que sale sin rasguños.

Núria Espert y su nuevo 'look', en una foto tomada en el Teatre Lliure.

Núria Espert y su nuevo 'look', en una foto tomada en el Teatre Lliure.

NÚRIA NAVARRO

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Hace poco, Núria Espert le pidió a la peluquera que quería salir del salón con el pelo blanco. Así, zas, sin transición. Nada de disimular unos 80 años trabajados a base de luces, tormentas perfectas, compromiso político, amor, ovaciones... Todo eso lo cede al rey Lear que interpreta en el Lliure, "un texto que es como una catedral o una gran montaña", según Lluís Pasqual, su director.

¿Tiene explicación ese vigor suyo? Eso te viene dado. Mi padre murió joven, de los bronquios, pasados los 50 años; y mi madre falleció a los 80 y tantos con una gran artrosis. Yo tengo salud y memoria, de momento.

Y ganas de salir a escena. No sé que habría contestado hace dos o tres años, pero ahora tenía unas ganas locas. Me doy cuenta de que mi vida no ha sido demasiado interesante. Se ha reducido a los libros, las exposiciones, mi marido, mis hijas y tres amigos. Cuando me siento más viva es en relación con el escenario.

¿No le asalta el temor a caer de una tarima, a quedarse en blanco? No más que los propios al abordar un texto difícil. Antes de salir, siento un malestar en el estómago, pero al acabar, con el pijama y la cara desfigurada por el esfuerzo, pienso: «Hace solo tres horas que entraba en medio de antorchas, elegantísima, y me sentía en el centro del universo. ¡Qué suerte experimentar eso!».

¿En qué se siente mayor? En nada, diría. Todo se reduce a tener sentido común. Es una desgracia cuando deseas estar como en el pasado. Yo he tenido la ventaja de haber guardado toda la locura para el escenario. No me ha gustado la noche, ni las fiestas, ni las cenas de más de tres personas. El trabajo ha sido tan absorbente que solo tenía ganas de llegar a casa y comer un yogur en pijama. No he vivido la bohemia.

¡La otra cara de su amigo del alma, Terenci Moix! En la intimidad, no tanto, ¿eh?

¿Qué quiere decir? Yo soy más graciosa y él era más serio. Ahora bien, teníamos un ritual muy divertido.

¿Lo puede contar? Cuando comenzaba el capítulo de la serie 'Betty, la fea', él me llamaba y la comentábamos en directo. "'¡Que no veu aquesta noia que s'ha de treure l'ortodòncia quan es troba amb ell'"protestaba élY yo: "'No, Terenci, no. Fa bé perquè els homes de debò no fan cas d'un 'aparato' a la boca". Y él: "'Pues' tots els que jo m'he trobat s'ho miren molt'". Así días y días y días.

Una afición inusual en una diva... ¿Diva? Nadie es el mejor de nada. Yo sé que soy buena actriz, y he procurado buscar directores que no me dejaran equivocarme mucho. He recibido elogios maravillosos, pero también cosas feas. A mitad de carrera me dijeron: "Vete al Institut del Teatre y aprende a hablar".

No dirá nombres, claro. No, no. Esto va con el oficio.

Sagarra dijo entonces: "Esta niña tiene los cojones de un toro". Eso fue a los 13, en el Romea. ¡La frase me ha perseguido toda la vida! Él ya debió ver entonces que estaba loquita cuando actuaba. En el escenario siempre me he desinhibido. Como mujer he sido muy tímida.

¿Cómo de tímida? Hasta el punto de costarme atravesar un restaurante de punta a punta. Aún me cuesta, lo juro.

Menudo contraste. Lluís Pasqual dice que, como soy géminis, hay una Espert loquita y otra tranquila. Las cosas que hacen daño me hacen daño, y las que rompen, me rompen. Ocurrió con la muerte de mi madre -¡una madre como la mía!- y con la de Armand [Moreno, su esposo], en 1994. Sentí una tristeza tremenda, incluso corrí al psiquiatra temerosa de que se repitiera el bache de unos años antes.

¿Aquella depresión que le asaltó en uno de los mejores momentos? Sí. Al final de los 80 dirigía tres óperas en el Covent Garden. Me sentía muerta de fatiga, sufría por los montajes, lloraba continuamente... Al volver a casa, en Alcossebre, no salí de la cama en tres meses. Me arreglaron las pastillas. Salí de aquello al cabo de un año y nunca supe por qué me rompí. La psiquiatra me dijo que mejor no abrir el cajón.

Sus padres se separaron cuando era niña. Solo les unía usted y su talento. Eso explica el origen de mi vocación. Pero he tenido suerte en las cosas importantes de la vida: mi marido, mis hijas, el trabajo, mi madre.

¿Cómo era ella, su madre? Una mujer muy inteligente, nada preparada, toda generosidad. Era una republicana algo ácrata que me dio toda la libertad del mundo. No le rendía cuentas, confiaba en mí. Me ayudó mucho cuando estaba casada, con dos criaturas y sin un duro. Gracias a ella pude trabajar a la semana de haber parido a la primera hija, y a los 15 días de alumbrar a la segunda.

¿Ha sido usted una buena madre? Eso debe preguntárselo a ellas.

Se lo pregunto a la Espert. Sé que con el paso del tiempo me he ido haciendo más persona. Diría que son los años.

Llegados a los 80, ¿en qué cree? En que estamos aquí por casualidad y que la especie ha hecho cosas maravillosas, y mucha sangre también. Aunque después de las elecciones generales, creo ya en muy pocas cosas.

Sigue siendo socialista, ¿no? Nunca fui militante, pero soy socialista de corazón desde el franquismo, cuando la mayoría era comunista, monárquico o librepensador. Creo que es una manera justa de enfocar la vida. Aunque esta vez he votado las siglas, no las personas. Considero que todos los partidos tienen mochilas bastante asquerosas.

¿Su compromiso no ha cesado desde que corría ante los grises? Me he comprometido siempre tanto como he podido. Viví a fondo la lucha antifranquista, impulsada por la ambición de tener algún día libertad. Recuerdo que cuando aquel tipo [Franco] reventó, yo estaba en Alcossebre y tenía que marcharme a Mallorca a hacer 'Divinas palabras', lloré y pensé: "¡Qué bien! Solo tengo 40 años". Pero no sentí la explosión de alegría que esperaba.

¿No? No. Era más bien un "maldito seas, todo el mal que has hecho y te mueres en la cama, como si hubieras tenido un poco de humanidad".

¿Le ha gustado el rumbo de los 40 años siguientes? La gente joven ve amplificados todos los defectos del sistema, pero cuando has vivido media vida bajo un tirano, ves todo con más benevolencia. Y yo les digo: "No os alarméis, ya vendrá otro momento de luz".

¡Bien por el optimismo! Pero, insisto, estoy decepcionada con las elecciones. ¿Cómo es posible que el PP haya sido el más votado después de que sus prioridades hayan perjudicado a la mayoría y hayan salido tantos ladrones? Ahora perderemos una gran cantidad de tiempo, como en Catalunya.

No comulga con el independentismo. No entiendo el sentimiento. ¡Sería terrible que Catalunya se separara del resto! Nací en L'Hospitalet, tuve el primer éxito en Barcelona y tengo el privilegio de hablar catalán, pero no puedo ser nacionalista. No puedo decir: "Nosotros somos mejores, únicos y solos". Es imposible querer al ser humano, ser socialista e independentista.

Vive en Madrid, la otra parte contratante. La prueba de que existe un conflicto terrible es que en el teatro no se habla ni un segundo de política catalana. En el pasado sabías qué pensaba todo el mundo y se discutía.

¿No se siente a gusto aquí? ¡Me siento en casa! Yo me fui a Madrid porque, tras el éxito de la 'Medea' de 1954 esperaba que el teléfono no parara de sonar, y no recibí ni una llamada. "No les gusto, me voy", pensé. Trabajé con José Tamayo, empecé a hacer giras por España y seguí.

Curiosidad. ¿Aún tiene una lista de deseos pendientes en la mesilla de noche? Sí. Ahora la encabeza 'Incendis', que estrenaré el próximo septiembre bajo la dirección de Mario Gas.

¿No hay entradas de tipo personal? Me gustaría repetir con mis hijas y mi nieta un viaje que hice con Terenci a Egipto. ¡El viaje más bello de mi vida! Aunque yo me siento en la gloria con un buen libro bajo un pino. Leer ha compensado que a los 14 años dejara la escuela. Y siempre me gustó estar sola. Quizá lo necesitaba más cuando vivía con Armand, mi madre y mis hijas. Ahora no hay elección...