EL URBANISTA AUSCULTA SU LEGADO EN SU 90º CUMPLEAÑOS

Oriol Bohigas, el cerebro del 'modelo Barcelona'

Oriol  Bohigas en  su  despacho  de la Plaça Reial

Oriol Bohigas en su despacho de la Plaça Reial / periodico

NÚRIA NAVARRO

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Oriol Bohigas cumple hoy 90 años y está inquieto. No por el cambio de cifra. Ni por el riesgo de que algún desaprensivo le regale unos calcetines negros. Lo está porque se celebran unas elecciones generales que cambiarán la ecuación parlamentaria. El párkinson le ha fastidiado las piernas, sí. Pero la bestia política que lleva dentro siegue ahí, con el mismo vigor que cuando, antes de los comicios de 1977, organizó un simulacro electoral para entrenar a sus amigos en eso de votar.

"Estamos en un momento lastimoso, y supongo que hoy se trata de evitar la perpetuación de los indeseables", calcula este arquitecto que fue muy socialista y ahora se escora hacia el soberanismo. "Aun así, siento cierto desconcierto -confiesa-. En Catalunya, a la hora de fijar las posiciones, resulta que no hay tanta diferencia entre un comunista y un convergente".

EL PODER DEL CARTABÓN

En los 70 todo tenía un contorno más definido. Izquierda o derecha. Ruptura o reforma. El Escorial o la barraca. Y Bohigas, que era un republicano muy francés, formado en el chup-chup igualitario de la Institución Libre de Enseñanza, resolvió que el urbanismo era un inmejorable instrumento de transformación política.

"Quizá el 70% de los arquitectos eran mejores que él, pero sin él no habría pasado lo que pasó en Barcelona. Bohigas estableció el canon de lo que había que hacer", asegura Juan Carlos Montiel, subdirector general de Barcelona Regional, que le conoció en 1977 cuando estudiaba en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona que dirigía. En aquellos tiempos magros, cuenta, cuando no había un duro en las arcas de la Administración, Bohigas consiguió dinero para la ampliación de la Escuela. "¿Cómo? Cada día, según venía por el pasillo, su secretaria Pilar llamaba al ministerio. Venga y venga, hasta que lo logró". 

Pero no le bastó con oxigenar la Academia. Quiso hacer un 'bypass' entre la teoría de los grandes urbanistas y las necesidades sociales. "Él está en el origen de la corrección del 'skyline' de la Barcelona de los tiempos de la destrucción", señaló Manuel Vázquez Montalbán en el artículo titulado 'Si Bohigas hubiera sido alcalde'.

Como no lo era -alcalde-, buscó la complicidad del poder municipal. Con inteligencia y una aplastante soltura para defender sus ideas sin complejos -"nunca he dudado demasiado porque soy un 'poca-solta'", bromea ahora-, se metió en el bolsillo primero al alcalde Narcís Serra y más tarde, a Pasqual Maragall. "Durante unos años fue el arquitecto con más poder decisorio del mundo, después de Haussmann en París y de Otto Wagner en Viena", apunta su colega y amigo el arquitecto Oscar Tusquets.

MÁS PLAZAS Y MENOS PLANES

Bohigas, que encaja el halago con coquetería, asegura que fue una cuestión de oportunidad. "Los partidos estaban demasiado ocupados organizándose y los males de la democracia no habían aparecido -esboza-, así que podíamos trabajar sin grandes obstáculos. Es algo que no se repetirá jamás". Cuando llegó al Ayuntamiento no había ni un solo proyecto ciudadano. "Se planteó la duda de si había que trazar un nuevo plan general como Madrid, pero entendimos que no era el momento de hacer planes sino plazas, sanear el centro y monumentalizar la periferia".

Sin dinero ni musculatura técnica, en vez de renovar cuatro calles burguesas, Bohigas dividió el presupuesto en 100 y derramó un centenar de intervenciones en todos los barrios. Acupuntura urbana de la buena. Convencido de que "sin espacio público no hay ciudad", sacó coches de la plaza Reial, derribó una manzana del Raval para construir la plaza de la Mercè, impulsó las de Sants y Gràcia, llevó servicios a los barrios de autoconstrucción...

"Como se produjo en toda la ciudad, tuvo un efecto cohesionador", anota Montiel. Esas intervenciones que buscaban «la excelencia en el tercer mundo» se llevaron el Premio Príncipe de Gales de Harvard en 1990, cuando no era nada obvio que Barcelona fuera una ciudad a tener en cuenta. "A partir de entonces, a nadie se le pasó más por la cabeza hacer actuaciones de dos tipos, una en lugares emblemáticos y otra en los barrios populares". Así fue como Bohigas ganó su primer 'round' político.

'À LA VILLE DE... BARCELONA'

Y siguió construyendo junto a sus socios Josep Martorell y David Mackay, hasta que en 1986 Samaranch pronunció la legendaria frase, Pasqual Maragall saltó dentro de su gabardina-sotana y él empezó a dibujar una Barcelona olímpica, triunfante y optimista, inspirada en los tres principales planes urbanísticos de la historia de la ciudad: el de Cerdà (1859), el de Jaussely (1905) y el de Macià (1934).

No todo fue posible. En la maqueta original de la Vila Olímpica se alzaban seis torres, pero cuando la llevó a Madrid, la autoridad, que acababa de aprobar el reglamento de la ley de Costas, zas, arrancó cuatro de cuajo. Se expropió, se derribó y un enjambre de grúas bracearon como derviches. Aparecieron el mar y seis kilómetros de playa. "A mi entender, la Villa Olímpica es uno de los pocos barrios creados de cero que se integró al entorno y no degeneró en un espacio de marginación", hace balance el arquitecto. 

EL MODELO, A REVISIÓN

No todos piensan igual. Ese 'modelo Barcelona', del que fue cerebro y que han querido copiar de Londres a Río, pasa ahora por el filtro fino de la crítica. "Bohigas tiene una dimensión mítica, porque fue el principal pensador del modelo, o al menos, quien hizo la síntesis y articuló el discurso", le reconoce el urbanista Josep Maria Montaner, hoy concejal del Ayuntamiento de Ada Colau. "Pero el modelo tiene insuficiencias que son muy características de Bohigas", opina.

A su juicio, es un modelo socialdemócrata que se desentendió de conceptos emergentes como la participación ciudadana–"no dio ninguna relevancia a los movimientos vecinales"–, la conservación del patrimonio industrial –"redujo a cascotes cuatro naves de Elies Rogent que eran la cuna del modernismo para hacer la ronda del Litoral"– y la sostenibilidad. Montaner, que en la época firmó manifiestos y cartas en contra del derribo indiscriminado, afirma que fue "un urbanismo de despotismo ilustrado, de despacho, concebido con un pensamiento muy 'noucentista'". 

Pero no pasa nada. A Bohigas la polémica le ha gustado más que la vida nocturna, y hasta la ha provocado con sus 'boutades'. Lo confirma su círculo íntimo. Maria Bohigas, una de sus cinco hijos, que trabaja con él en MBM (Martorell, Bohigas, Mackay), su despacho. "Es el rey de la dialéctica –asegura–. Y nos animó a argumentar. Aun hoy, los almuerzos de los miércoles son un caos de gente opinando sobre política, fútbol o cine. Si no eres de la familia, no articulas una sola palabra".

También lo avala el arquitecto Federico Correa, amigo del alma y leal propagandista de su arquitectura. "Nuestra amistad nació a la salida de una cena en el Ritz que organizaba el Col.legi d’Arquitectes –rememora–. Empezamos discutiendo sobre un arquitecto italiano. A él le parecía estupendo y a mí, espantoso, y acabamos en total acuerdo". Incluso le estima Ricardo Bofill, con el que tuvo alguna que otra pelotera. "Hemos tenido divergencias respecto a conceptos estilísticos –admite Bofill–, pero cuando se ha tratado de actuaciones urbanas siempre hemos coincidido en lo esencial".  

RADICAL LIBRE

Nadie le podrá afear con que el motor de su impulso transformador fue la posesión de una 'tarjeta black' o de cuentas en Suiza. Tampoco fue cosa suya la idea de que Barcelona solo podía avanzar a golpe de gran evento –"no pertenecen al mismo modelo la Villa Olímpica y Diagonal Mar", dice–, ni la privatización de la ciudad y el abandono de los barrios populares. A Bohigas, que aún es un radical libre, le dan dentera los efectos corrosivos del neoliberalismo. "La corrupción de la que tanto hablan es la corrupción de la totalidad –opina–. Si el urbanismo consiste en conquistar terrenos y edificar, lo que antes valía 10 ahora vale 100, y no sabes de dónde salen los especuladores, y hasta resulta que Jordi Pujol estaba 'emmerdat'".

Cuenta el arquitecto que él dejó lo municipal porque "había que dar pasos hacia adelante" y convertir el ayuntamiento en la autoridad máxima del urbanismo de Barcelona. "Pero la historia ha demostrado lo contrario; hemos visto cómo dejaban entrar a los particulares". Por eso está muy atento a los pasos de Ada Colau -"una persona interesante"- y su equipo, aunque sigue desconfiando de la participación popular en los planes. "No es una buena comprensión de la libertad democrática", insiste.

¿Qué haría ahora, en esta etapa de postolimpismo descuajeringado? "Una de las pocas cosas que tengo claras es que hay que unir Barcelona y los 20 municipios del área metropolitana para tener más fuerza económica y autoridad política –explica–. La primera participación, pues, debería ser establecer un régimen de cooperación política de todos ellos".

REVUELTA EN OTRO PLANO

A él ya no le da el fuelle para eso. Y atrás quedaron los tiempos de agitador cultural todoterreno, capaz de pensar ciudad, presidir Edicions 62 y la Fundació Miró, abonar el FAD, resucitar el Ateneu Barcelonès y cerrar locales nocturnos. "Siempre fue un decidido ‘partidario de la felicidad’, como decía Gabriel Ferrater, un conspicuo hedonista", señala el editor Jorge Herralde, militante como él de la 'gauche divine', esa izquierda que almorzaba en Cadaqués, cenaba en el Flash Flash y bebía whiskis en Bocaccio.

Su paisaje es la plaza Reial, donde vive y a ratos se pone al timón del despacho. "Cuando me diagnosticaron el párkinson me gustó la perspectiva de tener una enfermedad lenta para poder viajar –explica–, pero a la hora de la verdad me encuentro con que estoy supeditado a la incapacidad física, así que desearía que fuera menos lenta esta enfermedad".  

Seguro que es una 'boutade' de las suyas, como el reclamo de convertir la Sagrada Familia en apeadero del AVE, afirmar que le gustan más las flores de plástico que las frescas o jurar que el turista que más le gusta es el de chancleta. 

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