41

RISTO MEJIDE

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Así se llamaría hoy mi disco si yo me llamase Adele. 41. Seguramente el número de copias que vendería si tuviese que interpretarlo con mi voz y no con la suya. 41. Hace esa pila de años, mientras el mundo escuchaba Angie de los Rolling Stones o se dejaba fascinar por un Dylan que cantaba Knocking on Heaven's Door, en nuestro país quienes lo petaban y muy fuerte eran Las Grecas con Te Estoy Amando Locamente. Y ahí que llegué yo, seguramente llorando por todo lo que todavía me quedaba por escuchar.

41. Son los grados que separan al ecuador de mi ciudad natal. La ciudad que me ha visto volver tantas veces siempre con la misma sensación: jamás debería haberme ido. Cuanto más me fui, más quise quedarme. 41. La misma latitud que tiene Estambul. O el estado de Nueva York. Misma distancia al mismo ecuador, pero tan distintos los climas. No sólo meteorológicos, sino políticos, sociales y hasta anímicos. Proteger el alma de los sitios. Otra asignatura pendiente, ya no de los políticos, sino de la humanidad.

41. Un problema muy grave si lo que miden es la temperatura corporal. Fiebre alta, según los médicos. Me estoy muriendo, según yo. La fiebre, esa batalla por la supervivencia que se libra siempre demasiado tarde y sin que nosotros la podamos evitar. El fracaso de todas las negociaciones bacteriológicas. El George W. Bush de nuestra agenda vital, que ahora se nos ha reencarnado en Hollande.

41. Que ya son años, ya. No es más que un número primo, dicen las matemáticas, siempre tan sutiles a la hora de calificar. Pero en fin, si tienen algo de bueno es haber llegado a superar la fatídica cifra anterior. Y digo fatídica por la sarta de tonterías que tienes que aguantar. Como si haber llegado hasta los 40 te obligase a ponerte a reflexionar de manera distinta a como lo venías haciendo. Franz Kafka murió a los 41. Y ahí sí que empezó su metamorfosis. 41 era también la edad que decía tener Chavela cuando decidió dedicarse a la música de manera profesional. Unos acaban a la edad que otros están empezando. Cualquier meta no es más que otra salida disfrazada de final.

41. Yo nací con 41. Y estoy convencido de que los he tenido toda mi vida. Ahora por fin me reengancho a la cifra que siempre supe. Porque no te imaginas lo incómodo que es vivir en tu edad cuando aún no la tienes. Y no me refiero a ser muy precoz en casi todas mis adicciones, que también. Me refiero a que la gente se piensa que te pasa algo, que estás mal, abatido, cansado, cascado o enfadado con la vida. Y no, sólo estás esperando que el calendario te dé la razón. Hoy, por fin, me la da. Hoy rechazo muchas más cosas de las que me atrevo a aceptar. Cuando antes era al revés. Hoy mi maleta es cada vez más pequeña, hoy llevar menos es más.

41. Y tengo que decirlo, me pillan muy cerca de donde quiero estar. Rodeado de gente a la que quiero y admiro. Haciendo cada día lo que me hace madrugar sin necesidad de ponerme el despertador. Disfrutando de cada minuto con alguien que pronto cumplirá sus 6 vueltas al sol y las 1.200 que a mí ya me da. Amando como nunca había amado antes, toelrrato. Y dándolo todo para que cada día no se parezca a ninguno de los que pueda recordar.

41. Un número muy similar a los invitados a esta cena. Estáis los que tenéis que estar. Es cierto que cada vez me falla más gente. Pero creo que eso es malo y bueno a la vez. Malo, porque hoy los echaremos mucho de menos. Y bueno, porque eso significa que la vida nos reclama en cada vez más sitios donde no podemos faltar. También, como cada año, hay gente que se estrena en esta cena y gente que, de tanto ignorarnos mutuamente, ha dejado de figurar. Ojo que no hay acritud ninguna, yo lo llamo peeling social. La variante sociológica de la selección natural.

41. Un número que no debería volver a contar. Y sin embargo, es el único que realmente cuenta. El único del que debo estar muy orgulloso y fardar, siempre que pueda, fardar. Porque si había alguna alternativa a cumplir los 41, era la alternativa de no llegar.