BARCELONA

Damnificadas por la prohibición de compartir su casa instan a Colau a un encuentro

La reformulación del Plan Especial Urbanístico de Alojamiento Turístico (PEUAT) puede dejar este próximo verano a miles de familias en la bancarrota si el Ajuntament de Barcelona no da marcha atrás en su intención de prohibir el alquiler de habitaciones en casas compartidas por períodos de menos de 31 días. 

Muchos turistas deciden alojarse en casas de personas locales para mejorar su experiencia en Barcelona

Muchos turistas deciden alojarse en casas de personas locales para mejorar su experiencia en Barcelona

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El diálogo como solución preventiva a un problema que puede “arrebatar la dignidad” a miles de personas en Barcelona. Ésta es la propuesta que pone sobre la mesa una de las damnificadas por la reformulación del Plan Especial Urbanístico de Alojamiento Turístico, y que insta a Ada Colau a sentarse, “porque hablando se arreglan las cosas”.

“Podría hacerme la viejita y pedir ayuda a los servicios sociales, pero dije: ‘yo por eso no paso’”. Rosa, una jubilada boliviana afincada en Barcelona desde 1990, ya sabe lo que es reunirse con la alcaldesa de Barcelona. En sus años en activo como educadora social, acompañó a un grupo de mujeres nicaragüenses afectadas por la situación política de su país y conoció en persona a Colau: “Es una persona que sabe escuchar”. Por eso, no duda en pedirle “que vea para quién están hechas las leyes: quiénes las cumplen y a quién perjudican con esta prohibición”. Porque, según sostiene, “es muy importante” que las autoridades sepan distinguir “entre las mujeres que compartimos nuestro hogar” y los “fondos buitres e inmobiliarias que han subido los alquileres”.

“No hay motivo para coartar nuestra libertad como personas”, afirma. “Estamos decidiendo cómo llevar nuestras vidas de una forma digna”. Desde la aprobación inicial del PEUAT el pasado mes de enero por la Comisión de Gobierno municipal, Rosa no ha podido desempeñar una actividad que considera como “un trabajo parcial”. Y no sólo por las “responsabilidades” que conlleva. También, obviamente, por los ingresos que complementan una pensión demasiado baja como para cubrir unos gastos a los que cada mes suma una partida que envía a su país natal. “Mi madre tiene 94 años y tengo un compromiso con mi cuñada, porque es ella quien se encarga de cuidarla”.

A Gabriela, su prestación de apenas 700 euros también le resulta insuficiente. La Seguridad Social no le cubre buena parte de las medicinas con las que combate los efectos secundarios que le provoca su tratamiento de cáncer de ovarios. A causa de su enfermedad, admite que no se puede “comprometer” con un huésped de larga duración, ya que necesita una habitación disponible para su hija en los días que tiene quimioterapia o cirugía. Mientras que, en otros, simplemente prefiere “no tener a nadie en casa”.

La decisión del gobierno municipal de prohibir estos alquileres de menos de 31 días, unida a la crisis motivada por la pandemia, no ha hecho sino acentuar su situación de vulnerabilidad y la dependencia de su yerno, quien mensualmente le envía una asignación para poder comer: “Por supuesto, esta situación me hace sentir muy mal. Pero sin poder alquilar, directamente no puedo vivir”. Por este motivo, Gabriela también pediría a Colau que estudie casos como el suyo, “antes de tomar una determinación tan drástica como la prohibición”.

De la salud mental de las personas, a la de los barrios


Afortunadamente, la situación de Ramón no es tan desesperada. Aunque admite que tanto él como su esposa pueden “vivir sin ello”, compartir su casa como anfitriones les ayuda a combatir la soledad. “Me llenaba el día, tengo cuatro hijos y los cuatro viven fuera desde hace años. En casa estamos mi mujer y yo, y la verdad es que esto está un poco triste”. Por eso, nada más jubilarse se animó a alquilar un par de habitaciones y un baño en su piso de Sagrada Familia a huéspedes de corta duración.

En la misma línea, Rosa coincide en que “hay gente que te alegra la vida”, que sus huéspedes la ayudan a mejorar su “salud mental”, y que echa de menos compartir con ellos ideas, historias y recomendaciones. “Los animamos a que consuman en las tiendas y restaurantes de aquí de toda la vida, a que cuiden de Barcelona, porque es nuestro hogar”, comenta.

“Los animamos a que consuman en las tiendas y restaurantes de aquí de toda la vida, a que cuiden de Barcelona, porque es nuestro hogar”

— Rosa, anfitriona de Airbnb en Barcelona

A sus 70 años, y después de toda una vida dedicado a la hostelería, Ramón también disfruta atendiendo las peticiones de sus visitantes y aconsejándoles establecimientos de su barrio “como la taberna Aitor o Els Portxos”. Mientras que Gabriela les invita a que, desde su piso en Sant Martí, den un paseo hasta la playa y revivan su misma experiencia comiéndose su primera paella “en un sitio que me encanta, delante de Bogatell, que frecuento desde hace 20 años”. 

Además de anfitriones como ellos, comercios y establecimientos como estos también se verán perjudicados con la implementación de un PEUAT que amenaza la reactivación económica de la ciudad. Un plan que privará a los barrios con menor renta per cápita de los 3 millones de euros que podrían repartirse con la recaudación de la tasa turística el consistorio y la Generalitat de Catalunya, y que pondrá en serio riesgo los 9.600 puestos de trabajo que se sostenían antes de la pandemia sólo con el gasto de estos huéspedes. “No me explico los motivos”, concluye Ramón. “Si quieren que hagan una regulación más estricta, que los anfitriones nos podamos inscribir. Pero prohibir por prohibir…”.