Movilidad

Una procesión diaria

Los barceloneses pasan de media más de un día al año metidos en un atasco de circulación

Retenciones a la entrada de Barcelona

Retenciones a la entrada de Barcelona / Ricard Cugat

ALBERTO GONZÁLEZ / Barcelona

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Ya podemos haber tenido un fin de semana de lo más reparador, que si empezamos el lunes metidos en un atasco, poco nos durará esa plácida sensación. Si además pasamos por ese mismo trago al regresar a casa y lo multiplicamos por cinco jornadas laborales, la rutina se convierte en insoportable. Sin embargo, aún son muchas las personas que, pese a tener a su alcance medios de transporte alternativos, siguen cayendo diariamente en el error de acceder a las grandes ciudades en vehículo privado, a sabiendas de la odisea que ello supondrá. 

Según datos del último Informe Anual de Medición del Tráfico (año 2015) que publica Inrix (empresa especializada en este cálculo), los españoles perdemos cada año una media de 18 horas en atascos. Esta cifra alcanza las 28 horas en el caso de Barcelona, donde se encuentran los dos tramos más congestionados de todo el país: 20 kilómetros de la B10 (comprendidos entre Montgat y la Zona Franca) y 15 kilómetros de la B23 (entre la avenida de la Diagonal y Molins de Rei). En las horas críticas, recorrer estos puntos negros de la red vial puede llegar a triplicar (o incluso más) lo que sería la duración normal.

A ese primer efecto negativo de los embotellamientos –la pérdida de tiempo– habría que añadir otros muchos, como la contaminación ambiental o el coste económico que supone (el gasto de combustible es mucho mayor debido a los constantes arranques que debe realizar el vehículo). Los expertos detallan incluso las consecuencias que los atascos tienen sobre la salud, que van desde los dolores de cuello, a la lumbalgia o la mayor irritabilidad.

Y, pese a todo ello, según las conclusiones del tercer Foro de Movilidad promovido por Alphabet (2016) el vehículo privado sigue siendo la opción de transporte más elegida por los españoles para acudir a la ciudad (en un 61%), con un notable incremento del 28% con relación al mismo estudio del año anterior.

OTRAS OPCIONES

Para intentar reducir las molestias causadas por estas caóticas riadas de vehículos, las administraciones públicas animan a los particulares a cambiar el coche por el transporte público colectivo, entre el que se encuentra el tren.

En este sentido, España cuenta con una de las mejores redes ferroviarias del mundo (ocupa el cuarto lugar, tras Japón, Suiza y Hong Kong), según la clasificación que realizó el año pasado el Instituto de Estudios Económicos (IEE) utilizando datos del Foro Económico Mundial. A los más de 3.000 kilómetros de líneas de alta velocidad, esta infraestructura suma en España más de 12.000 kilómetros de red ferroviaria convencional, que conecta las ciudades más importantes de forma rápida, económica, segura y sostenible.

Esos son los criterios que tuvo en cuenta Sandra Guerrero, vecina del municipio de Sitges, cuando hace dos años renunció al coche para ir a trabajar a Badalona: “Tenía que salir con mucha antelación por miedo a las caravanas. Además, el coche representaba mensualmente un importante gasto en gasolina, peajes y aparcamiento. Me sale mucho más económico el tren. Además, voy más directa y descansada, con la comodidad de poder aprovechar el trayecto para dormir, leer, avanzar trabajo, consultar las redes sociales o simplemente relajarme mirando el paisaje”. Por otra parte, añade Guerrero, “los accidentes ferroviarios son muy poco frecuentes, sin punto de comparación con la peligrosidad del coche privado” (en nuestro país fueron 1.160 las personas que se dejaron la vida en el asfalto durante el año pasado).

MEDIOAMBIENTE

Un último criterio para anteponer el ferrocarril como medio de acceso a nuestras ciudades es la reducción de la contaminación urbana, un objetivo al que todos los ciudadanos estamos llamados a contribuir. Y es que, en varias capitales españolas, la polución ha llegado a niveles insostenibles (la OMS recuerda que es la culpable del aumento de algunas enfermedades respiratorias agudas, como la neumonía, y otras crónicas, como el cáncer de pulmón o las dolencias cardiovasculares).

La mayoría de los barceloneses, por ejemplo, respira un aire más contaminado de lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud, según un informe presentado por la Agència de Salut Pública de Barcelona el año pasado. Este mismo trabajo confirma también que la ciudad supera los niveles recomendados por la autoridad sanitaria en dióxido de nitrógeno, partículas en suspensión, benceno, ozono y benzopireno, cinco contaminantes que ponen en riesgo la salud de la ciudadanía.

En el polo opuesto, el ferrocarril ha demostrado ser el medio que menos emisiones produce, tal y como detalla un estudio presentado por el metabuscador de viajes Gopili.es. Según esta fuente, el promedio de emisiones de CO2 del tren es de 30 gramos por persona y kilómetro. Una cifra que asciende a 93 gramos para el autobús, a 124 para el coche y a 213 para el avión.

Según cifras ofrecidas por Renfe, el número de viajeros de la empresa equivale a un ahorro de 1,33 millones de toneladas de dióxido de carbono, 91 millones de circulaciones de coches o dos millones de autobuses.