NEGOCIO ESPACIAL
La multiplicación de satélites amenaza la astronomía
Michele Catanzaro
Periodista
Michele Catanzaro
El pasado 21 de junio, un enorme haz de luces cruzó el cielo de la villa extremeña de Trevejo. Los supuestos ovnis resultaron ser unos satélites artificiales de 'Starlink', un proyecto impulsado por el magnate Elon Musk. El acontecimiento causó inquietud en Extremadura, una comunidad que ha apostado por el turismo astronómico.
La empresa de Musk tiene permiso para lanzar hasta 12.000 satélites. Los centenares que ya tiene en órbita se hacen notar. Este julio, un fotógrafo difundió una imagen del cometa Neowise, cruzada por decenas de trazas luminosas de satélites de 'Starlink'. En noviembre del 2019, el Observatorio de Calar Alto (Almería) captó la misma "cadena de perlas". "El paso de estos satélites te puede arruinar una observación", afirma Jorge Núñez, catedrático de Astronomía de la Universitat de Barcelona.
Núñez forma parte de un grupo de trabajo creado por la Sociedad Española de Astronomía (SEA) para abordar el problema. Starlink es solo uno entre diversos proyectos de "constelaciones de satélites", como 'Kuiper' o 'OneWeb'. La Unión Internacional de Astronomía considera estos proyectos "preocupantes".
El número de satélites previstos supera la cantidad de objetos enviados al espacio en toda la historia (alrededor de 9.000, según Naciones Unidas). "En cualquier tarde de observación se ven satélites, pero cuando tengamos diez veces más el problema será diez veces más grande", afirma David Galadí, astrónomo del Observatorio de Calar Alto y miembro del grupo de la SEA.
Internet para zonas remotas
La miniaturización y abaratamiento de la tecnología ha permitido una nueva estrategia (<em>new space</em>) basada en lanzar muchos dispositivos pequeños. Las constelaciones están hechas de microsatélites que pesan unos centenares de kilogramos y tienen alrededor de un metro de ancho.
Con esta tecnología, se puede proporcionar conexión a internet a zonas remotas donde no llega la fibra óptica, penetrando en mercados como África, China o India.
"Hay problemas de comunicación, comida o recursos, que son costosos de resolver desde la tierra y se pueden solucionar desde órbita", explica Gerardo Richarde, cofundador de la empresa Satellogic, que planifica lanzar 300 microsatélites para monitorear campos agrícolas, zonas naturales e infraestructuras.
No todos los satélites tienen por que ser visibles. Una simulación del European Southern Observatory (ESO) con 25.000 satélites ha concluido que solo unos 300 estarían encima del horizonte visible y la mayoría tendrían un brillo tenue.
Además, los dispositivos se ven sólo al anochecer o al amanecer, antes de salir del cono de luz del Sol. Las "cadenas de perlas" son muy luminosas poco después de su lanzamiento. Cuando alcanzan su órbita final, su luz es menos intensa. "La afirmación de que habrá más satélites que estrellas en el cielo no es verdad", zanja Andrew Williams, coautor del estudio de ESO.
Sin embargo, eso no resuelve el problema. Las órbitas finales suelen estar bastante cercanas a la superficie terrestre. Por esto, se seguirán notando en sitios especialmente oscuros y en las fotografías astronómicas.
"El mundo tiene que preguntarse qué derecho tiene una empresa de cambiar el cielo de forma permanente", reflexiona Williams. "La humanidad tiene derecho de disfrutar del paisaje natural como parte de su patrimonio", afirma Galadí.
También la ciencia se vería afectada. En algunos observatorios, se debería tirar hasta una tercera parte de las imágenes del anochecer. "Se perderá ciencia: puede pasar que intenten observar una señal y no puedan", observa Galadí.
Negociación con Musk
Musk se ha mostrado sensible al problema y su empresa está experimentando un sistema (DarkSat) para oscurecer los satélites. No es fácil, porque el negro sobrecalienta los aparatos.
Por su parte, los astrónomos piden más transparencia sobre lanzamientos y trayectorias, para apagar sus telescopios a tiempo y poner en marcha sistemas automáticos que eliminen las trazas de los satélites de las imágenes, cuando es posible.
Sin embargo, estas medidas pueden restar horas de observación y sumar horas de procesado de imagen cada noche, con unos costes importantes para la ciencia. "¿Quien pagará por estos esfuerzos?", se pregunta Williams.
De momento, nadie ha planteado que las empreses paguen algo. Tampoco existen acuerdos internacionales que regulen el número de satélites o su luminosidad.
"Intentar que una legislación establezca prohibiciones es imposible. Si lo hiciera Estados Unidos, las empresas se irían a China. Y viceversa", constata Núñez. Ante este escenario, la Asociación Astronómica de Estados Unidos ha optado por sentarse a negociar con Musk, esperando que se establezcan unas buenas prácticas.
Sin embargo, hay quienes no están conformes. "Se pretende que Internet llegue a África y Asia de la mano de países ajenos y empresas extranjeras, fuera del control de la población usuaria. Es un modelo profundamente injusto y sin control democrático", concluye Galadí.
Los impactos en la ciencia
Estos dispositivos fotografían grande porciones del cielo, buscando explosiones de supernovas, emisiones de rayos gamas o colisiones que generan ondas gravitacionales. El mayor observatorio de esta clase, el Vera Rubin que se está construyendo en Estados Unidos, quedaría casi fuera de juego. La luz de tantos satélites saturaría un tercio de sus fotografías durante el anochecer.
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