AVANCES DE CIENCIA

La desconocida "vida" de las plantas

ciencia    El reino ignorado  de David G  Jara

ciencia El reino ignorado de David G Jara

David G. Jara

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Extracto de 'El reino ignorado. Una sorprendente visión del maravilloso mundo de las plantas' 

Selección a cargo de Valentina Raffio

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Prólogo

«¿Sabías que B. se ha convertido en un vegetal?», decía uno. «Por supuesto, estoy al corriente. Un vegetal, en efecto, un vegetal». La palabra «vegetal» debía de resultar agradable al paladar de esos augures, pues había reaparecido varias veces entre dos bocados de tostada con queso fundido. En cuanto al tono, se sobrentendía que solo un necio podía ignorar que en lo sucesivo yo tendría más que ver con el comercio de verduras tempranas que con la compañía de los hombres.

El anterior fragmento corresponde a un párrafo del libro escrito por el periodista francés Jean-Dominique Bauby, que en nuestro país apareció en los estantes de las librerías bajo el nombre de La escafandra y la mariposa. Bauby ejercía como editor jefe de la famosa revista de moda y belleza Elle cuando sufrió un derrame en el tronco cerebral que lo dejó en coma durante varias semanas. Al despertar del forzado letargo, se encontró atrapado dentro de un cuerpo inmóvil, incapaz de hablar y de moverse; tan solo el ligero parpadeo de su ojo izquierdo denotaba que dentro de aquella estática carcasa de carne y hueso aún habitaba un ser consciente. Bauby padecía el denominado «síndrome de enclaustramiento» y a pesar de la incapacidad para mover un solo músculo (a excepción del párpado izquierdo), todas sus funciones cognitivas se encontraban intactas. Cualquiera que hubiera visto a Bauby en aquellas condiciones habría pensado, como los augures de su libro, que aquel era un ser inerte carente de toda capacidad para interaccionar con el exterior, tan similar a un vegetal que solo la ausencia del verde de la clorofila y el pelo —cada vez más escaso— que le cubría parcialmente el cráneo permitían diferenciarlo de las mismas plantas con las que las visitas habían decorado la habitación.

Sin embargo, tal percepción habría sido totalmente errónea, radicalmente desacertada, porque, bajo aquella escafandra en la que se había convertido lo que poco tiempo antes era un cuerpo sensible que temblaba con el frío y se estremecía con cada caricia, batallaba la mariposa de la conciencia de un ser racional, aleteando angustiada entre miedos, recuerdos, deseos e incertidumbres, y con la imperiosa y humana necesidad de mostrarse al exterior. Tan intensa era la llama de vida que ardía dentro del inmóvil cuerpo de Bauby que, a pesar de todas las limitaciones, haciendo uso del sutil parpadeo de su ojo siniestro y de las letras que pacientemente le mostraba su ayudante, consiguió reflejar en las páginas de un libro la enorme cantidad de sentimientos e ideas que borbollaban incesantemente en su conciencia durante tan brutal episodio de su vida.

"Pero el error de considerar a Bauby un ser inerte se acrecienta aún más al querer compararlo con un vegetal; pues, aunque algunos vean a las plantas como simples materiales pasivos e insensibles que ornamentan parques y jardines, lo cierto es que el mundo vegetal no puede ser más complejo, dinámico y sensitivo"

David G. Jara

— "El reino ignorado. Una sorprendente visión del maravilloso mundo de las plantas" (Ariel, 2018)

Pero el error de considerar a Bauby un ser inerte se acrecienta aún más al querer compararlo con un vegetal; pues, aunque algunos vean a las plantas como simples materiales pasivos e insensibles que ornamentan parques y jardines (como si de fuentes o frías estatuas de mármol se tratara), lo cierto es que el mundo vegetal no puede ser más complejo, dinámico y sensitivo. Las plantas están continuamente interaccionando con un entorno cambiante, poseen una gigantesca cantidad y diversidad de comportamientos, y han desarrollado las más sorprendentes adaptaciones, que les han permitido colonizar todos los ecosistemas de este planeta. 

En realidad, utilizar la palabra «vegetal» como sinónimo de «inerte» o «pasivo» constituye un error muy generalizado en nuestra sociedad, pero no es sino el reflejo en el lenguaje de la creciente desvinculación del ser humano con la naturaleza. Cabe señalar que el alejamiento entre uno y otra no ha sido físico (nunca hemos dependido de las plantas tanto como ahora), sino emocional: no vemos a las plantas como los increíbles organismos que en realidad son, sino como un inagotable manantial que nos suministra la materia prima con la que saciar nuestras necesidades. El absoluto desconocimiento sobre ellas —o, mejor dicho, la profunda falta de interés que muchos individuos de nuestra especie muestran hacia el extraordinario reino de las plantas— nos ha arrastrado a situar a tan complejos organismos al mismo nivel que los minerales, las rocas o los metales: en el estante de lo útil pero inerte.

"En realidad, utilizar la palabra «vegetal» como sinónimo de «inerte» o «pasivo» constituye un error muy generalizado en nuestra sociedad, pero no es sino el reflejo en el lenguaje de la creciente desvinculación del ser humano con la naturaleza"

David G. Jara

— "El reino ignorado. Una sorprendente visión del maravilloso mundo de las plantas" (Ariel, 2018)

Otra forma de mirar a la plantas —radicalmente opuesta a la primera, aunque igualmente equivocada— es la que atribuye a los vegetales características y cualidades que solo se encuentran en el ser humano. Sin duda podríamos discutir si la solidaridad, la empatía, la inteligencia o el sufrimiento se manifiestan de algún modo en determinados animales, pero no es el caso de las plantas (por muy hermosa que esta idea pudiera resultar), pues carecen tanto de sistema nervioso como de tales atributos. Lo cierto es que no deja de resultar curiosa la capacidad que tenemos los humanos para decantarnos entre dos posturas extremas, y, a menudo, también equivocadas. En realidad, se trata de dos tipos de ignorancia que brotan del mismo pozo de desconocimiento y que son los causantes de que el vegetal sea un reino doblemente ignorado.

El objetivo de este libro es analizar el extraordinario mundo de las plantas, valiéndose para ello de la herramienta más eficaz que conocemos a la hora de elucidar los interrogantes que constantemente retan a nuestro entendimiento y que, además, nos permite interpretar con cierto grado de fiabilidad la realidad bajo la que nos desenvolvemos: la ciencia. No os voy a engañar: este es un libro de ciencia, en el que vamos a hablar de química, de genética, de toxicología, de evolución… y, por supuesto, de plantas. Mas no se trata de un manual de botánica ni de una simple recopilación de artículos científicos dirigidos a especialistas en la materia, sino de un libro escrito para todos los públicos, en el que, desde un enfoque científico, se nos revelarán las maravillas de un mundo sorprendente e ignorado, a la vez que se nos proporcionará la capacidad para discriminar entre lo real, lo probable y lo meramente inventado. A través de las páginas de este libro iremos descubriendo el complejo universo vegetal, porque las plantas son mucho más que unos simples objetos inertes que aliñamos con aceite y vinagre o que colocamos en jarrones para decorar la habitación de un enfermo. Aunque no se emocionen con la música clásica, ni sientan dolor ni empatía, y pese a que en muchos aspectos poco tengan que ver con las experiencias y los sentimientos humanos, las plantas conforman un grupo de seres extraordinarios que observan y se comunican, capaces de recordar acontecimientos, engañar y defenderse de sus depredadores, adaptarse a las condiciones ambientales más extremas, asociarse con todo tipo de organismos, capturar animales como el más eficaz cazador y aprovecharse —como el más avezado gorrón— de sus congéneres. 

"Aunque no se emocionen con la música clásica, ni sientan dolor ni empatía, y pese a que en muchos aspectos poco tengan que ver con las experiencias y los sentimientos humanos, las plantas conforman un grupo de seres extraordinarios que observan y se comunican, capaces de recordar acontecimientos, engañar y defenderse de sus depredadores, adaptarse a las condiciones ambientales más extremas, asociarse con todo tipo de organismos, capturar animales como el más eficaz cazador y aprovecharse —como el más avezado gorrón— de sus congéneres"

David G. Jara

— "El reino ignorado. Una sorprendente visión del maravilloso mundo de las plantas" (Ariel, 2018)

El reino ignorado está formado por quince capítulos escritos para poder ser leídos de forma totalmente independiente, de modo que el lector pueda elegir el camino por el que desea acercarse al mundo de las plantas. No obstante, bajo lo que a priori pudiera parecer una distribución anárquica de los contenidos subyace un orden cuyo conocimiento puede resultar de ayuda para algunos lectores. Así, los cuatro primeros capítulos del libro desarrollan diferentes aspectos relativos a los mecanismos de defensa que emplean las plantas para protegerse de sus depredadores, y que muestran la enorme versatilidad y complejidad de su comportamiento. Los capítulos que van desde el quinto hasta el séptimo versan sobre los distintos mecanismos que utilizan las plantas para interaccionar con su entorno: la comunicación, la percepción de la luz y la memoria de los vegetales. Desde el capítulo octavo hasta el undécimo se presentan las múltiples estrategias que implementan los vegetales para adaptarse a las más inverosímiles condiciones de su entorno. Finalmente, los últimos cuatro capítulos del libro abordan otros aspectos de las plantas que complementan y completan los contenidos presentados en los apartados anteriores.

Un último aspecto que deseo reseñar es que, aunque en el libro se haya incluido una importante cantidad de imágenes que ayudan a comprender los conceptos e ideas que a lo largo de sus páginas han sido presentados, la gigantesca cantidad de organismos —ya sean plantas, insectos, arácnidos…— a los que se hace referencia en el texto hacen recomendable disponer de algún dispositivo que nos permita acceder a internet para, de ese modo, ser capaces de poner «cara» a muchos de estos seres que, sin duda, nos serán desconocidos.

Dame veneno que quiero morir

Dentro de un confortable mundo disconforme que, sumido en un lamento perpetuo, ha hecho de la queja su eslogan predilecto, tengo que admitir que adoro mi trabajo. Y aunque desde fuera pudiera parecer que las razones que justifican mi amor por la docencia se llaman «julio» y «agosto», lo cierto es que todo aquello que diariamente aprendo junto a mis alumnos en el aula compensa con creces los pequeños sinsabores que invariablemente van asociados a esta profesión. En realidad, la ocupación de docente —como cualquier otra a la que dediquemos nuestra vida— presenta una multitud de aspectos positivos, pero también algunas dificultades. Probablemente la labor más complicada a la que los profesores debemos enfrentarnos no sea, como a priori pudiera parecer, la de tratar con una muestra abigarrada de adolescentes que hacen de la atención a la diversidad una epopeya cuasiquimérica, sino la compleja tarea de combatir contra esas insidiosas preconcepciones con las que cada uno de ellos aterriza en el aula.

Hay un aspecto esencial dentro del ámbito pedagógico que los docentes tendemos a pasar por alto con cierta frecuencia: que nuestros alumnos no son simples vasijas vacías de conocimientos que debemos llenar a base de nuestra hipotética sabiduría, sino más bien todo lo contrario, y es que se trata de individuos poseedores de multitud de experiencias y conceptos previos que no podemos ignorar si de verdad queremos incidir en su aprendizaje vital. El objetivo del docente es elucidar las creencias erróneas que posee el alumno, y a partir de ellas tratar de ayudarlo a alcanzar un conocimiento válido y verdaderamente útil y significativo. 

Aun siendo conocedor de las múltiples, variadas y, sobre todo, predecibles preconcepciones que suelen manejar mis alumnos, no pude evitar sentir cierta sorpresa cuando, durante una de las clases que dedicamos a hablar sobre las drogas, la mayoría de ellos afirmaron considerar que fumar constituía un hábito nocivo, pero no así liarse un «peta» de marihuana. Y la justificación a tan sorprendente afirmación se asentaba sólidamente sobre la percepción generalizada de que el tabaco contiene multitud de productos químicos, mientras que la marihuana es… ¡natural!

"Y la justificación a tan sorprendente afirmación se asentaba sólidamente sobre la percepción generalizada de que el tabaco contiene multitud de productos químicos, mientras que la marihuana es… ¡natural!"

David G. Jara

— "El reino ignorado. Una sorprendente visión del maravilloso mundo de las plantas" (Ariel, 2018)

La falaz asociación entre natural y beneficioso, tan falsa y común como la vinculación de lo químico con lo dañino, no la detentan en exclusiva unos chavales de quince años, sino que por desgracia se encuentra profundamente arraigada dentro de las creencias que poseen las sociedades modernas. Preconcepción tan generalizada como profundamente equivocada, ya que existen cientos, miles de sustancias químicas que, como la tetrodotoxina del pez globo o la toxina que sintetiza la bacteria Clostridium botulinum, son tan naturales como la leche materna, pero que en una minúscula cantidad podrían terminar en cuestión de minutos con la vida de toda una colonia de naturópatas. Lamento contradecir a los integristas de lo natural, pero en la naturaleza podemos encontrar una multitud de sustancias tóxicas. Es más: si de lo que se trata es de localizar a un grupo de organismos capaces de fabricar los más potentes venenos, tendremos que volver nuestra sorprendida mirada hacia el hermoso y aparentemente apacible, inocuo y —nuevamente— natural reino de los vegetales, al que pertenecen tanto la planta del tabaco como la de la marihuana. 

Un simple vistazo a las plantas que se desarrollan a nuestro alrededor nos permitiría obtener un arsenal de armas químicas que ya quisiera para sí el más cruel grupo de terroristas. Es algo que no debería extrañarnos: los vegetales tienen muchísimos enemigos, así que, ante la imposibilidad de recurrir a la opción de salir por patas, han optado por la no menos acertada estrategia de fabricar una enorme variedad de venenos. El problema es que estamos acostumbrados a ver a los vegetales como unos seres inofensivos, y no como los ponzoñosos organismos que normalmente suelen ser. Esto se debe a que la inmensa mayoría de frutas, legumbres y verduras que diariamente consumimos han surgido de un proceso de selección artificial implementado por los humanos, durante el cual se ha ido eliminando la toxicidad natural que poseía la planta. En cambio, no os recomiendo que arriesguéis vuestra salud dando siquiera un pequeño mordisco a alguna de las plantas que decoran nuestras casas, balcones y jardines, puesto que la mayoría de ellas, junto con la singular belleza de sus flores, mantienen una letal toxicidad.

"Lamento contradecir a los integristas de lo natural, pero en la naturaleza podemos encontrar una multitud de sustancias tóxicas. Es más: si de lo que se trata es de localizar a un grupo de organismos capaces de fabricar los más potentes venenos, tendremos que volver nuestra sorprendida mirada hacia el hermoso y aparentemente apacible, inocuo y —nuevamente— natural reino de los vegetales, al que pertenecen tanto la planta del tabaco como la de la marihuana"

David G. Jara

— "El reino ignorado. Una sorprendente visión del maravilloso mundo de las plantas" (Ariel, 2018)

Una de esas plantas ornamentales que aúna una hermosa y atrayente fisonomía con la letalidad más refinada es la adelfa (Nerium oleander), la misma planta de porte arbustivo y grandes flores blancas o rosas que acostumbramos a observar separando ambos sentidos de las innumerables autopistas que cicatrizan la superficie de nuestro país. La adelfa es una planta nativa de las regiones mediterráneas poseedora de unas hojas similares, aunque más alargadas, a las del laurel; capaz de soportar estoicamente largos períodos de sequía, bruscas variaciones de temperatura y el insolente humo con el que diariamente la riegan los tubos de escape. Pero bajo tan extraordinaria belleza y pertinaz resistencia se esconde una planta dueña de una enorme variedad de sustancias químicas capaces de ocasionarnos un severo disgusto. En todas las estructuras del vegetal —pero especialmente en la raíz y en sus semillas— se acumulan una serie de compuestos que los químicos etiquetan bajo el nombre de «glucósidos cardíacos» y que, haciendo honor a su denominación, pueden dañar irreversiblemente el corazón de aquel que ose ir más allá de la simple contemplación de esta bonita planta.

Como nos enseñaron en el colegio, el latido del corazón implica la contracción y la relajación coordinada de las células cardíacas que lo conforman, mecanismo que permite el bombeo de sangre con la suficiente fuerza como para que el rojo fluido, llevando el oxígeno y los nutrientes, circule por todo el organismo. Para que se produzca la contracción del corazón, es necesario el movimiento de ciertos iones —en concreto, del catión sodio (Na+ ) y del catión potasio (K+ )— entre la membrana de las células cardíacas y el medio extracelular. Este trasiego de iones entre el interior y el exterior de la célula se lleva a cabo a través de un transportador de iones situado en la membrana de las células cardíacas: la bomba de Na+ /K+ . Con un poco de imaginación podremos visualizar este transportador de iones como si fuera una especie de minúsculo túnel que atraviesa la membrana, y a través del cual entran y salen los iones en la célula. Y, del mismo modo, podremos pensar en los glucósidos de la adelfa —en uno en especial: la oleandrina— como las rocas que taponan la entrada y la salida de este microscópico pasadizo celular.

"Una de esas plantas ornamentales que aúna una hermosa y atrayente fisonomía con la letalidad más refinada es la adelfa (Nerium oleander), la misma planta de porte arbustivo y grandes flores blancas o rosas que acostumbramos a observar separando ambos sentidos de las innumerables autopistas que cicatrizan la superficie de nuestro país"

David G. Jara

— "El reino ignorado. Una sorprendente visión del maravilloso mundo de las plantas" (Ariel, 2018)

En mis frecuentes viajes entre Ávila y Madrid, aburrido y poseído por ese espíritu agorero que parece acompañarme cada vez que me pongo al volante con la hora justa para llegar a una reunión, a veces me da por pensar en el gigantesco atasco que se originaría si las rocas desprendidas de la montaña bloqueasen las entradas al túnel de Guadarrama. Pues un embotellamiento de similar significación se produce en las células del corazón cuando la bomba de Na+ /K+ es inutilizada por los tóxicos de la adelfa. Solo que, en tal caso, no serán encolerizados conductores, sino diminutos iones de Na+ los que comenzarán a acumularse en el interior de las células del corazón. Y las consecuencias de tan tremendo atasco tampoco serán injustos insultos emitidos contra los hados, ni interminables y desesperados bocinazos, sino arritmias, taquicardias e, incluso, un daño cardíaco irreversible.

La toxicidad de la oleandrina en los humanos no está adecuadamente establecida, si bien se cree que la cantidad de esta sustancia contenida en una sola de las hojas de la adelfa bastaría para terminar con la vida de un niño pequeño. Mas lo cierto es que las intoxicaciones —accidentales o voluntarias— con las hojas, semillas o flores de la adelfa no son para nada habituales, y, cuando esto sucede, rara vez suelen conducir hasta la muerte. Más allá de algunas historias que han pasado de boca en boca —y en las que se ensalzaba el valor patriótico de aquellas mujeres españolas que «amablemente» cocinaron con adelfa para los soldados franceses que se encontraban a las órdenes de Napoleón—, la realidad es que los fríos datos parecen indicar que no es tan sencillo morir envenenado por esta planta. Y es que, en cuanto a venenos se refiere, la adelfa es una simple aficionada; desde luego, nada tiene que ver con profesionales de la ponzoña como el Conium maculatum, un nocivo y peligroso vegetal que probablemente nos resulte algo más familiar con el nombre común de… cicuta.