AVANCES DE CIENCIA

Gracias, mamá, por mis microbios

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Ignacio López-Goñi

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Extracto de 'Microbiota. Los microbios de tu organismo', de Ignacio López-Goñi (Editorial Guadalmazán, 2018).

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No hay nada como una madre

Ya hemos visto quiénes están ahí, pero ¿de dónde vienen?, ¿cómo entran en nuestro cuerpo? Desde el mismo momento del nacimiento, comenzamos a reunir nuestros propios microbios, que serán distintos de los de otras personas. Formarán nuestro conjunto de microbios: bacterias, virus, hongos, protistas y otros microorganismos. La composición de nuestra microbiota va a depender de muchos factores: de cómo hayamos nacido, de la dieta que tuvimos cuando éramos bebés, del uso de antibióticos cuando éramos pequeños, del ambiente en el que crecimos e incluso de los que vivían con nosotros y de si tuvimos mascotas.

El primer contacto con los microbios lo heredamos de nuestra propia madre. Durante más de un siglo, la idea de que el útero materno era una especie de santuario estéril en el que se desarrollaba el feto y que el recién nacido adquiría sus microbios durante el momento y después del parto ha sido aceptado como un dogma. Según esto, los bebés nacen estériles y adquieren sus microbios de forma vertical —directamente de la madre conforme pasan por el canal del parto— y horizontalmente —de otros humanos y del ambiente después de nacer—. Fue ya en 1885 cuando Theodor Escherich describió que el meconio —las primeras heces del bebé nada más nacer— estaban libres de bacterias viables, lo que sugería que el feto humano se desarrolla dentro de un ambiente estéril. En algunos trabajos posteriores se encontraron bacterias en el meconio y se pensaba que eran por contaminaciones en el momento de la toma de muestras o mientras eran procesadas. La presencia de bacterias en la placenta o en el líquido amniótico era consideraba una infección o una contaminación originada durante la expulsión. La placenta se consideraba una barrera protectora del feto contra los microbios patógenos que pudiera haber en la sangre de la madre. De hecho, la placenta tiene una serie de características anatómicas, fisiológicas e inmunológicas que evitan la contaminación bacteriana, que previenen y combaten la amenaza microbiana y que solo puede ser atravesada por algunos patógenos especializados en ello. 

El hecho de que desde hace años se puedan obtener en el laboratorio animales libres de microbios desde su nacimiento en ambientes estériles —no solo ratones y ratas, sino también cobayas, conejos, perros, gatos, cerdos, cabras, ovejas, marmotas y chimpancés— es una evidencia de que en los mamíferos no ocurre una transferencia de microbios desde el útero materno. ¿Y en humanos? ¿Se han conseguido humanos libres de microbios desde su nacimiento? Pues sí. La verdad es que obviamente son casos muy raros, pero en 1969 se describió el primer caso de un bebé con una enfermedad inmunológica grave que nació por cesárea en una cámara de aislamiento y que se mantuvo durante seis días en aislamiento estéril completo. Durante ese tiempo, se demostró la ausencia de bacterias en el bebé por test microbiológicos clásicos. 

"Algunos estudios recientes que han empleado técnicas moleculares de amplificación y secuenciación de genes sugieren que existen comunidades bacterianas en la placenta, en el líquido amniótico, en el cordón umbilical y en el meconio en embarazos sanos sin signos de infección o inflamación. Estos descubrimientos han hecho que muchos científicos hayan cambiado del paradigma del útero estéril al de la colonización dentro del útero, una hipótesis que cambia radicalmente nuestra idea de cómo adquirimos nuestros primeros microbios"

Ignacio López-Goñi

— "Microbiota. Los microbios de tu organismo" (Editorial Guadalmazán, 2018)

A pesar de todos estos hechos, algunos estudios recientes que han empleado técnicas moleculares de amplificación y secuenciación de genes sugieren que existen comunidades bacterianas en la placenta, en el líquido amniótico, en el cordón umbilical y en el meconio en embarazos sanos sin signos de infección o inflamación. Estos descubrimientos han hecho que muchos científicos hayan cambiado del paradigma del útero estéril al de la colonización dentro del útero, una hipótesis que cambia radicalmente nuestra idea de cómo adquirimos nuestros primeros microbios. Según esta nueva hipótesis, el útero contiene su propia microbiota, que contribuye a la colonización del feto. Existe por tanto lo que podríamos denominar un «microbioma fetal» en el útero, aunque todavía poco caracterizado. Con estás técnicas se ha encontrado ADN microbiano en la placenta, el líquido amniótico, el meconio y el calostro —la primera leche que produce la madre después del parto—. Los géneros bacterianos más frecuentes en la placenta y el líquido amniótico suelen ser Enterobacter Escherichia, seguido de Propionibacterium. Algunos autores han propuesto varias rutas por las que las bacterias de la madre se pueden mover hasta la placenta y colonizar el feto en el útero, desde el tracto genital, a través de la sangre de la madre o dentro de células inmunes desde el intestino o la boca. 

Por tanto, no nacemos estériles, sin microbios, sino que ya desde que estábamos en el útero materno teníamos microbios que, lógicamente, habíamos heredado de nuestra madre. No solo los genes, el color de los ojos o la forma de la nariz, de tu madre también has heredado los primeros microbios. No obstante, hay quien no acepta esta nueva idea de que las bacterias colonizan al bebé cuando está en el útero antes de nacer. Algunos creen que todos los datos de presencia de ADN microbiano se deben a contaminaciones y que lo que realmente están detectando son productos bacterianos como el ADN en vez de bacterias vivas y viables. Sea como fuere, dentro del mismo útero o en el momento del parto, de lo que no hay duda es de que los primeros microbios los heredamos de nuestra madre.

"Por tanto, no nacemos estériles, sin microbios, sino que ya desde que estábamos en el útero materno teníamos microbios que, lógicamente, habíamos heredado de nuestra madre. No solo los genes, el color de los ojos o la forma de la nariz, de tu madre también has heredado los primeros microbios"

Ignacio López-Goñi

— "Microbiota. Los microbios de tu organismo" (Editorial Guadalmazán, 2018)

El modo en el que nacemos también puede haber influido en nuestra microbiota, sobre todo en las bacterias que primero colonizan nuestro intestino. Se ha comprobado que la microbiota intestinal de bebés que nacen por cesárea —sin ruptura del saco amniótico ni membranas— es más parecida a los microbios de la piel de la madre. Por el contrario, la microbiota de los niños que nacen de forma natural por vía vaginal es más parecida a los microbios de la vagina de la madre, en la que domina la bacteria Lactobacillus. O sea que, en el momento de nacer, el bebé también recolecta los microbios de su madre, de la piel si nace por cesárea o de la vagina si es un parto natural. Así, el intestino de los bebés por cesárea comparado con el de los nacidos de forma natural es más rico en Staphylococcus y Propionibacterium, menos en Bacteroides y Bifidobacterium, y es más fácil que sea colonizado por patógenos como Clostridium difficile. Este patrón diferente en la microbiota intestinal se mantiene durante al menos los primeros años del bebé y se ha sugerido que puede incluso influir en una mayor predisposición a sufrir obesidad o asma en los niños nacidos por cesárea. También se ha demostrado que la edad de gestación puede influir en la microbiota intestinal del bebé: la estructura de la microbiota es diferente en los bebés prematuros y en los que nacen al final del embarazo. 

Aunque no está del todo clara esta relación entre el modo de nacer, la microbiota y la frecuencia de enfermedades, en algunos hospitales se ha puesto de moda la práctica de embadurnar al bebé con los microbios de la vagina de la madre cuando nace por cesárea. Se trata de asegurarse de que el bebé tendrá los mismos microbios que habría tenido si hubiera nacido de forma natural. Para ello, una hora antes de la operación, colocan una gasa estéril en la vagina de la madre y la dejan hasta que comience la cesárea. Entonces la colocan en un contenedor estéril y, pocos minutos nada más nacer el bebé, lo embadurnan por todo el cuerpo con la gasa llena de los microbios de la madre. Obviamente no es lo mismo que estar en contacto con la microbiota vaginal en un parto natural, pero esta práctica parece que enriquece la microbiota del bebé en bacterias del grupo de los Lactobacilos y los Bacteroides, dos grupos de bacterias saludables que suelen estar disminuidas en la microbiota de bebés nacidos por cesárea. Sin embargo, hay dudas sobre la efectividad real de esta práctica. Por una parte, el número de estudios que se han realizado es muy pequeño y es necesario analizar lo que pasa con un número mayor de bebés. Por otra parte, parece que esta práctica afecta menos a la composición de los microbios intestinales que a los de otras partes del cuerpo del bebé. Además, de momento no hay forma de saber si embadurnar al bebé con microbios vaginales tendrá algún efecto en la salud futura del niño. Hay que asegurarse también de que la madre no sea portadora de algún microorganismo patógeno, que podría tener consecuencias desastrosas para el bebé. De momento, la relación entre el nacimiento por cesárea y su efecto en la salud son meras hipótesis interesantes. Yo personalmente no llevaría las cosas hasta el extremo de embadurnar al bebé con microbios de la vagina de la madre. 

Nada más nacer, los bebés no solo recolectan microbios de sus madres, sino de cualquier persona que los toque o de cualquier cosa con la que entren en contacto: la comadrona, el médico, el personal sanitario, y también el padre, los abuelos y el resto de visitas. Los bebés que nacen en casa estarán expuesto a microbios diferentes de los que nacen en el hospital. ¿Qué es mejor? Pues no lo sabemos, pero estas pequeñas diferencias —parto vaginal o cesárea, parto en casa o en el hospital— afectan a la composición de microbios del bebé y pueden tener un impacto en su salud. 

"Aunque no está del todo clara esta relación entre el modo de nacer, la microbiota y la frecuencia de enfermedades, en algunos hospitales se ha puesto de moda la práctica de embadurnar al bebé con los microbios de la vagina de la madre cuando nace por cesárea. Se trata de asegurarse de que el bebé tendrá los mismos microbios que habría tenido si hubiera nacido de forma natural"

Ignacio López-Goñi

— "Microbiota. Los microbios de tu organismo" (Editorial Guadalmazán, 2018)

Según acabamos de ver, nuestra microbiota comienza a formarse incluso antes de nacer y depende al principio de cómo hayamos nacido. ¿Y cómo influye la alimentación del bebé en la composición de sus microbios?, ¿hay diferencias si se le alimenta de forma natural con leche de la madre o con leche artificial con biberón?, ¿qué es mejor para sus microbios, amamantarle o darle biberón? Pues si, también influye que hayamos sido amamantados o que hayamos tomado biberón. La leche materna tampoco está estéril. En el calostro y en la leche de madres sanas se han llegado a identificar cientos de especies bacterianas distintas. El origen de esos microbios sigue siendo un misterio. Los bebés alimentados con leche materna tienen una microbiota enriquecida en Bifidobacterias y Lactobacilos, mientras que los que toman biberón tienen una comunidad bacteriana más diversa y con un aumento de otras bacterias como Escherichia coli, Clostridium y Bacteroides. Además, se ha visto que las bacterias que se aíslan de la leche de la madre y de las heces del bebé son semejantes. Cerca del 30 % de las bacterias intestinales del bebé vienen de la leche materna y otro 10 % de la piel de la madre, son bacterias que están alrededor del pezón de la madre. Son las bacterias de la leche materna las que acaban colonizando el intestino del bebé, al menos durante los primeros meses. Por tanto, el tipo de alimentación del bebé influye en los microorganismos de su intestino. Pero no solo eso, la misma leche materna ayuda también a alimentar a los propios microorganismos del bebé, actuando como un auténtico prebiótico. Uno de los componentes más abundante en la leche materna son los oligosacáridos, unas moléculas compuestas por unos pocos azúcares, que los bebés no pueden digerir durante los primeros meses.

¿Para qué sirven entonces? Estos oligosacáridos de la leche materna ayudan a que aumente la población de Bifidobacterias en el intestino del bebé y son predominantes durante los cuatro primeros meses de vida. Se ha descubierto además que algunas de estas Bifidobacterias tienen unas enzimas específicas y únicas, capaces de descomponer esos azúcares de la leche materna y usarlos como nutriente. Se trata de una auténtica relación simbiótica de los microbios del bebé y la composición de la leche de la madre, que a lo largo de millones de años han evolucionado de forma conjunta para hacer al bebe más saludable, especialmente a sus defensas. ¡Apasionante! Pero aún hay más: estos oligosacáridos son más que un alimento para los microbios del bebé. Hay datos que sugieren que los oligosacáridos actúan como antiadhesivos antimicrobianos, que previenen que los microbios patógenos como Streptococcus pneumoniae o Listeria monocytogenes se unan a la superficie de la mucosa del intestino del bebé. Así disminuyen el riesgo de una infección. La alimentación con leche materna protege además de la aparición de diarreas y de enterocolitis en el recién nacido, y se ha asociado a una reducción de riesgo de padecer inflamaciones intestinales. Parece por tanto que lo mejor no solo para la salud del bebé, sino también para los microbios es un parto natural y la leche materna. ¡No hay nada como una madre! Es importante alimentar a los microbios del bebé tanto como darle de comer al propio bebé.

"Estos oligosacáridos de la leche materna ayudan a que aumente la población de Bifidobacterias en el intestino del bebé y son predominantes durante los cuatro primeros meses de vida. [...] Se trata de una auténtica relación simbiótica de los microbios del bebé y la composición de la leche de la madre, que a lo largo de millones de años han evolucionado de forma conjunta para hacer al bebe más saludable, especialmente a sus defensas. ¡Apasionante! 

Ignacio López-Goñi

— "Microbiota. Los microbios de tu organismo" (Editorial Guadalmazán, 2018)

Compartes microbios con tu familia… y con tus mascotas

No nos damos cuenta, pero estamos continuamente expuestos y en contacto con los microbios. En las últimas décadas ha aumentado dramáticamente el tiempo que pasamos en el interior de nuestra casa, en la oficina o dentro de un edificio. Algunos calculan que el 92 % de nuestro tiempo lo pasamos en el interior de los edificios, por lo tanto los microbios a los que estamos expuestos proceden en su inmensa mayoría de ambientes interiores. Además, nosotros mismos vamos dejando microbios por donde pasamos: se calcula que una persona es capaz de emitir alrededor de un millón de pequeñas partículas cada hora, y la mayoría de esas partículas contienen bacterias. Existe un intercambio de microbios por el contacto directo entre nosotros, cuando nos tocamos, tocamos objetos comunes o respiramos el mismo aire de una habitación. Se ha comprobado que cada uno de nosotros está rodeado por una nube de microbios particular que nos acompaña y nos caracteriza. Para demostrar esto un grupo de investigadores analizaron la nube de bacterias alrededor de once personas sanas, que permanecieron en unas habitaciones desinfectadas, con aire filtrado y ventilación estéril controlada. Comprobaron que cada persona tiene su propia nube de bacterias, que es diferente del resto, de forma que se puede llegar a identificar a cada individuo según la composición de la nube de bacterias que le rodea. No sabemos cómo de extensa es esa nube, hasta dónde llega, pero algunos han estimado que puede alcanzar un diámetro de unos 90 centímetros. Por tanto, cada persona está rodeada por una nube de millones de microbios. Los microbios que nos encontramos a lo largo del día también dependen de la gente con la que convivas o, mejor dicho, de la nube de microbios de tu familia, de tus colegas y de los extraños con los que te cruces en la calle.

Para demostrar cómo se comparten los microbios entre personas que habitan en la misma casa, han estudiado la composición de la microbiota en la piel, la lengua y el intestino en muestras de 60 familias que conviven juntas, algunas con hijos y otras con perros como mascotas. Y han analizado también la microbiota en los perros de esas familias. Han comprobado que las personas que comparten la misma casa tienen una microbiota más parecida entre ellos que los individuos que no viven juntos. Los miembros de una misma familia tienden a tener el mismo nivel de diversidad bacteriana y comparten los mismos microbios. Además, los hijos primerizos tienen una microbiota menos rica y diversa que los hijos con hermanos mayores, lo que sugiere que la transferencia de bacterias entre hermanos es diferente conforme la familia va aumentando. Todo esto tiene bastante sentido, compartimos muchas cosas con nuestros padres, nuestros hijos y nuestros hermanos —no solo has heredado la ropa de tu hermano mayor—, también microbios, sobre todo los microbios de la piel. Al compartir el mismo ambiente también estamos compartiendo la misma comunidad microbiana, que está en las superficies, en nuestra «nube» o en el aire. 

"Los miembros de una misma familia tienden a tener el mismo nivel de diversidad bacteriana y comparten los mismos microbios. Además, los hijos primerizos tienen una microbiota menos rica y diversa que los hijos con hermanos mayores, lo que sugiere que la transferencia de bacterias entre hermanos es diferente conforme la familia va aumentando"

Ignacio López-Goñi

— "Microbiota. Los microbios de tu organismo" (Editorial Guadalmazán, 2018)

Por mucho que te empeñes en limpiar, barrer y pasar el aspirador, siempre hay polvo en una casa. Pero además, si tienes perro en casa la composición del polvo es diferente. Han comprobado que las personas que conviven con un perro comparten también microbios con ellos. La microbiota que se ve más influenciada por la presencia de las mascotas es la de la piel. Parece ser, por el contrario, que los microorganismos intestinales dependen más de la edad y de otros factores que del ambiente y de las personas que nos rodean. La microbiota de la piel de personas con perro se parece más a la de su perro que a la de otros perros que no convivan con ellos. Además, si tienes perro tienes en tu piel una composición microbiana diferente que si no tienes. Dos adultos que viven juntos y tienen perro comparten más microbios en su piel entre sí que dos adultos que no viven juntos y sin perro. Tener perro favorece el que compartamos entre nosotros los microbios de la piel. Tu microbiota va a depender por tanto de tu mascota. También compartimos microbios con el mejor amigo del hombre: el perro.

Pero hay más ejemplos de cómo intercambiamos microbios entre nosotros, algunos muy curiosos. Por ejemplo, se ha analizado qué pasa con los microbios de la boca cuando nos damos un beso íntimo, apasionado. El contacto boca a boca se observa en otros animales, en peces, aves y primates, pero el beso íntimo con contacto entre las lenguas e intercambio de saliva parece ser exclusivamente humano y es común en más del 90 % de las culturas. Algunos autores han sugerido que el beso íntimo podría ayudar a valorar y seleccionar afectivamente a tu futura pareja, según la sensación química que produzca la saliva. Otros han postulado que el beso íntimo ha evolucionado para proteger a la mujer embarazada contra peligrosas infecciones uterinas causadas por citomegalovirus, por ejemplo, que se trasmiten por la saliva: la exposición al virus antes del embarazo podría inmunizar a la madre y proteger al feto. En realidad son meras hipótesis y no sabemos la razón por la que los humanos nos besamos. Pero, ya sea para seleccionar nuestra pareja o para inmunizar a la madre, no cabe duda de que los microbios que residen en la boca cumplen un importante papel. En este estudio han analizado la microbiota de la lengua y de la saliva en 21 parejas después de un beso íntimo, pero bajo la atenta mirada de los investigadores. Han comprobado que después del beso las parejas intercambian parte de la microbiota de la lengua y que las bacterias del otro permanecen durante horas en la saliva de su nuevo inquilino. Les preguntaron también cuál era la frecuencia de sus besos en los últimos meses y parece ser que la microbiota de la saliva es más parecida en parejas que se besan mucho: cuanto más beses a tu pareja más se parecerá la composición de microbios de la saliva entre vosotros. Parece obvio…, pero había que demostrarlo. Incluso han calculado que son necesarios al menos nueve besos al día durante 1 h y 45 min para que el efecto en la microbiota en la saliva se mantenga. También han calculado el número de bacterias que intercambiamos en un beso. Para eso, prepararon un yogur con bacterias, Lactobacilos y Bifidobacterias, que habían marcado previamente, y se lo dieron a beber a una de las parejas. Después de un beso apasionado durante solo diez segundos, tomaron muestras del receptor y calcularon el número de bacterias del yogur que habían pasado de uno a otro. La conclusión fue que en un beso íntimo de solo diez segundos somos capaces de intercambiar unos 80 millones de bacterias. Así que ya sabes, cuando os deis un beso no solo estáis intercambiando todo vuestro amor, sino también algo tan íntimo como varios millones de vuestras bacterias.