AVANCES DE CIENCIA

Sexo creativo: una característica única de los humanos

la-chispa-creativa

la-chispa-creativa / Mark Thiessen/National Geographic Creative

AGUSTÍN FUENTES

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Extracto de “La chispa creativa” de Agustín Fuentes (Ariel, 2018, traducción de Joandomènec Ros) 

Selección a cargo de Michele Catanzaro

Si buscamos la palabra sexo en Google nos aparecerán aproximadamente 3.340 millones de resultados en 0,29 segundos. Esto representa casi el cuádruple de los resultados que se obtienen cuando se busca religión, tres veces cuando se busca política y aproximadamente el 50 por ciento más que muerte. Pero algo menos que alimento. Si la representación en internet nos dice algo acerca de lo que les importa a los humanos, entonces sexo y alimento son la mar de importantes. Pero no necesitamos que Google nos lo diga. El alimento y el sexo son los objetivos básicos de la vida para la mayoría de los organismos, no solo para los humanos. […]

El sexo hace sentirse bien. Y porque hace sentirse bien, muchos mamíferos van un poco más allá: se dedican al sexo con más frecuencia de la que es necesaria para reproducirse. A eso lo llamamos «sexo social», y tiene sus costes. Los animales que tienen más sexo social también tienen más infecciones de transmisión sexual (ITS). La actividad sexual aumentada significa que se corren más riesgos para la salud, una elección que podríamos pensar que pronto se extinguiría dado el coste evolutivo fundamental, aunque haga sentirse bien. Pero en animales muy sociales (como los cánidos, los cetáceos y los primates), por tener más sexo aparentemente vale la pena el riesgo de las ITS, y el sexo social es común. El hecho de que algunos grupos de animales acepten tan alegremente los riesgos de un aumento de la actividad sexual ha hecho que muchos investigadores crean que hay algo más que solo placer detrás del sexo social. Los primates figuran entre los campeones del sexo social del reino animal, de modo que no será una sorpresa descubrir que también son los campeones de las ITS del mundo animal. Todavía debería ser menos sorprendente saber que los humanos son los campeones de las ITS entre los primates. Nosotros, como especie, tenemos mucho sexo. Esto significa que tiene que ser realmente importante. Pero los humanos no solo tenemos más sexo: lo llevamos a un nivel totalmente nuevo. El autor Jared Diamond, en su libro de acertado título Why Is Sex Fun? The Evolution of Human Sexuality, lo expresa muy bien: «La sexualidad humana es [...] extrañamente insólita según los estándares de otras especies animales».

Los humanos también tienen sexo de muchas maneras diferentes. Entre los hombres y las mujeres de entre veinticinco y cuarenta y cuatro años de edad, el 98 por ciento han tenido sexo heterosexual con contacto entre genital y genital, el 90 por ciento han tenido sexo oral, entre el 36 y el 44 por ciento han tenido sexo anal, y entre el 6 y el 12 por ciento han tenido sexo homosexual. Estas cifras hacen que la mayoría de las demás especies del planeta parezcan mojigatas. Al llegar a los veinticuatro años de edad, una de cada tres personas activas sexualmente tiene al menos una ITS no relacionada con el VIH, y solo en los Estados Unidos se producen más de 19 millones de infecciones de transmisión sexual nuevas cada año. Resumen: los humanos tienen más ITS que cualquier otro organismo porque los humanos tienen más sexo, y más tipos de sexo, y más contextos para el sexo y más cuestiones con el sexo que cualquier otro animal. Nos vuelve locos.

El sexo es más que únicamente un acto, un objetivo o una pauta biológica; es una parte fundamental de nuestra vida. Escribimos sobre sexo, pensamos en sexo, hablamos de sexo, tenemos prohibiciones sobre sexo, y leyes, ideologías y conjeturas sobre el sexo. Vemos sexo en el que no participamos; pagamos por sexo; utilizamos el sexo como una herramienta, un arma y una práctica curativa. Somos tan creativos con el sexo que incluso hemos desarrollado una categoría distintivamente humana para confundir la biología básica del sexo: el género. […] Los humanos, como otros primates, se buscan mutuamente para la actividad sexual y tienen mucho sexo social. Pero aquí es donde terminan muchas de las semejanzas.

Nuestra sexualidad está ligada a las sociedades en las que vivimos; a las normas y leyes y sistemas de creencia en los que participamos; a las asociaciones, los vínculos y alianzas que formamos, rompemos y creamos de nuevo. Los humanos son la única especie de mamífero que conozcamos de la que un porcentaje de la especie tiene una orientación sexual homosexual consistente, y somos la única especie que toma votos de castidad (y que a veces los mantiene). Somos muy raros entre los primates porque a menudo formamos vínculos a largo plazo entre dos individuos que pueden relacionarse con el sexo y la reproducción. Somos únicos por tener conjuntos de asociaciones simbólicas entre el sexo, la edad, la ética, la moral y el comportamiento: para los humanos, cuándo, cómo, dónde y con quién tenemos sexo es muy importante, no solo para los individuos que practican el sexo, sino para sus comunidades y para la sociedad en su conjunto. Los humanos tienen una enorme gama de gustos, deseos y costumbres sexuales, muchos de los cuales están alejadísimos de nada que tenga que ver con la reproducción. Los humanos han tomado de los mamíferos el paquete básico asociado con el sexo, y los giros de los primates a dicho paquete, y han creado toda una nueva manera de practicar el sexo, de pensar en él, de representarlo, regularlo y personificarlo.

Para entender cómo es que nos hemos hecho tan creativos con el sexo, hay que comprender tres aspectos principales de la historia humana: la crianza de los hijos y la formación de vínculos, el género y el hecho de que para los humanos el sexo nunca es solo sexo. […]

Sexualidad ordinaria, cotidiana y creativa

En un remoto pasado de nuestro linaje primate, la actividad sexual se expandió un poco más allá de una lealtad exclusiva a la reproducción. El sexo social se convirtió en una parte importante de la interacción social en nuestros antepasados simiescos, y es probable que todavía más en nuestros recientes ancestros homininos. El cuerpo humano evolucionó para ser fisiológicamente capaz de dedicarse al sexo durante todo el año y durante la mayor parte de la vida. Los humanos desarrollamos sistemas de cuidado que redujeron las limitaciones impuestas por los costes energéticos de la reproducción. Desarrollamos evolutivamente un sistema que liberó el sexo de una relación directa con la fisiología y la crianza y permitió su uso más amplio como utensilio social. Entonces nos hicimos realmente creativos.

Los humanos desarrollamos por evolución la capacidad de formar vínculos estrechos y duraderos entre individuos que crean lazos fisiológicos y emocionales que se forjan, se rompen y se rehacen en parte mediante actividad sexual. Los humanos creamos el género, en el que machos y hembras adoptamos roles diferentes en la sociedad y las expectativas concomitantes acerca de cómo comportarse. El género creó una complejidad en cómo, con quién y cuándo tenemos relaciones sexuales los humanos. En la actualidad, la actividad sexual, o incluso la posibilidad de actividad sexual, puede darse por placer, por política, por poder o incluso solo por diversión. El resumen es que los humanos no tienen solo sexo; tienen «sexualidad».

La bióloga Anne Fausto-Sterling nos dice que «la sexualidad es un hecho somático creado por efecto cultural»; nuestro cuerpo y nuestros deseos están modelados por nuestra creatividad distintivamente humana. Día a día, o quizá noche a noche, los humanos participamos en la creación de nuestro paisaje sexual.

Nuestros deseos, atracciones y pasiones para dedicarnos a la actividad sexual son los más dinámicos del reino animal. Los humanos podemos sentirnos atraídos por un sexo, por ambos sexos, o por uno o ambos géneros, e incluso podemos alternar entre uno y otro. Somos los únicos mamíferos que conozcamos en tener un porcentaje consistente de individuos que se sienten atraídos exclusivamente por el mismo sexo en toda la especie. Los humanos desarrollamos asimismo preferencias por rasgos específicos que activan nuestro deseo sexual: rubias, morenas, parejas divertidas, chicos malos/chicas malas, gestos románticos, tacones de charol, abdominales de tabla de lavar, etcétera, etcétera. Para acabarlo de arreglar, los humanos tenemos toda suerte de actividad sexual consensuada más allá de la estimulación genital. Nos cogemos de la mano, coqueteamos, nos besamos, nos acariciamos, nos abrazamos, nos damos masajes, azotes, nos atamos y nos dedicamos a todo tipo de otras interacciones sexuales que no implican los genitales. El lado oscuro de este dinamismo es el hecho de que también tenemos todo tipo de actividad sexual no consensuada, violenta y coercitiva, y usamos el sexo para abusar, forzar, torturar y desmoralizar.

"La escritora Maria Popova nos dice que la creatividad es nuestra «capacidad de aprovechar nuestra reserva mental de recursos: conocimiento, intuición, información, inspiración y todos los fragmentos que pueblan nuestra mente... y combinarlos de maneras nuevas y extraordinarias."

Agustín Fuentes

— "La chispa creativa" (Ariel, 2018)

Muchos investigadores han intentado simplificar esta sexualidad humana asombrosamente compleja para igualarla al sistema sexual de otros mamíferos. Aducen que toda la diversidad en la sexualidad es solo un envoltorio para las pautas evolutivas de los mamíferos, básicas y subyacentes, de intentar tener tantas copias como sea posible de nuestro ADN en la siguiente generación. Para las hembras, la pauta es el deseo de criar con éxito a los costosos hijos haciendo que los buenos machos «los apoyen» o al menos inviertan en ellos y en el respaldo de sus descendientes. Para los machos, la pauta es desear inseminar a tantas hembras como sea posible para que su ADN se transmita a la siguiente generación. La mayoría de dichos investigadores estarán de acuerdo en que los humanos han añadido muchísima complejidad, pero siguen incondicionalmente aferrados a este paradigma de presiones evolutivas como la mejor base para comprender la sexualidad humana.

Este argumento tradicional se corresponde con los supuestos populares que de manera general se tienen en lo que se refiere a la sexualidad y a las relaciones humanas: nuestro cuerpo está destinado a encontrar parejas. Siguiendo esta línea de razonamiento, una vez se ha encontrado la mejor pareja, el cerebro y las hormonas empiezan a crear un tipo de instinto de apego que lleva al vínculo de pareja monógamo (que puede durar, o no), a los hijos y a la unidad familiar nuclear: un hombre, una mujer y sus hijos. Cuando uno o una encuentran a su pareja perfecta, la cascada química producida por evolución les llevará a una relación de vínculo de pareja. Después, la mayoría afirman que la pareja macho-hembra vinculados (con sus hijos) es la unidad evolucionada, o natural, de la familia humana; que el matrimonio es parte de la naturaleza humana, y que ahí afuera existe un compañero o compañera de vínculo de pareja para cada uno de nosotros. Las canciones y los relatos emotivos continúan perpetuando este punto de vista.

Otros biólogos evolutivos y antropólogos han puesto en duda esta perspectiva y han ofrecido otra extrema: que machos y hembras de manera natural están en desacuerdo, pues los machos desean tener tantos encuentros sexuales como sea posible y las hembras por lo general solo desean padres buenos (o potencialmente buenos). Toda una serie de supuestos acerca de los porqués y los cómos de la sexualidad masculina y femenina acompañan estas opiniones.

Sin embargo, no hay ningún respaldo robusto, ya sea antropológico, biológico o psicológico, para ninguna de estas dos posiciones.54 Son demasiado simples y no cuadran con lo que sabemos de la evolución humana. A lo largo de los últimos 1,5 millones de años, aproximadamente, el género Homo desarrolló un sistema de crianza que traspasó radicalmente los costes desde una hembra única a una gama más amplia de individuos. Un sistema de este tipo convierte el argumento de que una hembra se centra en conseguir un buen macho para la inversión paterna en irrelevante. Prácticamente no hay pruebas de la familia nuclear como residencia nuclear y unidad social en el registro arqueológico hasta fecha muy reciente (en algún momento entre los últimos miles de años y los últimos siglos). Aunque existen pruebas evolutivas sustanciales de que los humanos sí que buscan vínculos de pareja (desde el punto de vista social y fisiológico), dichos vínculos no implican necesariamente sexo, matrimonio, exclusividad, ni siquiera heterosexualidad. De modo que la suposición de que el vínculo sexual de pareja refleja el objetivo evolutivo básico de la reproducción es demasiado limitada. Por consiguiente, estas explicaciones tradicionales evitan totalmente la cuestión de género.

"La capacidad de innumerables individuos para pensar de manera creativa es lo que nos condujo a tener éxito como especie. Al mismo tiempo, la condición inicial de cualquier acto creativo es la colaboración"

Agustín Fuentes

— "La chispa creativa" (Ariel, 2018)

Los humanos hemos creado un conjunto de expectativas acerca de cómo debería comportarse la gente sobre la base de supuestos culturales acerca de su sexo biológico. Pero tales supuestos suelen depender de ideas incorrectas o al menos generalizadas en exceso acerca de lo que, desde el punto de vista biológico, significa ser macho o hembra. Y debido a ello, muchos humanos están en desacuerdo con los supuestos de género de su cultura. Esto no quiere decir que todas las conexiones entre género y sexo estén equivocadas (no lo están), sino que señala que, a lo largo del tiempo, los roles y pautas de género cambian, mucho más rápida y ampliamente que la biología real de ser macho o hembra. Esto significa que el género no es una cosa estática; cambia al igual que todas las demás pautas y procesos. Así, la sexualidad asociada con el género al que uno pertenece cambiará, como casi todo lo demás, a lo largo del tiempo.

A todo esto cabe añadir que los humanos son mamíferos de aspecto extraño, con una asombrosa capacidad creativa para la imaginación y el símbolo. Además de todas las complejidades que nuestros sistemas de crianza, de vínculos de pareja y de género aportan a la sexualidad, también tomamos aspectos del cuerpo humano y los conectamos a nuestra sexualidad. Por ejemplo, de forma reciente en muchas sociedades —inicialmente en las occidentales, pero ahora se está extendiendo—, los pechos femeninos se han asociado fuertemente a la sexualidad, y a su alrededor se han creado subculturas enteras de atracción y de política. Existe incluso toda un área de la cirugía dedicada a alterar el tamaño y la forma de los pechos en relación con pautas sociales. En un sentido puramente biológico, esto es raro, dado que los pechos están asociados primariamente con la lactancia y la alimentación de los niños, pero en los humanos, debido a nuestra posición erecta y a los depósitos grasos alrededor de los pechos, estos son mucho más aparentes que en ningún otro animal. Durante la excitación sexual, los pechos pueden volverse muy sensibles debido al anillo de tejido nervioso que rodea el pezón (que está allí debido al sistema de retroalimentación desarrollado para la lactancia), de modo que para muchas mujeres sus pechos pueden desempeñar un papel aumentando el placer físico de la actividad sexual. Pero lo mismo pueden hacer las manos, el cuello, las ingles, los pies y otras muchas partes del cuerpo que tienen grupos de nervios muy sensibles; de hecho, gran parte de la piel que cubre nuestro cuerpo encaja en esta categoría.

Debido parcialmente a que son un componente importante y visible de la anatomía femenina, los pechos han recibido mucha atención. Algunos investigadores han afirmado que esta es una señal sexual evolucionada que proporciona a los hombres información acerca del estado sexual de una hembra... una idea absurda. ¿Qué señales envían los pechos? No existe correlación entre el tamaño o la forma del pecho y la capacidad de amamantar, de modo que el simple hecho de tener pechos hace, básicamente, que todos sepan que la hembra humana posee glándulas mamarias y que puede dar el pecho. Otros afirman que los pechos señalan el inicio de la capacidad de quedar embarazada, lo que puede ser cierto, pues los pechos de las mujeres se desarrollan en la pubertad, pero una vez están presentes, ya no hay nada más que señalar... de modo que, ¿por qué en la pospubertad se dedica tanta atención a los pechos y a su tamaño y forma? Esta extraña atención hacia los pechos surge porque algunas culturas han creado una asociación entre esta parte de la anatomía femenina y lo que denominamos deseo. El deseo es una fuerte ansia o sensación de necesidad y esperanza de obtener a alguien o algo. Gran parte de la sexualidad humana contemporánea se construye alrededor del deseo.

Esta red de deseos forma parte de la diversidad cultural humana. Porque así como hay muchas sociedades que consideran los pechos como sexualmente atractivos, hay otras que no. Los antiguos griegos, por ejemplo, pasaban una gran parte de su tiempo pensando en el tamaño del pene (al que denominaban phallos), que es algo que parece que se ha vuelto a poner de moda últimamente en los Estados Unidos —al menos si esto se mide por los chistes sobre el pene en los filmes y por el constante bombardeo de anuncios sobre aumento del tamaño del pene y mejora de la erección—. Algunas sociedades cubren la mayor parte del cuerpo porque consideran que mostrar la piel es sexual, y otras no cubren casi nada porque opinan que hay poca sexualidad en la simple exposición de la carne. Algunas consideran que la actividad sexual de todo tipo es normal para los jóvenes, pero exigen que, una vez que un individuo llega a adulto, él o ella han de limitarse únicamente a determinados tipos de comportamiento sexual. Hemos incorporado muchas partes del cuerpo, muchos tipos de vestidos y adornos, y muchos comportamientos a esta red de deseos, y también hemos creado todo un paisaje de sexualidad en el que colocarla. Las sociedades humanas describen incluso diferentes tipos de actividad sexual como cosas diferentes. Unas indican que el contacto de genital y genital es sexo, y que otros tipos de actividad sexual son otra cosa. Otras consideran que todos los tocamientos heterosexuales son sexuales. Algunas aceptan toda la amplia variación de atracción y actividades sexuales humanas, y otras están severamente en contra de todo lo que no sea el coito heterosexual reproductor. No hay un único patrón que caracterice a todas las sociedades humanas cuando se trata de su opinión, su política y su expresión del comportamiento sexual.

Cuando mezclamos género, lenguaje, diversidad cultural y el cuerpo humano, creamos un molde para la sexualidad humana que está totalmente abierto a la innovación, a la alteración y a la limitación. La sexualidad humana no está fijada en el sexo reproductivo, de modo que podemos explotar las sensaciones físicas asociadas con el sexo de gran variedad de maneras... para divertirnos. Esto permite a los humanos hacer del sexo una parte de muchos aspectos diferentes de la vida cotidiana y manipular dicha sexualidad para fines sociales, políticos e incluso económicos. ¿Cuánta actividad al menudeo no tiene nada que ver con la sexualidad? Desde el champú y el yogur hasta la ropa y los coches, anuncios y envoltorios estimulan deseos que poco tienen que ver con el uso práctico de los productos.

"Este cóctel de creatividad y colaboración distingue a nuestra especie (ninguna otra especie ha sido nunca capaz de hacerlo tan bien) y ha impulsado el desarrollo de nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestras culturas, tanto para lo bueno como para lo malo."

Agustín Fuentes

— "La chispa creativa" (Ariel, 2018)

El sexo puede ayudarnos a crear conexiones asombrosamente próximas. Pero también puede usarse para romper dichas conexiones; apego sexual, celos, confianza e infidelidad son aspectos poderosos de la experiencia humana. La propia actividad sexual puede convertirse entonces en un símbolo para muchas cosas, empleada de maneras positivas y negativas. En el extremo peor de este continuo, la sexualidad y el deseo pueden emplearse como una herramienta de poder para controlar a hembras o machos, para abusar de ellos y para coaccionarlos. En el extremo mejor, la sexualidad puede usarse como una forma de facilitar la sinceridad y la confianza mediante la aceptación de la gama diversa de experiencias humanas. La mayoría de las sociedades contemporáneas se encuentran en algún punto entre estos extremos.

Sin una máquina del tiempo, no tenemos manera exacta de saber cómo se comportaban sexualmente nuestros ancestros. Pero sabemos lo que los humanos hacen en la actualidad, y tenemos algunos atisbos de prueba procedentes de nuestro cuerpo y del registro de nuestra evolución que nos ayudan a componer un buen boceto. Tal como dice la científica Rebecca Jordan-Young, «no somos páginas en blanco, pero tampoco somos cuadernos rosas ni azules». Nuestro cerebro no está hecho «masculino» o «femenino», sino que se desarrolla mediante interacciones entre el mundo externo y nuestro propio aparato sensorial; nuestros sistemas corporales presentan importantes diferencias entre los sexos, pero son más semejantes que diferentes. El comportamiento relacionado con el género y las relaciones de género cambian con el tiempo a medida que lo hacen nuestros contextos sociales y estructurales; nuestra visión del mundo y nuestra experiencia cambian de consuno. Como especie hemos creado la sexualidad humana, y la interacción entre nuestra creatividad y la manera en que modelamos el mundo al tiempo que este nos modela a nosotros es un proceso dinámico y continuo. El mensaje principal de todo esto acerca de la creatividad inherente a la sexualidad es que es esencialmente colaborativa. Aunque uno pueda hacerla por su cuenta, en su imaginación habrá otros presentes. Como ocurre con toda la creatividad, hace falta más de uno para hacerlo mejor.