Análisis

El salto a la modernidad

JORGE WAGENSBERG

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Sean dos planisferios del planeta Tierra. En el primero pintamos los países de color azul según una intensidad que define un indicador macroeconómico como el PIB per cápita, un número que se interpreta como un indicador del bienestar material medio de un colectivo humano, digamos simplemente su riqueza. En el otro planisferio pintamos los países de color verde según una intensidad que define un indicador de su actividad científica: sea el tanto por ciento del PIB dedicado a la investigación. El color azul exhibe un fuerte gradiente de intensidad entre, por ejemplo, los 50.000 dólares de Estados Unidos y los 200 dólares de la República Democrática del Congo. Y lo mismo ocurre con el color verde más intenso, que curiosamente corresponde a Israel con el espectacular 4,45% de su PIB dedicado a la ciencia, frente al 3,36% de Japón, el 2,84% de Alemania o el 2,83% de EEUU, en brutal contraste con el paupérrimo 0,06% de Irak o el 0,02% de la gigantesca Indonesia.

Las comparaciones siempre hay que matizarlas: el azul más oscuro corresponde a los 106.000 dólares de Catar, que es atípico porque el colectivo flota sobre un mar de petróleo, o a Luxemburgo, que es anormal debido a su minúsculo tamaño. La desigualdad entre ciudadanos también hace que los indicadores nos engañen, pero, singularidades aparte, destaca una fuerte correlación entre la riqueza de un colectivo y la actividad científica que despliega. No todos los países ricos tienen una gran actividad investigadora y una sólida vocación científica. Existen países que tiran de una sola fuente de riqueza, un tesoro que no siempre estuvo disponible y que llegará un día que dejará de estarlo. Pero la afirmación simétrica sí parece fuera de toda duda: los países que hacen ciencia son ricos.

El doble planisferio verde y azul debería colgar en los despachos de todos los gestores de un país. Hace no mucho tiempo propuse un aforismo con la esperanza de que pudiera ayudar a que esta cuestión calase hondo y de una vez por todas en el ciudadano. Está escrito para ser repetido una y otra vez como si de una oración se tratase. Por eso no me fatiga iterar con él una idea que por un lado pocos refutan pero que por otro pocos tienen presente a la hora de influir en una decisión colectiva. Es el siguiente: «Los países pobres creen que los países ricos hacen ciencia porque son ricos, pero los países ricos saben que si son ricos es porque hacen ciencia».

Es fácil repetir este aforismo si uno comprende su contenido. En cualquier otro caso, la lengua se traba. Sirva a modo de ejercicio. Admitir esta sentencia es imprescindible para dar el salto definitivo hacia la modernidad, ahora solo resta creérsela. Un colectivo humano da el salto a la modernidad el día que comprende que nada es prioritario a la adquisición de nuevo conocimiento. Hace no mucho tiempo presumíamos de ser la octava economía del mundo desde la mismísima cola de la actividad científica en Europa. Esta contradicción entre el verde y el azul era todo un presagio.