El Tourmalet: cuando se olvida que sobre una bici va una vida

Basta ponerse un ratito al lado de una carretera en un día dominical, por ejemplo cerca de Sant Feliu de Guíxols o Platja d’Aro, donde singularmente se produce un encuentro inusual de ciclistas profesionales, los que a partir de este lunes disputan la Volta a Catalunya, para percatarse del tremendo peligro que supone salir a rodar o a entrenar en lo que bien se podría considerar una selva de coches.

El ciclismo es un oficio de riesgo y el cicloturismo, es decir el deporte que realizan de forma popular miles de amantes de la bicicleta, igual; incluso se podría decir que un poco más, porque muchos de estos practicantes no tienen esa habilidad sobre la bici, e incluso los reflejos, de los corredores profesionales.

La distancia de seguridad

Al igual que hay conductores que jamás dejarán de pisar el acelerador con furia por muchos radares que se coloquen a lo largo y ancho de una autopista, autovía o carretera, donde solo vale frenar cuando se descubre la cámara como si apareciera una curva cerrada, muchos otros se olvidan que para adelantar a un ciclista hay que mantener una mínima distancia de seguridad e ignoran totalmente que sobre una bici va una vida, un ser humano que como mucha protección solo lleva un casco en la cabeza.

La muerte de Kivilev, hace 20 años en la París-Niza, supuso un antes y un después en el uso del casco

Precisamente, el 12 de marzo se cumplieron 20 años de la muerte de Andrei Kivilev y de su caída letal en la París-Niza que marcó un antes y un después en la protección, no solo de los ciclistas profesionales, sino de los cicloturistas de todo el mundo. Kivilev, que había acabado el Tour de 2001 en cuarta posición, se cayó en un descenso cerca de Saint Étienne y se fracturó el cráneo. De haber llevado la cabeza protegida seguramente habría salvado la vida. El accidente provocó que la Unión Ciclista Internacional (UCI) obligase a competir con casco. La medida, con el paso de los años, significó que las fábricas especializadas se pusieran las pilas y fueran creando modelos cada vez más ligeros y seguros cuando antes del fatídico accidente parecía que todos los corredores llevaban una especie de huevo sobre sus cabezas que muchas veces de poco servía.

No puede ser

Y lo más importante que todos los cicloturistas salieran a la carretera con casco. Ahora, como por ejemplo el domingo en cuestión por los alrededores de Sant Feliu de Guíxols, no se ve a un solo practicante del ciclismo con la cabeza descubierta y cuando alguien se compra una bici por primera vez sale de la tienda con un bidón, un ‘maillot’ y un casco.

Pero, a la vez, colocarse en esa especie de observatorio de Sant Feliu sirve para evidenciar que las carreteras continúan siendo muy inseguras y que muchos conductores siguen considerando al ciclista como una especie de parásito que los molesta, que los entorpece y a los que hay que adelantar de la manera más rápida, más allá de que muchas veces pongan en peligro sus vidas.

El corredor profesional no se arruga, como el soldado que está en el frente, aunque asuste ver, ya en Platja d’Aro, donde duermen hasta el martes la mayoría de los equipos de la Volta, la cadena de coches que adelanta a un corredor del conjunto del Israel, que entrena en solitario, a menos de un metro de distancia. Esto no puede ser. Y esto se vive, sobre todo los fines de semana, en cualquier carretera por lo que, aprovechando el nacimiento de la Volta 2023, bueno es recordar que sobre una bici va una vida, que no pasa nada por perder unos segundos detrás de un ciclista, que para adelantarlos hay que respetar el metro y medio de seguridad y que no tengamos que acordarnos, como de Santa Bárbara cuando truena, de cumplir estas normas cuando un accidente mortal con cicloturistas involucrados abre los diarios o los noticiarios televisivos.

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