La ronda francesa

Vingegaard resiste de amarillo con pocas unidades

Primercontacto con los Pirineos en los que Tadej Pogacar lanzó tres ataques al jersey amarillo: dos subiendo y uno bajando a Lers.

El Jumbo distribuyó a la perfección a sus efectivos para proteger al líder.

Vingegaard de amarillo

Vingegaard de amarillo / LE TOUR

Sergi López-Egea

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Cuando Hugo Houle, un canadiense de Quebec, más francés que la Torre Eiffel, besó el crucifijo que llevaba su hermano cuando murió atropellado por un conductor ebrio, la batalla ya había terminado detrás suyo. Houle miró al cielo y después sacó la cruz por la cremallera del 'maillot', la que no protegió hace 10 años a Pierrik Houle. Hacía 'running' y un coche se lo llevó por delante. En su honor ganó la primera etapa pirenaica para convertirse en el segundo canadiense, el primero francófono, que vencía en una etapa del Tour. Antes lo hizo Steve Bauer, en 1988, en el Tour de Perico, cuando los españoles eran protagonistas en esta carrera.

Dos veces subiendo y una bajando atacó Tadej Pogacar. Demarrajes terribles para demostrar que sus piernas no han perdido la chispa con la que ganó los dos últimos Tours. Ocurrió en Lers, el primer puerto de primera categoría de los Pirineos que este martes se presentaron en sociedad.Sucedió en el más largo de los capítulos de la trilogía pirenaica, que el jueves por la tarde se habrá convertido en una tragedia eslovena o danesa. Solo uno de los dos saldrá victorioso de la cordillera que cierra la montaña en esta ronda francesa.

Vingegaard sabe lo que tiene que hacer y que seguramente repetirá este miércoles en Peyragudes o el jueves en Hautacam. Da igual quien se escape. Él solo debe estar pendiente de Pogacar. Y lo hizo camino de Foix, en una primera etapa pirenaica que se disputó bajo un horno. Sobre la ruta del Tour había fuego en vez de aire acondicionado. Terrible muchas veces el oficio de ciclista. Y si no que se lo pregunten a Marc Soler. El ciclista catalán estaba llamado a ser pieza vital, como un alfil en un tablero de ajedrez, de su jefe esloveno en el UAE. Pero se levantó con la tripa revuelta. Vomitó en carrera. Una locura con este calor y en estas condiciones mantenerse erguido y pedaleando sobre una bici. A sufrir, a condenarse, a no querer dejar la carrera porque sabe que su líder lo necesitaba. A circular con un ritmo impropio de un corredor que sube a la perfección y encima escuchando detrás suyo el sonido del motor de la furgoneta escoba -'voiture balay' lo llaman en el Tour-. Y todo para llegar a Foix fuera de control (a 57.06 minutos de Houle) y en vez de seguir este miércoles al lado de Pogacar irse ya hacia Andorra, a apenas hora y medio de camino.

El drama del UAE

Pogacar se ha quedado sin Soler. Solo dispone de Rafal Majka, que casi se cae subiendo al Muro de Péguères, el último puerto de la 16ª etapa. Y con algo de suerte de Brandon McNulty. Pocos efectivos para plantear cualquier ofensiva a Vingegaard que no sea un monólogo suyo: a tratar de romper los pedales y que los dioses del ciclismo repartan suerte.

En cambio, el ciclista esloveno comprobó que en el Jumbo también son pocos pero corren bien avenidos, saben de táctica ciclista, distribuyen lo poco que tienen como un general sin casi ejército pero que sabe colocar a sus soldados en los puntos estratégicos para ganar la batalla.

La táctica del Jumbo

Pusieron a Nathan van Hooydonck en la fuga para que Vingegaard tuviera a un gregario por delante. Y con él, al ciclista casi perfecto, Wout van Aert, que sube mejor de lo que hace creer, y que se dejó llevar en la escapada para que luego, ya en el descenso de Péguère a meta, el jersey amarillo tuviera a uno de los mejores ciclistas del mundo, quizás el mejor, que sabe moverse a la perfección cuando el terreno es llano. Vingegaard y Van Aert se abrazaron en la meta de Foix, por el trabajo bien hecho y porque Pogacar no le quitó ni un segundo de los 2.22 minutos de renta que dispone el líder del Tour, tras la gesta en el Granon.

Ya van tres días, en las tres etapas que ha habido terreno de montaña: Alpe d’Huez, Mende y Foix en los que Vingegaard sin problemas ha sabido apagar la furia de Pogacar. Y lo ha hecho él solito después de que otro gregario, que vale como cuatro, y que en los Pirineos debe trabajar el doble, Sepp Kuss, le marcase el terreno hasta que Pogacar pasaba a la acción. Y entonces el jefe no decepcionaba.

Fueron pocos instantes, pero minutos de oro, para demostrar que hasta el jueves habrá otra vez fiesta en los Pirineos y, porque gane o pierda, Pogacar es el corredor más espectacular del planeta. Prometió el lunes que atacaría, que reventaría el Tour. Y ya al primer contacto pirenaico lo cumplió. Que no pare el espectáculo, aunque el resto de ciclistas, incluido Geraint Thomas, tercero de la general, tengan que verlo sufriendo por detrás. 

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