MULTITUD DE CAÍDAS Y AVERÍAS

Colbrelli triunfa en una París-Roubaix más infernal que nunca

El ciclista italiano se impone en un esprint agónico a Vermeersch y Van der Poel tras una carrera de supervivencia y eliminación con aroma a ciclismo de otra época

Colbrelli se impone en el velódromo de Roubaix a Vermeersch  y Van der Poel.

Colbrelli se impone en el velódromo de Roubaix a Vermeersch y Van der Poel. / Yvez Herman / Reuters

José María Expósito

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Si ganar la París-Roubaix justifica toda una carrera, conquistar la de esta edición otoñal mete directamente a Sony Colbrelli en la leyenda. A él y a todos los que acabaron una carrera que la meteorología convirtió en más épica que nunca, un auténtico ejercicio de supervivencia que además tuvo el colofón de resolverse con un esprint agónico entre tres en el velódromo de Roubaix, donde el campeón de Europa se impuso a un bisoño Florian Vermeersch (22 años) y a un Mathieu Van der Poel (los tres debutaban en la prueba) que pagó la exhibición realizada en los últimos 70 kilómetros.

Tras un año y medio de espera por culpa de la pandemia, los famosos adoquines de Arenberg, Mons-en-Pévèle o el Carrefour de l'Arbre esperaban con ganas al pelotón ciclista, un día después de que se estrenara la carrera femenina con victoria de la británica Elizabeth Deignan, que llegó a Roubaix con el manillar ensangrentado. Si el sábado había barro en el 'infierno', este domingo amaneció apocalíptico. Si luchar contra el pavé (y contra sus enormes huecos) ya es complicado, si hay barro y charcos lo convierte en misión suicida. Las caídas fueron una constante, y no solo para los ciclistas, sino para los vehículos de la carrera, motos y coches, que a duras penas podían frenar sobre el lodo cada vez que un corredor caía ante sí.

Van Aert, a contrapié

Pero los ciclistas, tan cubiertos de barro que apenas eran distinguibles, no se amedrentaron. Wout van Aert, como siempre entre los favoritos, lanzó la primera gran ofensiva a 100 kilómetros de meta, aunque después le tocó remar (se podría decir que literalmente) a contracorriente. Van der Poel tenía ganas de fiesta y la armó a 70 de meta, seleccionando definitivamente la carrera pese a no librarse de varios pinchazos. Por delante, Gianni Moscon soñó con darle a Italia su primer adoquín en lo que va de siglo (desde Andrea Tafi en 1999 no ganaba un transalpino) y el primer triunfo en la prueba para el equipo Ineos, pero un pinchazo y una caída le dejaron a tiro para el trío que se acabaría jugando la victoria, al que ya ni pudo seguir tras ser cazado.

Van der Poel entró por delante en el velódromo, pero no pudo seguir la rueda de Colbrelli ni de un Vermeersch que seguramente se arrepintió de haber sido demasiado generoso con los relevos con los dos monstruos que le acompañaban. Venció Colbrelli, y no pudo sino gritar y gritar, un llanto de alegría por la victoria y consuelo por haber acabado con el calvario, y alzar su bicicleta al cielo, la que le había llevado a reinar en el infierno.