Una historia curiosa
Pidcock, la medalla de oro y el calefactor de Andorra
El campeón olímpico de ciclismo de montaña preparó la carrera en Andorra asesorado por Hermida.
Es una de las joyas del Ineos, que lo hará correr la próxima Vuelta a España.
Sergi López-Egea
Periodista
Periodista especializado en ciclismo desde 1990. Ha seguido regularmente el Tour como enviado especial desde 1991 al igual que la Vuelta, varias ediciones del Giro, la Volta y Mundiales de la especialidad. Autor de los libros 'Locos por el Tour' (con Carlos Arribas y Gabriel Pernau, RBA), 'Cumbres de leyenda' (con Carlos Arribas, RBA y reedición en Cultura Ciclista), 'Cuentos del Tour', 'Cuentos del pelotón', 'Cuentos del equipo Cofidis' y 'El Tourmalet', todos ellos de Cultura Ciclista.
Tom Pidcock se colocaba sobre la bici y el rodillo, se encerraba en un cuarto de su apartamento de Andorra y enchufaba en pleno mes de junio el calefactor a tope con un barreño de agua que llenaba la estancia de vapor. En el pequeño país pirenaico, donde reside como tantos otros profesionales del pedal, buscaba el clima más parecido a Tokio. Y lo hacía con el permiso de su equipo, el Ineos, que lo había dispensado de disputar pruebas de carretera preparándose para proclamarse campeón olímpico de bicicleta de montaña, como así ha sido.
No muy lejos de Andorra, en Llívia, un pequeño territorio de la Cerdanya rodeado por campos franceses, José Hermida, tal vez el mejor especialista de bicicleta de montaña que ha dado el ciclismo español (plata en los Juegos de Atenas 2004), lo asesoraba. Todo listo para que un nuevo ciclista 'total', de los que quieren destacar y destacan en la carretera, en el barro del ciclocrós y entre las piedras del ‘mountain bike’ emprendiera el camino a la conquista del oro olímpico.
A diferencia de Van der Poel
No se impacientaba mientras quien iba a ser su gran rival en Tokio, Mathieu van der Poel, se exprimía en la primera semana del Tour, yendo de amarillo en honor a su famoso abuelo Raymond Poulidor, y haciendo que todo el pelotón fuera con la lengua fuera en lo que fueron los mejores días de la pasada ronda francesa.
Porque él sabía que la mejor preparación para Tokio pasaba por dejar en el garaje la bicicleta de carretera y centrarse en una disciplina totalmente diferente por modelo de bici y características de la prueba: explosiva y técnica, nada que ver con regularse y ponerse a rueda de un pelotón durante 200 kilómetros.
Pidcock es un ciclista pequeño, menos de un metro setenta, de poco peso, pero capaz no solo de subir montañas para marcar el camino a Juan Ayuso y ganar el año pasado el Giro Baby, tal como ha hecho el corredor alicantino esta temporada, sino de perder la Amstel Golde Race con Wout van Aert, palabras mayores, en la ‘foto finish’ más ajustada de la historia del ciclismo.
Un Pogacar británico
El Ineos puede presumir de tener a su propio Tadej Pogacar, hasta 10 meses menor, a Pidcock, al que querían presentar en la gran sociedad ciclista de carreras por etapas en la Vuelta a Suiza, pero el 3 de junio se zampó un impresionante castañazo mientras entrenaba en los Pirineos y acabó en el hospital con la clavícula rota.
Un Pidcock destinado a suceder a sus compatriotas Chris Froome y Brad Wiggins en un Tour que lo espera en un futuro con los brazos abiertos. Antes, debutará este mes de agosto en la Vuelta como representante de los rebeldes con causa ciclista, la generación de los Pogacar, Evenepoel, adonde quiere incorporarse también Ayuso, los que van a jubilar a todos, hasta los que no van en bicicleta.
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