el Tourmalet
En la puerta de la Costa da Morte
El Mirador de Ézaro entró en la historia del ciclismo en el 2012 con la primera visita de la Vuelta
Sergi López-Egea
Periodista
Periodista especializado en ciclismo desde 1990. Ha seguido regularmente el Tour como enviado especial desde 1991 al igual que la Vuelta, varias ediciones del Giro, la Volta y Mundiales de la especialidad. Autor de los libros 'Locos por el Tour' (con Carlos Arribas y Gabriel Pernau, RBA), 'Cumbres de leyenda' (con Carlos Arribas, RBA y reedición en Cultura Ciclista), 'Cuentos del Tour', 'Cuentos del pelotón', 'Cuentos del equipo Cofidis' y 'El Tourmalet', todos ellos de Cultura Ciclista.
Sergi López-Egea
Desde el Mirador de Ézaro la vista es impresionante en un día despejado como este martes. Es algo así como la puerta a la Costa da Morte, en el cercano Finisterre, allí donde se hundían los barcos cuando el mar desataba toda la furia. No muy lejos, en el 2002, se produjo el naufragio del Prestige y las playas se llenaron de chapapote.
Al Mirador de Ézaro no pueden subir ni los autocares, ni las caravanas porque no está claro que estos vehículos puedan superar los desniveles del 30%, allí donde los ciclistas se retuercen, allí donde está prohibido poner pie a tierra aunque entre la tentación de subir andando hasta la cima de este bellísimo enclave gallego.
El río Jallas
Justo allí donde empieza la subida, justo allí donde el río Jallas desemboca en una cascada, un hecho inusual y otro atractivo del lugar, se levanta un monolito que recuerda el paso de la Vuelta por el mirador y donde están inscritos los nombres de los héroes del pedal, como Purito Rodríguez, el primero en coronar la pequeña pero empinada cuesta gallega.
No muy lejos está el pueblo de Cee, con sus viveros de nécoras, bueyes de mar y centollos, y donde los percebes se venden en el mercado a un precio increíble. Y en Cee también están las ruinas de una fábrica ballenera, que funcionó hasta que se prohibió el comercio con la carne del animal marítimo.
Se vive del mar y también de la magia del ciclismo, aunque, como es habitual, no se haya permitido la subida de cicloturistas, todo vacío, como las playas, porque hace demasiado frío para tomar el sol y tampoco hay olas suficientes para surfear.
Cada vez menos contrarrelojes
A Ézaro se llega para que suceda lo que tradicionalmente ocurre en las grandes rondas estos últimos años y es que las contrarrelojes son más decisivas que los días de montaña, donde todos los aspirantes al triunfo llegan apenas separados por unos pocos segundos de diferencia. Por esta razón, los organizadores acostumbran a reducir al máximo este tipo de etapas y con corto kilometraje; una en la Vuelta y otra en el Tour, pero qué etapa, la que jamás en la vida se le olvidará a Primoz Roglic, porque allí perdió la ronda francesa de forma sorprendente ante su joven compatriota Tadej Pogacar.
El mar en calma y la marea baja reciben a los ciclistas con la esperanza de que ninguno o pocos de ellos se ahoguen en la pared de Ézaro adonde hay que subir con bicicleta ligera y sin la bici de contrarreloj, la tradicional cabra que lanzarán al monte cuando asome el mirador y vean, que lo veran cuando levanten la cabeza y busquen la ruta de Dumbría, la terrible y desnuda cuesta hacia el mirador donde está instalada la meta.
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