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El pequeño Alpe d'Huez

Orduña es el monte de las curvas, donde puedes encontrarte con Pedro Horrillo y que recuerda, salvando las distancias, al gran monumento alpino del Tour

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Sergi López-Egea

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En la Vuelta de los silencios y los prados verdes se asciende este martes por el monte de Orduña, una especie de pequeño Alpe d'Huez, un tesoro vasco que Joseba Beloki ha traído a la prueba. Él soñó, como antigua estrella de este deporte, cuando ideó la séptima etapa de la prueba, que un martes caluroso de septiembre, todavía con los colegios cerrados, y no por el puñetero virus sino por las vacaciones, las cunetas, las curvas que recuerdan al mito francés, se llenaban de cientos y cientos de seguidores alavases que aplaudían el paso de los ciclistas, los que se levantaban de los sillines para dar un mayor impulso y mucha más fuerzas a los pedales.

El griterio se ha apagado. Solo hay policías vascos, vestidos de rojo, que vigilan y cuidan de que nadie se escape para ver el paso de la Vuelta entre territorios perimetralmente cerrados. Solo pasan los coches acreditados de la Vuelta, con unas pegatinas que sirven de salvoconducto, y los guardia civiles que van a vigilar, tras la cima, los pocos kilómetros de la carrera que atraviesan territorio burgalés.

Los mil colores de otoño

Acompañan el viento, el frío, las hojas caídas y, eso sí, los bellísimos paisajes de mil colores que es la única sonrisa que ha traído el otoño que por lo menos, este martes, respeta el paseo de los ciclistas. No hay pintadas en la carretera con los nombres de los corredores. Y hasta después de coronar, en una zona de descanso, ¡qué extraño! están aparcadas tres o cuatro autocaravanas, que llegaron al lugar antes de que se cerrase el puerto y ahí se han quedado porque están en una especie de tierra de nadie, entre Euskadi y Castilla-León. 

Qué bello es Orduña, qué bello sería vivir cerca de este puerto que tan bien conoce Mikel Landa, ausente incomprensiblemente de la Vuelta. Los empleados de la carrera ponen las pancartas publicitarias para dar, al menos, un carácter más alegre a una Vuelta sin público y hasta colocan, lo que no se ve por la tele, unos carteles fluorecentes de rojo chillón que sirven a los ciclistas para identificar la llegada de una curva peligrosa.

El gran gregario de Freire

Y qué suerte cruzarse a mitad de puerto con Pedro Horrillo, ciclista y filósofo, corredor y escritor, el que fuera el compañero que todo líder quería tener a principios de siglo. ¿Principios de siglo? Qué viejo suena todo. Pero fue Óscar Freire, tres veces campeón del mundo, el que lo tuvo a su lado, hasta que se precipitó al vacío y casi se mata en un descenso del Giro que puso fin a su carrera deportiva.

Horrillo no sabe ir de paseo. Lo suyo es exprimirse como un limón, sudar como si no hubiera mañana. Pero al menos se relaja un poco mientras se baja la ventanilla del coche, mientras se apoya en la puerta y cuenta que está subiendo Orduña para dar publicidad al proyecto de Eva Giménez, un madre catalana, y su asociación ASDENT, que lucha para que se dé a conocer y se estudie a fondo una enfermedad rara que se denomina Síndrome de Dent y que afecta a Nacho el hijo de Eva.

La ayuda de Delgado

Por esta asociación peleaba Pedro Delgado, expulsado ya, por ganar el concurso de celebridades de MasterChef. Y como idea de Perico y Eva surgió el reto de que ella recorriese parte de las etapas de la Vuelta en bici acompañada por algún excorredor profesional de la zona por la que discurre cada día la competición. Eva, con su bici eléctrica, realiza los últimos kilómetros y el equipo de producción que la acompaña toma imágenes de lo que sucede cada día. Y este martes le tocaba el turno a Horrillo, que subía por Orduña como si lo persiguiese un oso.

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