la ronda española

Todo lo que ha cambiado el covid en la Vuelta

No hay azafatas, ni sorteos de cestas, ni niños pidiendo autógrafos, ni mayores haciéndose 'selfies' con los corredores

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Sergi López-Egea

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Muchas cosas han cambiado por culpa de la pandemia en carreras ciclistas como la Vuelta. Y, quizás, algunas de ellas, nunca jamás volverán al contexto de este deporte. Hubo una época, hará un par de décadas, en la que los ciclistas llegaban a las salidas en los coches de su equipo. Se sentaban en el capó, otros en los asientos del vehículo con las puertas abiertas. Hasta allí se acercaba el masajista y frotaba piernas de corredores para ponerlas a punto para la competición. El público veía todos los preparativos y, en unos tiempos en los que no existían los teléfonos móviles y los carretes de fotos costaban un ojo de la cara, lo mejor era acercarse a los ciclistas y pedirles un autógrafo.

Luego llegó el autobús y un poco después el wifi. Y fue entonces cuando el corredor ya ni aparecía hasta el momento del control de firmas, otro de los protocolos que el covid se ha cargado. Pero, por lo menos, el público se podía acercar hasta la cinta de seguridad que colocaban los auxiliares para proteger el autocar. De este modo veían a los corredores y algunos de ellos se paraba para el viejo autógrafo o el más moderno 'selfie'.

Los tiempos de azafatas

Hubo una época, por allá finales de los 90, en los que un centenar de azafatas acompañaba cada día al pelotón. Si ya antes del covid comenzó a discutirse sobre su presencia y sobre cuál debía ser el papel de la mujer en un deporte cada vez más igualado, ahora se puede afirmar que las azafatas ya no existen. Y seguramente, en este caso, el gran día en el que se comunique que la pesadilla del covid ha finalizado, ya no volverán a aparecer.

Tampoco hay fiestas en los pueblos o ciudades donde acababa la Vuelta. Con el cambio de fechas de la carrera, de primavera antes del Giro, a septiembre, después del Tour, y sobre todo con los calores del sur de España el tema se desmadró durante algunos años. Lo cierto es que la organización de la carrera nunca jamás organizó una fiesta pero siempre había el local de turno, generalmente de moda en la localidad de acogida, que se encargaba de montárselo para organizar y reunir a una parte de la prueba. Hasta una vez, Andy Schleck, cuando era uno de los grandes activos de este deporte, fue expulsado por su equipo ya que al corredor no se le ocurrió otra cosa que irse de marcha.

Ahora nadie podrá tener la tentación, y todavía menos la próxima semana cuando impere el toque de queda nocturno por todos los territorios que recorrerá la carrera.

Como si se corriera en silencio

Ahora tampoco se imprimen carteles anunciando la llegada de la carrera a una pequeña ciudad aragonesa, como ocurre este sábado en Sabiñánigo. Ni el ayuntamiento de turno anima a los vecinos a reunirse detrás de las vallas, ni los colegios organizan actividades con motivo del paso de la carrera, ni mucho menos se reparten invitaciones para que unos afortunados puedan acudir a la salida y pasearse por el llamado 'punto de encuentro', el lugar donde los patrocinadores exhibían productos, hacían ofertas y hasta había sorteo de cestas de alimentos mientras se iba a la caza y captura de la croqueta, el pincho de tortilla o el jamoncito que dejaba perfectamente preparado un cortador profesional.

El público volverá a las salidas y llegadas, a las calles de los pueblos y a los puertos de montaña. Y ójala sea el año que viene si por lo menos la pandemia está más controlada que ahora. Los patrocinadores seguirán enseñando su producción con sorteos incluidos y hasta el jamón estará en el menú de la carrera. Pero, ¿los corredores saldrán de sus autocares? ¿se dejará al público acercarse a ellos? Era la magia de este deporte, casi la cultura de un ciclismo que debe convivir y correr entre burbujas para sortear una pandemia que nadie habría imaginado hace solo un año. Una pena.

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