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La Vuelta de las hojas caídas

Un ambiente desértico, con metas y puertos cerrados al público, retrata este martes la primera etapa de la ronda española

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Sergi López-Egea

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"Nadie, nadie, nadie que enfrente no hay nadie". ¡A galopar! ciclista, sobre tu bici, o con la soledad como compañera, si vas en fuga por la ruta de las hojas caídas de la Vuelta. Si fueron tristes los Alpes, cuando el Tour los visitó el primer día de septiembre, las montañas de Guipúzcoa casi sirven para llorar.

Las monjas del Santuario de Arrate están abatidas. Contrasta la mascarilla blanca que llevan con el hábito negro que visten. Dedican parte de su tiempo a la gastronomía y a la artesanía. Tienen una tienda en la que venden galletas, mermeladas, cosmética natural, fundas para libros, juegos de toallas y arte monástico. En una Vuelta sin pandemia, en una Vuelta con público, en una Vuelta corrida en verano, hoy habrían hecho su agosto particular. Pero la tienda del monasterio está vacía como la meta instalada a pocos metros.

En tiempos de pandemia ya es una inmensa suerte que se pueda disputar la Vuelta, que se pueda seguir por televisión y hasta que consiga entrar en territorios perimetralmente cerrados, como ocurrirá este miércoles en Navarra. En Pamplona duerme esta noche una buena parte de los equipos participantes. Ellos no salen del hotel. A ellos les da igual que bares y restaurantes estén cerrados porque tienen prohibido dejar las instalaciones, y en los hoteles dan de cenar y desayunar. Qué más se puede pedir.

Con pies de plomo

La Vuelta, los coches acreditados, las personas que siguen la carrera, sí pueden moverse, con pies de plomo y con la recomendación de que disminuyan al máximo los contactos sociales. ¿Qué quiere decir? Pues que si duermes en una ciudad determinada donde tienes un amigo de toda la vida, con todo el dolor del alma, evita quedar a cenar con él. Es y será una especie de Vuelta que deberá vivirse con ánimo de clausura.

Las monjas no pueden vender sus productos. La policía corta todos los accesos que llevan hasta Arrate, el gran santuario ciclista de Euskadi. Apenas un centenar de invitados, los mínimos e imprescindibles, estarán este martes en la llegada. Habrá por una vez más ciclistas que espectadores. Suena la música en los altavoces, suena como si todo fuera normal, pero viendo esta soledad no queda otro remedio que ser conscientes de que vivimos en tiempo de pandemia pero con el espíritu cargado de ilusión porque tal como escribió Rafael Alberti hay que galopar hasta enterrar el virus en el mar.

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