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Bienvenidos a Sicilia

Cuando crees que lo has visto todo, descubres esta isla casi pegada a la bota transalpina

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Sergi López-Egea

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Bienvenidos a Sicilia, la isla de los contrastes, de piedras antiquísimas y hasta placas en las calles de Palermo que recuerdan los crímenes fascistas cometidos en los años negros de Italia. Es el territorio de Vincenzo Nibali, aunque él es más del noroeste, del otro extremo, de Messina, por donde el Giro se dirigirá a la punta de la bota del continente, pero eso será otra historia para contar el próximo martes.

Los sicilianos, al menos los tratados estos días, son personas amables, que siempre tienen una sonrisa cuando atienden al extranjero y seguramente hasta disponen de playas magníficas, aunque haya sido imposible verlas y sobre todo catarlas. Pero sus carreteras, ¡madre mía sus carreteras! No hay país de mayores diferencias entre norte y sur como Italia y si encima, aunque sea por obra y gracia de un estrecho, hay un tramo de mar que los separa del continente, ¡ah! entonces la situación se agrava. 

Carretera cortada

Pueden cortar, como ha sucedido esta mañana, la carretera principal que une Parlermo con Agrigento, y no precisamente por el paso de los ciclistas. Entonces todos por las calles del pueblo donde no caben dos coches que van en sentido contrario, cuando un vehículo aparca, porque aparca, todos se detienen, no queda otro remedio. Pero, a la vez, vigila con que no salga un coche de una calle adyacente. Es la ley del más fuerte, del más valiente, del más atrevido, el primero que mete el morro pasa. Si vas precavido entonces te comes, de aperitivo a postre, el terrible embotellamiento.

Recuerdo una vez, por allá 1993, en el segundo Giro ganado por Induráin, que cortaron la autopista cerca de Reggio di Calabria. Todos obligados a tomar una salida, que pasaba por un pequeño pueblo de calles estrechas. Los vecinos colocaron sillas en la puerta para ver y aplaudir el paso de los coches frente a sus casas.

Este domingo la historia se ha repetido. Hay cosas que en Italia nunca cambian por mucho que pasen los años, como decorar en rosa pueblos y ciudades por donde transita el Giro, su carrera, más amada que el Tour, porque para un ciclista local no hay mayor honor que coronarse de rosa ante el Duomo de Milán.

El volcán Etna

Sicilia es la tierra de Nibali, del volcán Etna, que sigue en erupción (en abril, la última vez) y adonde llega el Giro este lunes para confirmar que la montaña es la bienaventuranza de la carrera. Pero es también la de los valles marrones, sin muchos árboles, donde los campesinos se ponen de acuerdo para quemar matojos los domingo por la mañana. Las colinas parece que saluden a los automovilistas enviando señales de humo.

Desde Palermo a Agrigento se pasa cerca del pueblo de Corleone. Hay muchos vecinos a los que les desagradan los turistas que llegan con ánimo cinéfilo. Pero en Corleone no hay nada que ver, ni padrinos a los que saludar. Nada de nada. O sea, mejor ahorrarse la visita y si se coincide con el Giro mejor apostarse a la carretera y saludar a los ciclistas; con la mascarilla puesta, por supuesto.

El recuerdo de 1993

En 1993 un ferri llevó a la caravana del Giro desde Palermo hasta Nápoles. Todos viajaron en barco, excepto los ciclistas que lo hicieron en avión. Y allí fue, en Palermo, al ir a repostar, antes de cruzar el mar, donde viví una anécdota que conté hace unos años en mi libro 'Cuentos del Tour'. Al lado de mi coche se encontraba un Mercedes, de aquellos tan grandes que circulaban en los 80 y los 90. Mientras un hombre llenaba el depósito, otro se dirigió hacia el interior de la gasolinera acompañado a poca distancia de lo que, sin duda, era un guardaespaldas. Era obligado entrar también porque en esos tiempos había que pagar en metálico. La escena que vi jamás se me olvidará. El hombre principal que vestía un impecable traje negro ofrecía su mano al dueño o empleado de la gasolinera que le besaba el anillo.

Estas escenas apenas suceden en una Sicilia que ahora mira al turismo, que presume, y con acierto, de su gastronomía, que muestra sus monumentos milenarios y que desde el sábado acoge a los ciclistas del Giro. Y que enseña sus playas, que seguro deben existir.

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