la 'clásica' más dura

Los ciclistas regresan al infierno

La París-Roubaix presenta de nuevo este domingo a sus famosos adoquines que se cuidan todo un año como verdaderos tesoros

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Sergi López-Egea

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Francia es el país de los tesoros... de los tesoros ciclistas, de lugares que se miman, cuidan y que adquieren la denominación de templos, porque allí peregrinan miles de aficionados para recibir y disfrutar del paso de los corredores como si el mundo se acabase. Los adoquines de la París-Roubaix son alhajas que se cuidan durante todo un año. Pero también lo son el Tourmalet, el Aubisque, el Ventoux o lugares sagrados por donde han circulado las bicis como el famoso pasaje del Gois, un paso semisumergido que une la isla de Noirmoutier, en la zona atlántica, territorio de sal y ostras, con la Francia territorial porque allí perdió Alex Zülle las gafas en una caída que empezó a marcar la primera de las siete victorias que nunca fueron de Lance Armstrong en el Tour de 1999.

Pero una de las grandes reliquias ciclistas que posee Francia es la París-Roubaix que se disputa este domingo (Teledeporte yEurosport, a partir de las 11 horas). No hay adoquines más salvajes en la faz de la tierra para rodar en bici sobre ellos. No son piedras que estén perfectamente adosadas la una a la otra. Qué va. Están separadas entre sí. Caben dos dedos, que se hunden entre la hierba y la tierra, por donde va rebotando la bici a lo largo de 54,5 de los 256 kilómetros que tiene la prueba, repartidos en 29 sectores que como si fueran hoteles se catalogan con estrellas, de una a cinco, según la dificultad.

El autor de este reportaje tuvo el honor de recorrer en bici por allá el 2010 el denominado Carrefour de l'Arbre, el último tramo duro de verdad antes de llegar al velódromo de Roubaix. Y lo hizo a la sombra de Pedro Horrillo, ciclista que se especializó en este tipo de carreras mientras ayudaba a sus compañeros y amigos Juan Antonio Flecha y Óscar Freire, este último más amante del Tour de Flandes. La experiencia solo pudo catalogarse como una cita con el horror, sobre todo si no se llevaba la bici adecuada para superar un territorio tan hostil. Rebotaba todo, dolían todos los huesos y casi parecía imposible dominar la bici. "¡Más rápido, más rápido!", chillaba Horrillo que se perdía, como si rodase por una autopista, en la lejanía del Carrefour, donde 'volaban' Fabian Cancellara o Peter Sagan, último ganador.

El Carrefour, el bosque de Arenberg o Mons en Pévèle son sectores cinco estrellas, tan míticos, ciclísticamente hablando, como los 'monumentos' de los Pirineos o los Alpes famosos por el Tour. Ya hace días que las caravanas acampan por los alrededores. Allí donde termina el Carrefour se levanta el Restaurant de l'Arbre, un centro gastronómico que, sin olvidar el buen comer, también se recrea como cita entre los amantes de esta carrera y donde no queda una mesa libre para este domingo desde hace mucho tiempo.

La asociación

Hasta existe una asociación que se denomina Les Amis de Paris-Roubaix (los amigos de la París-Roubaix), que cuida, repasa, mima y restituye los adoquines deteriorados, unas pistas que se hicieron con piedras, el famoso 'pavé', en el siglo XIX, pensando en la circulación de carros tirados por bueyes y que no se han asfaltado correctamente porque sería un sacrilegio y quitaría toda la magia a la París-Roubaix.

Creada en 1896 no se la bautizó como el 'Infierno del Norte' por la extrema dureza de la carrera, sino porque un periodista quedó horrorizado por el paisaje con el que se encontraron los corredores en la edición de 1919, ganada por Henri Pélissier, el vencedor del Tour de 1923, al transitar junto a campos destruidos por la Primera Guerra Mundial. Los corredores participan con los neumáticos más blandos para rebotar menos y con doble cinta en el manillar para no destrozarse tanto las manos. ¿El premio? Un adoquín, un tesoro. 

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