LOS ESPAÑOLES
Cuando Valverde no es un hombre feliz
A veces los sueños, aunque se tengan 38 años y se sea un veterano con solera, no se pueden cumplir en un Tour donde fue imposible divertirse
Sergi López-Egea
Periodista
Periodista especializado en ciclismo desde 1990. Ha seguido regularmente el Tour como enviado especial desde 1991 al igual que la Vuelta, varias ediciones del Giro, la Volta y Mundiales de la especialidad. Autor de los libros 'Locos por el Tour' (con Carlos Arribas y Gabriel Pernau, RBA), 'Cumbres de leyenda' (con Carlos Arribas, RBA y reedición en Cultura Ciclista), 'Cuentos del Tour', 'Cuentos del pelotón', 'Cuentos del equipo Cofidis' y 'El Tourmalet', todos ellos de Cultura Ciclista.
Sergi López-Egea
Alejandro Valverde se ha pasado media vida, o más, sobre la bicicleta. Para él hablar de la retirada, aunque tenga 38 años, es como tener un pensamiento impuro. Y en este Tour, ha sido absolutamente fiel a su equipo, el Movistar, aunque no se haya divertido, porque él no solo corre por dinero y por amor a este deporte, si no porque siente el ciclismo como una diversión, como el que juega a las cartas con los amigos o se toma una cerveza con la pandilla para bromear y recordar viejos tiempos.
A Valverde le habría gustado correr como el ciclista que más se le parece, muy bueno en las clásicas, explosivo en las cuestas y un hombre libre en el Tour. Se llama Julian Alaphilippe, ha ganado dos etapas de montañas, genialmente escogidas porque sabía que los líderes de la general se reservarían para otras jornadas más complicadas, y que este domingo llegará a París vestido con el jersey a lunares, el que lo distingue como el mejor escalador, el viejo rey de la montaña, de la ronda francesa 2018.
Ni una protesta
Él nada dice en público, ni tampoco se queja y, ni mucho menos, protestará ante la prensa. Pero su cara lo delata y gestos que, se quiera o no, son actos impulsivos, que delatan el estado de ánimo. A Valverde siempre le ha gustado pararse tras cruzar la meta y buscar el contacto de quienes transmiten sus sensaciones al mundo. Pero, el subconsciente lo ha traicionado muchos días al dar la vuelta tras la línea de meta y buscar la protección del autobús del Movistar.
Ha tenido una relación magnífica con Mikel Landa, al que salvó del apuro de perder un tiempo inesperado en la cuesta asfixiante del aeródromo de Mende. Y ni rechistó, porque no forma parte de su filosofía, cuando le ordenaron en el Portet esperar a Nairo Quintana, que venía decidido, como así fue, a ganar la segunda etapa en los Pirineos.
Prohibido llamarlo gregario
A los 38 años, cuando se sigue en activo, no se vive el ciclismo para trabajar de gregario, cuando toda la vida se ha distinguido por ser un jefe del pelotón, posiblemente el más respetado hoy en día. Es un Valverde que se da cuenta de que el calor lo tortura demasiado en jornadas como la del pasado viernes, en el Aubisque.
Quizá tiene demasiada ilusión. Pero en este Tour, desde la segunda etapa alpina, cuando atacó desde muy lejos, tuvo que coger una responsabilidad que lo era todo menos divertida. Ser el escudero (llamarlo gregario es un pecado), el lanzador, el hombre que tenía que desestabilizar el Tour sabiendo, y eso es lo que entristece, que moriría en el intento. "Aquí venía a lo que venía", dice Valverde a modo casi enigmático.
Y a la vez recuerda que esta temporada ha ganado cuatro rondas por etapas, incluyendo la Volta, y 11 títulos individuales, lo que, por otra parte, no ha conseguido ningún ciclista del Movistar. Pero al Tour "venía a lo que venía". Por eso, ahora se irá "cuatro dias a Ibiza" a pasar un "verano fenomenal" pero corto a la vez, porque lo espera la Vuelta donde quiere divertirse. ¿Será posible?
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