Josep Sánchez de Toledo, riguroso y empático

Su actitud preferida es el «humanismo» que aprendió de sus maestros

El doctor Josep Sánchez de Toledo, en el servicio de oncología pediátrica del Hospital Vall d'Hebron

El doctor Josep Sánchez de Toledo, en el servicio de oncología pediátrica del Hospital Vall d'Hebron / periodico

ÀNGELS GALLARDO / Barcelona

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Los pacientes más antiguos tratados por el doctor Josep Sánchez de Toledo (Barcelona, 1951) en el Hospital de Vall d¿Hebron, de Barcelona, aún no han cumplido los 30 años. Él los recibió cuando tenían 15, 10, 7, 2 años. Algunos pálidos y desvitalizados, otros aún con fuerzas pero mostrando algún gesto extraño que había preocupado a sus padres. Han sido miles de familias a las que Sánchez de Toledo ha ayudado a comprender, y encajar, que aunque las palabras cáncer y niño son "incompatibles" hay ocasiones en que se cruzan.

Sánchez de Toledo alterna constantemente la sencillez próxima y empática con que se dirige a sus pequeños pacientes, con la complejidad rigurosa de los sofisticados diagnósticos y tratamientos que decide y aplica, junto con su cualificado equipo.

Saluda a los chicos que acuden a hacerse una revisión con la complicidad de los amigos de toda la vida y ellos le responden con un cariño incondicional, porque este es el tipo de lazo que se establece con quien te ha salvado la vida. No lo olvidan.

Su servicio recibió en el 2012 el máximo galardón europeo que se concede al rigor en los procesos asistenciales de una unidad oncológica. Él explica con naturalidad lo que eso significa: "Todo lo comprobamos dos veces".

Introdujo en España, en 1984, el trasplante de precursores hematopoyéticos, las células madre de la sangre que permiten reiniciar la producción de hematíes sanos en un niño que sufre leucemia. Desde entonces, su servicio ha asumido 1.050 trasplantes celulares, más del doble que cualquier otro hospital español.

Para emprender la primera de esas intervenciones, de las que se desconocía todo y para las que no había tecnología adecuada, recurrió a un ingenio que hoy suena imposible: "Utilizamos filtros de malla metálica que fuimos a comprar a Servei Estació de la calle de Aragó de Barcelona ¿recuerda, divertido¿. Nos ayudó el personal de mantenimiento del hospital. Era una malla de 300 micras, que funcionó perfectamente". "Increíble", añade él mismo. Ahora está en otro mundo, prosigue. "Si un niño necesita un trasplante de precursores hematopoyéticos de donante, lanzamos una búsqueda internacional a través de internet y aparece en pocas horas", explica.

Una de las actitudes que han marcado su carrera es "el factor humanista" que aprendió de sus maestros. Con ese bagaje ha podido entrar en el corazón de sus pacientes, tengan la edad que tengan, dice humildemente. "Nunca imaginarías lo que un niño de 4 años te puede preguntar mientras está aquí, en el hospital ¿relata¿. Aunque esté jugando y vea la muerte como eso que pasa en las películas de indios, en un momento determinado, se detiene, te mira, y te pregunta: '¿Y mis papás se quedarán solos si yo muero?'. Su maduración es muy superior a la de otro niño de su edad".

Dice que decidió ser pediatra a los 5 años, observando al médico que le trató y curó de una poliomelitis gravísima. "Aquel pediatra se me quedó grabado". La evolución de sus pacientes, los que van bien y los que no lo van del todo, viaja en su mente a diario, de regreso a su domicilio. "Intento que en casa no se enteren", comenta.