Botellas cantadas

Clovis Ochin (bodeguero y rapero): “Hago mis vinos para que la gente haga el amor”

Sus vinos se han hecho famosos, están en las mejores salas, los bebe Dua Lipa, con quien mantiene amistad

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El rapero y bodeguero Clovis Ochin.

El rapero y bodeguero Clovis Ochin. / Rosa Molinero Trias

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Rosa Molinero Trias

Clovis Ochin ha empezado la jornada a las cuatro de la mañana. Hace unos días que las temperaturas han dado comienzo a la vendimia y el seis de septiembre ha madrugado para controlar el mosto y transferirlo a las damajuanas. El cristal es el elemento indispensable en los vinos de Ochin: “el cristal no engaña”, dice, y añade que este ha sido un año raro, con poca lluvia y luego mucha, pero que eso no le detiene. “Mi misión es aceptar la naturaleza y lidiar con ella. Yo cuido de la viña, no la controlo, porque no se puede controlar, como casi nada”.

La honestidad es central en su vida, así como la dedicación plena a lo que le gusta: el vino, la música y la amistad. Es uno de los referentes internacionales del vino natural y se ha labrado una reputación de temperamental, radical y exigente.

Sus vinos no llevan ni un gramo de sulfitos añadidos; sus viñas se cultivan según la biodinámica. Pero no solo por eso se ha sentido como un alien: apostó por el vino natural 20 años atrás, cuando apenas había interés por esos vinos que se elaboraban rompiendo las reglas.

“Se reían de mí. Todo el mundo me decía: ‘¿Pero qué estás haciendo con estos vinos?’. Yo les volvía locos: les daba a probar una docena de vinos a ciegas y quedaban encantados. Luego les explicaba que eran naturales y no podían creerlo”.

Con su primera empresa, Au cul de camion, quiso cambiar el sistema: empezó a pagar a los productores directamente, por avanzado, porque hace 10 años no tenían dinero. Eso le granjeó varias enemistades pero la testarudez dio sus frutos: sus vinos se han hecho famosos, están en las mejores salas, los bebe Dua Lipa, con quien mantiene amistad y protagoniza, junto al rapero y chef Action Bronson, el documental de vino más visto en Youtube, 'Natural wines with Clovis'. Antes de que termine el año, veremos al trío en los 12 capítulos que componen su segunda parte.

Ochin primero fue distribuidor, después, restaurador, más tarde, productor e, incluso, rapsoda: le ha dedicado muchos versos, que piensa mientras hace sus vino, entre los que se cuenta la canción 'Le vin nature', con Camouflage Monk, donde dice: “El vino natural es mi droga preferida, no me da dolor de cabeza, no puedo parar de beberlo”.

Pertenece al álbum 'Sans Souffrance Ajoutée' (Tuff Kong Records, 2022), que ha precedido a 'Caccio Peppe –su plato preferido del restaurante Xemei, en Barcelona–, cocinado junto a CRIMEAPPLE (RRC Music, 2023), y que a su vez precede un último lanzamiento que verá la luz este otoño. El título de aquel disco se traduce como ‘sin sufrimiento añadido’ y Ochin, a pesar de todo el esfuerzo que deposita en sus vinos, dice que no le generan sufrimiento.

“Es algo muy loco hacer vino natural: nunca sabes por dónde va a ir la cosa. Al mismo tiempo, es algo sencillo: si tienes buenas uvas, si eres limpio y eres fino en lo que haces, el vino sale bien. Consigo unas 30 mil botellas muy buenas donde otros solo consiguen la mitad. Sé que si trabajo duro y tengo una buena recompensa, así que no lo veo como un sufrimiento. En todo caso, no sufriré cuando me muera”.

De raíces macedonias y de la Auvernia por parte de padre y belgas y corsas por parte de madre (ella fue, trabajó durante 35 años con Simone Veil, la activista feminista, ministra de Sanidad y Presidenta del Parlamento Europeo que legalizó el derecho al aborto en Francia), su relación con España es intensa.

España es el nuevo El Dorado para el vino. Podrían ofrecerme los viñedos más bonitos de Borgoña y no daría nada por ellos. Yo me levanto por la mañana, hago mis vinos, me voy a la playa, vuelvo a seguir haciendo mis vinos y acabo el día con otro chapuzón en un paisaje y en una rusticidad que me encanta, porque lo rústico aquí tiene honestidad y calidez, y eso se ha perdido en Francia. Además, creo que aquí aún no habéis entendido la calidad de las tierras y de la uva que tenéis, igual que os pasa con la comida, lo cual me cabrea mucho”, dice.

En cuestión de restaurantes, alaba a los mencionados hermanos Colombo, al Bar Torpedo de Juanlu Pérez y Rafa Peña, al Gresca de éste último, al Cup Vell (Tarragona) y a La Zorra (Sitges). Sobre vinos, entre las continuas volutas de tabaco que salen de sus labios, desfila una retahíla de bodegueros a los que ama: Partida Creus, Clos Lentiscus, Jordi Llorens, La Salada, Bodega La Hacienda, Barranco Oscuro y Eloi Cedó, a los que considera familia, junto a algunos de sus referentes como Frédéric Cossard, Patrick Boujou, Fred Gounan –”uno de los dos genios que conozco, junto a Massimo Marchiori”– y Caroline Billet y Emile Mutombo. “Las cosas se están poniendo muy interesantes: hay un movimiento muy bonito de gente que está haciendo las cosas como quiere, y la calidad del vino es cada vez mejor”.

El idilio con España hace más de 13 años que dura. Fue entonces cuando visitó por primera vez a Massimo Marchiori y Antonella Geroz, de Partida Creus (Bonastre, Tarragona), a quien se refiere, desbordante de gratitud y admiración, como unos padres para él. “Probé sus vinos, le dije que me encantaban y que quería hacer allí mis vinos sin sulfitos”. Y lo hizo –el año que viene sus vinos saldrán de otra bodega.

Tenía el recuerdo del primer vino que probó, a los 12 años, ante la atenta mirada de su abuelo: algo de Romanée Conti, una 'cuvée' sin sulfitos, aunque no sea famosa por ello. “Mi abuelo, que era un gran abogado –y cuando murió supimos que era el representante legal de toda la industria del porno belga– era también un gran coleccionista de vino. Cuando me lo dio a probar, le dije que sabía a zumo y que me gustaba mucho, y él sonrió felizmente. Nunca lo he olvidado”.

Si un gran vino podía hacerse sin sulfitos, todos pueden hacerse sin, pensó Ochin, que cree saber la motivación de añadirlos: “la gente se asusta de las desviaciones de los vinos, pero los vinos son como las personas, nacen delicados, llegan a la adolescencia y son unos capullos, pero si los cuidamos bien, irán mejorando. Y lo económico no puede ser una excusa: llegué a hacer mi vino con 3 mil euros en el bolsillo porque tuve mis cuentas congeladas durante seis meses tras la venta de mi empresa. Cuando hice mi primer vino, tiré la mitad de la producción: no era perfecto, la volátil había subido demasiado, y muchos esperaban verme fallar”.

Para Ochin, hacer vino no es un trabajo: “es un estilo de vida. Y quien diga lo contrario, se equivoca, porque solamente estará vendiendo un producto. Yo vendo una filosofía de vida”. El bodeguero refuerza el significado de estas palabras cargando contra el statu quo: “El mundo del vino está jodido porque falta generosidad y honestidad. Los viticultores convencionales ponen mierda en las viñas y las destruyen para generaciones venideras. Toman una uva viva para hacer algo vivo, pero lo matan con los sulfitos. Dicen que lo estabilizan, pero ¿quién quiere beber siempre el mismo vino? Yo quiero encontrar cosas similares en la botella, pero no beber la misma todo el tiempo. Quiero encontrar el alma del productor, sentir la belleza mientras lo bebo. Y los que usan el nombre del vino natural para hacer algo que no puede usarse para cocinar, nos están perjudicando mucho. No hay uvas malas sino malos productores”.

La vida de Ochin no ha sido un camino de rosas. Se lo anunció su madre cuando a los cuatro años veía al niño, hiperactivo y muy sensible, saliendo de la escuela y abrazando a personas sin hogar por las calles de París. “He sufrido por ser demasiado sensible, pero esto me ha dado la virtud de amar a la gente. Y no quiero cambiar. Prefiero sufrir que dejar de amar como lo hago”. Creció en Chatelet Les Halles de los 80, en una época donde las drogas y la prostitución campaban a sus anchas por los alrededores de esa estación de tren, la más grande de Europa. “Fui un niño de la calle, las putas me amaban, aunque nunca he sido usuario”. Pasó por 17 escuelas entre los 12 y los 15 años, cuando puso fin a sus estudios y se fue a dar la vuelta al mundo con niños que tenían dificultades similares. “Luego entré a jugar en uno de los principales clubs de fútbol de Francia. Iba para jugador profesional, pero no me gustaba la mentalidad del jugador de fútbol. Me propusieron ir a entrenar al único equipo de niños de Israel que procedían de casas musulmanas y judías. ¡Me encantó! Y ganamos el campeonato. Fue de las primeras veces que me sentí muy orgulloso”.

La vuelta a casa significó el inicio de su carrera musical y también dio los primeros pasos que le llevarían a pasar un año en la cárcel, a los 18 años, por traficar con hachís. Cuenta que al ser tan joven, no le afectó, que le bastaba con hacer deporte, escuchar música y ver la tele.

Clovis Ochin, en un hotel. /

Rosa Molinero Trias

El vino lo que le hizo comprender su actual propósito en su vida, que le ha ayudado a trabajar y a comprometerse hasta alcanzar sus límites más bellos. El vino natural no ha sido una moda para él ni cree que lo sea para nadie. “Si lo fuera, ¿por qué las principales bodegas convencionales han empezado a hacerlo? Esto no va a parar. En Burdeos, un 70% de los viñedos ya son agricultura orgánica. Sé que para la vieja escuela es muy difícil poner toda su educación sobre el vino entre paréntesis”.

“Vivo bien. Nunca le he dado importancia al dinero. Vivo una vida real y me rodeo de gente que le da el mismo valor a su vida”. Estar conectado con la naturaleza, hacer vinos y, a veces, socializar, son las máximas aspiraciones que a día de hoy motivan a Clovis. Pero no unos vinos cualquiera: “Yo hago vino para que la gente haga el amor. Porque el vino es vida. Se hace en una relación entre cosas vivas que no hablan y una cosa viva que habla pero no tiene que hablar. Nade en una planta, se recoge, continúa su vida en otra forma, sea la barrica, la damajuana o la botella. Luego la gente se lo bebe, lo comparte, se miran a los ojos y se aman. Nuestra sangre es como la uva”.

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Orgulloso de sus vinos, dice que es como Zlatan Ibrahimović, muy seguro de sí mismo sin ser pretencioso. “Soy consciente de mi talento, de mi buen paladar, y sé que tengo y tendré éxito en lo que hago porque no le pongo límites a la dedicación hacia las cosas que me gustan”. En 10 años, se ve fuera de los focos, comprando una bonita casa junto al mar, haciendo vino y música para consumo propio. Y ayudando a la gente. “Me gustaría abrir un lugar de acceso gratuito, desmedicalizado, donde las personas puedan venir a hablar y a resolver sus problemas”.

Aunque dice que no le importaría acabar con la vida de una persona que haga daño a un niño o a una mujer, dice ser un hombre de paz que se rige bajo el concepto de 'bienveillance' (‘bondad’, ‘buena voluntad’). “Cada día, intento que la gente cercana a mí se sienta bien. En un mundo donde todo es rápido, quiero dedicar tiempo y cuidados a la gente que me importa. No tengo millones, pero soy libre para amar como quiero. Y eso no tiene precio”.