Cata Menor

El orgasmo gastronómico fingido

Todos los agentes del mundo gastro y gástrico abusan de la hipérbole: desde el que escribe (¡el mejor!, ¡brutal!), el que cocina y, por supuesto, el que consume

Pronto el mejor chef del mundo se llamará I y se apellidará A

Unas de las hamburguesas más bestias de Porneat.

Unas de las hamburguesas más bestias de Porneat. / Porneat

Pau Arenós

Pau Arenós

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La exageración es un ingrediente de la gastronomía y alrededores. La desmesura forma parte de las aspiraciones de los que pasaron hambre y también de sus descendientes, aunque por una razón distinta: ya saciados, han asumido la abundancia como algo consuetudinario.

Todos los agentes del mundo gastro y gástrico abusan de la hipérbole: desde el que escribe (¡el mejor!, ¡brutal!), el que cocina y, por supuesto, el que consume.

La culpa de la frivolidad, sin embargo, recae en el actor principal, que es quien se encuentra a los mandos del comedero.

La demasía tiene razones.

La inseguridad del ejecutor, que intuye que si hay desparrame acertará con algún elemento. La codicia porque el amontonamiento permite sumar euros. La belleza equivocada, que da más importancia a la vista que al gusto y disemina hierbecillas y florecillas, como si fuera la materia vegetal expulsada por una máquina cortadora tras pasar por un jardín.

De la cocina popular a la de vanguardia no hay registro que esté libre de excesos.

El ‘xanxullo’ de Novelda es la suma de aperitivos en una colina de chips y conservas; el 'variat' de Mallorca, un popurrí de tapas o el plato hipercombinado y la ‘francesinha’ de Oporto, el sándwich que se comería Godzilla.

Reparten ‘quenelles’ de caviar fangoso de dudosa procedencia sobre cualquier cosa con patas. Las hamburguesas hay que cortarlas con sierra mecánica para atravesar capas de proteína. Las langostas o los bogavantes salen al ruedo con huevos, patatas, pimientos y tal vez… ¡caviar!

El chef autor puntea su lienzo con salsas e ingredientes jibarizados hasta formar constelaciones con la creencia de que inaugura una cosmología, destruida por el comensal al segundo, que lo embrolla todo. O desdobla un plato en varios, declinando el producto o la idea. ¿Por qué ese puntillismo que requiere de un montón de manos para un resultado que sí, que es hermoso, pero ineficaz? ¿Ego? ¿Creatividad rutinaria? 

El despropósito encuentra bardos que lo cuentan con el entusiasmo del orgasmo fingido. TikTok es una reunión de jadeadores con una oratoria de perrillos reclamando comida.

Elijo la esencialidad antes que la vistosidad. Defiendo platos con pocos elementos pero medulares. Restaurantes en los que cada miembro tenga una función verdadera y activa y no reducida a gesto mecanizado. Menos gente, más capaz, mejor pagada. Es, sobre todo, una reflexión para los que alzan la bandera de la vanguardia, que conlleva responsabilidades. Simplificar. Aclarar. Abreviar.

Yo ya no quiero estar cinco horas en un restaurante. Y ese puede ser el grito. No quiero estar cinco horas en un restaurante ni morir aplastado bajo una hamburguesa de 120 kilos.

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