En los Jardines Canals i Junyer

La Dolors, el chiringuito donde comer bien y 'fer barri' en el corazón de Vallcarca

Se ha convertido en uno de los mejores lugares de Barcelona para desayunar, picar algo y vermutear con tal tranquilidad que uno se olvida que esta en plena ciudad

Los restaurantes del barrio de Gràcia que no deberías perder de vista

La terraza de La Dolors.

La terraza de La Dolors. / Ricard Cugat

Laia Zieger

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Barcelona
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Si el paraíso tuviera forma de terraza, se parecería bastante a La Dolors (Viaducte de Vallcarca, 4): un chiringuito sin pretensiones, pero con alma, que ha brotado como un oasis en los Jardines Canals i Junyer, en el corazón de Vallcarca. Un edén vecinal que no solo alimenta el estómago, sino también la memoria, el barrio y las ganas de quedarse a vivir allí.

Cristina Mas y Mireia Boya (46 años) son los artífices de este remanso de paz. La primera, restauradora curtida en todo tipo de negocios de restauración y que estuvo a las riendas del restaurante de Gràcia La Ramona (“he pasado de ser la Ramona a la Dolors”, bromea), y la segunda, activista, exdiputada y ahora al cargo de la gestión de este proyecto.

Cristina Mas, con una 'esqueixada' de bacalao frente a la terraza de La Dolors.

Cristina Mas, con una 'esqueixada' de bacalao frente a la terraza de La Dolors. / Ricard Cugat

Hace un año se hicieron con la licitación para dar vida a este establecimiento totalmente al aire libre instalado en lo que antes fue una residencia singular: primero consulado de Dinamarca, luego hogar del pintor Joan Junyer y de la pedagoga Dolors Canals, pionera en la educación infantil durante la Guerra Civil. Eso fue hasta su muerte a principios de este siglo, cuando, sin descendencia, decidieron dar la que fue su residencia al barrio para convertirlo en bien social y cultural para el disfrute de los vecinos.

Dicho y hecho, de ahí el nombre y el homenaje: “Su casa es ahora casa nuestra. La Dolors no ha tenido el reconocimiento que merece, como muchas mujeres. Así que hemos puesto su nombre, eso también nos permite contar su historia, cuando nos preguntan”, dice Cristina. “Ahora cuando me cruzo con gente en el barrio, me saludan con un ‘Hola, Dolors’, y me hace gracia. No digo nada”.

El ambiente de La Dolors.

El ambiente de La Dolors. / Ricard Cugat

La Dolors no es solo un sitio donde tomar algo y compartir platillos: es un lugar que se respira. En plena naturaleza urbana, sin ruidos ni coches, con vistas a toda Barcelona y al mar se ha convertido en punto de encuentro intergeneracional. Por la mañana, una mayoría de jubilados ocupan las mesas bajo la sombra de los árboles. Al mediodía llegan los grupos, a la tarde los cochecitos y las cuadrillas. Al caer la tarde, el frescor del parque atrae a quien huye del asfalto, sobre todo las noches de verano.

Punto de encuentro vecinal

“Es un punto de encuentro a todas horas de todos los vecinos. Antes no había nada. La gente siempre se quejaba de que tenía que cruzar el puente -de Vallcarca- o bajar a Gràcia para tomar algo”, resume Mireia.

La 'esqueixada' de bacalao de La Dolors.

La 'esqueixada' de bacalao de La Dolors. / Ricard Cugat

La carta es breve, sabrosa y coherente con el espíritu del proyecto. Hay vermut, hay conservas y encurtidos, hay tapas y platillos, hay menú del día (15 €, incluso con opción vegana), menú infantil, desayunos y fórmulas para grupos. Eso sí, todo de proximidad, como la hamburguesa de Quimet (en homenaje a la carnicería del barrio). Pero entre los más vendidos de la casa están la ensaladilla rusa, el bacalao y el humus -auténtico- que prepara Feras, refugiado de Siria y parte indispensable del equipo. Otro de los miembros es Mounii, llegado en patera desde Marruecos.

Porque aquí no solo se cocina con conciencia, también con personas de realidades -desgraciadamente- invisibilizadas. El resto del personal son del barrio porque, recalcan, “es importante recuperar este espíritu de que la gente se conozca". "Es un lugar así es maravilloso porque genera dinámicas sociales que dan mucha tranquilidad a las familias de la zona”.

El manifiesto de la casa

La Dolors es, pues, inclusiva, sostenible, amable. No es un eslogan: es un manifiesto colgado a la vista que proclama su compromiso con “recuperar la memoria feminista y republicana de Vallcarca; no se tolera ningún tipo de violencia machista ni 'lgtbifóbica'; es libre de fascismo; todas las expresiones de genero son bienvenidas y estimadas; comprometidos con la sostenibilidad; trabajamos con productos de proximidad, de venta directa y ecológica; limitamos los residuos y el desperdicio; decimos buenos días y sonreímos; los niños pueden jugar y correr libremente”.

Todo eso. Y esta benevolencia se nota en el trato, en la armonía del ambiente. 'People friendly' (y también 'pet friendly', no hace falta decirlo), que se podría decir. “Me gusta la gente, me gusta el trato con todas estas personas que vienen cada día aquí”, zanja Cristina.

Otro de los grandes reclamos de este lugar es su espacio libre para correr, jugar o tumbarse a la bartola. Algo que aprecian sus dueñas: “Eso de estar trabajando al aire libre solo es más complicado tres meses al año o cuando hace más frío o cuando hace demasiado calor. Pero compensa el resto, no tener ruido. ¡Mira estas vistas, se ve el mar! Ahora cuando tengo que ir al centro ya me pongo nerviosa. Yo ya no saldría de aquí”, asegura Cristina.

Y no es la única. Cada vez llega más gente atraída por lo bien que se habla de este lugar donde el tiempo se dilata, las mesas se comparten y la comunidad cobra sentido. También de más allá del barrio. El chiringuito es solo el primer paso: queda pendiente que la casa se habilite para que se puedan hacer actividades culturales para el barrio. Mientras tanto, La Dolors ya es mucho más que un bar como pocos (o ninguno) hay en Barcelona: es un espacio de pertenencia.

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