En boca de todos

Tajada de bacalao, tortilla francesa, buñuelo de anís… el recetario de toda la vida con el que Caja de Cerillas está triunfando

Enrique Valentí, el chef tras el éxito de Hermanos Vinagre, se pone el delantal en un bistró castizo con el que consuma su regreso a Madrid tras más de dos décadas en Barcelona

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Enrique Valentí, creador y 'alma mater' de Caja de Cerillas.

Enrique Valentí, creador y 'alma mater' de Caja de Cerillas. / Javier Sánchez

Javier Sánchez

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"Al cumplir los 50, hay quien lo celebra con una macrofiesta. Yo decidí montar un restaurante”. Enrique Valentí luce sonrisa (y canas, perfectamente engominadas) mientras trajina en la minúscula cocina de Caja de Cerillas (Donoso Cortés, 8, Madrid), situado en el ‘off Chamberí’, la margen izquierda de la calle Bravo Murillo, al otro lado de donde se sitúan Ponzano, la Plaza de Olavide o la calle Almagro, y donde los locales gastronómicos se cuentan con los dedos de la mano.

Cumplido el medio siglo , Valentí atesora un currículo jugoso. Durante 23 años ofició en Barcelona donde estuvo al frente de proyectos como Marea Alta o Adobo. Pero poco antes de la pandemia montó junto a su hermanos Carlos en Madrid Hermanos Vinagre, próspero concepto de aperitivos castizos que cuenta ya con cuatro locales en la ciudad. En este 2025 ha completado, con la apertura hace un mes de Caja de Cerillas, su regreso a su ciudad natal: “Me fui hace más de 20 años a Barcelona por amor y he vuelto a Madrid por desamor”, explica con una sonrisa, quitándole hierro a la frase.

El acogedor interior de Caja de Cerillas.

El acogedor interior de Caja de Cerillas. / Caja de Cerillas

En Caja de Cerillas, Valentí ha querido montar un proyecto personalista, en el que está siempre en la cocina. El reducido local del antiguo bar Río Nalón -de ahí lo de Caja de Cerillas- le ha servido al chef madrileño para armar una casa de comidas que es al tiempo bistró afrancesado. Y que es también su carta de presentación para mucho aficionado que aún no le ponía cara: en esta aventura va sin socios y busca “un proyecto de autoempleo, en el que envejecer a gusto”.

Quizá por eso, Caja de Cerillas abre solamente de lunes a viernes y solo tiene a una media docena de empleados, que se ocupan de mimar a los comensales (25 como máximo) entre los que hay familias bien, parejas de jóvenes con carrito de bebé, actrices con sus amigos y también gente del barrio. “Cuando abrimos, mi voluntad era hacer un restaurante de barrio, para que la gente viniera y repitiera de vez en cuando. Fíjate que no hemos posteado nada en Instagram y cree la cuenta porque mi equipo me dije que tenía que hacerlo. Pero estamos llenos desde el principio. La verdad es que nos sentimos un poco desbordados”.

La tajada de bacalao de Caja de Cerillas.

La tajada de bacalao de Caja de Cerillas. / Caja de Cerillas

Cocina "cotidiana y honesta"

En sus mesas, vestidas con mantel de hilo, y dispuestas entre paneles de madera, libros de cocina y menús enmarcados de la colección personal de Valentí, se sirve cocina que él define como “cotidiana y honesta”. En la carta todo resulta reconocible. Resulta tentador empezar la comida con algo tan prosaico como una empanadilla de atún o una tajada de bacalao, que se beneficia de un rebozado ligerísimo, y que se acompaña de una mayonesa de piparras para dejar una hogaza de pan (por cierto, excelente, de Alma Nomad Bakery) en ella. 

“Quiero que el que venga pruebe los platos y diga, ‘joder, esto es Madrid”, suelta Valentí. Y uno, sin moverse de la mesa, parece transportarse a las tascas de La Latina, Carabanchel o el barrio de Quintana. Del bacalao, con ecos de Labra o Revuelta, se pasa a la oreja, que llega crujientísima, acompañada de patatas paja y una excelente salsa brava. La tortilla, que se hace al momento, es insólita: no es ni de patata ni el enésimo homenaje a la ‘vaga’ de Sacha. “Es una francesa que lleva muchísima cebolla caramelizada”. ¿Quién recuerda la última tortilla francesa fuera de bares o cafeterías?

La oreja con patatas paja de Caja de Cerillas.

La oreja con patatas paja de Caja de Cerillas. / Caja de Cerillas

Valentí hace honor a su (amplio) bagaje catalán. Las judías verdes con patata chafada y mayonesa por encima son su versión del ‘trinxat’ y no lo puso así en la carta de milagro. También se puede pedir un canónico ‘pa amb tomàquet’ para acompañar la comida. Y es rara la mesa que se queda sin él. 

Son un ‘hit’ los huevos rotos con gambas, que el camarero despedaza en un bol gigante para facilitar la tarea. Y hay platos que entran y salen de la carta al compás de la temporada y el mercado. Aparecen unos espárragos blancos finísimos, en salsa ligera cítrica, y se ofrece un impecable salmonete, de punto graso y perfecto en la carne y piel churruscadita.

El buñuelo de Caja de Cerillas.

El buñuelo de Caja de Cerillas. / Caja de Cerillas

Altísimo nivel dulce

Los postres son una fiesta. Valentí toma la vía del ‘revival’ flanero aunque se desvía al no hacerlo de queso sino muy láctico, casi como si fuera una ‘crème brûlée’ con sombrerito. Pero el que llama la atención es el buñuelo -grande y cilíndrico- frito lleno de crema pastelera, sobre miel y con ración doble de anís, en la mesa y en el helado que acompaña. Imprescindible. 

Que en Caja de Cerillas se bebe vino no es ningún secreto: los ojos de los curiosos se pegan a los cristales del restaurante, tras el que se alinean referencias de todas partes pero sobre todo españolas, con una amplitud de oferta en la que cabe desde un Vega Sicilia al cava Paloma Mínguez. “Creo que lo que mejor se me da es conceptualizar restaurantes para otros y Caja de Cerillas lo he conceptualizado para mi mismo”, reflexiona Valentí, un cocinero que 20 años después, es profeta en su tierra.