Cata Menor

El Celler de Can Roca: ¿tienen sentido las gafas de realidad virtual en un restaurante?

Jordi Roca pilota la atracción tecnológica con un postre en torno al cacao

Pronto el mejor chef del mundo se llamará I y se apellidará A

Gafas de realidad virtual en El Celler de Can Roca.

Gafas de realidad virtual en El Celler de Can Roca. / EP

Pau Arenós

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A los restauradores con alto sentido común y discreto sometimiento al espectáculo les cuesta adoptar las nuevas tecnologías o los atrevimientos escénicos en un entorno tan consensuado y previsible como el de un comedor.

Cada mesa es un mundo, y aún en un espacio colectivo, el cliente ocupa una figura geométrica (redonda, cuadrada o rectangular) que debe de tener la valoración de privada. Mi mesa. Mi espacio. Por eso hay que tener cuidado con invadir ese país, diminuto, aunque soberano.

La cocina es un espectáculo en cuanto comunicación, pero la exhibición jamás debería estar por encima de la comida: de hacerlo, tendría que ser evaluada por los críticos de teatro y con la posibilidad del aplauso estruendoso y del abucheo liberador.

Los malos interpretadores de la cocina tecnoemocional sacaron a las salas las perolas de nitrógeno líquido y algún cocinero tontito hizo el dragón con el peligro de quemarse la nariz con los vapores bajo cero.

Hace tiempo que los gueridones han vuelto a las salas, sobre los que se despiezan carnes y pescados o se preparan esos tartares que el cliente no se cansa de comer, empapándose con una rutina que, oh, misterio, considera novedad. Es una diversión en pequeño formato.

La última generación de ‘show’ restaurantil la he vivido en El Celler de Can Roca en el tramo final de la comida.

Los mismos camareros que antes habían repartido suculencias como el ‘katsuobushi’ de berenjena o el corazón de alcachofa con tartar de sepia, trasladaron gafas de realidad virtual.

El bombón con pulpa de cacao, guayaba y guanábana de Jordi Roca.

El bombón con pulpa de cacao, guayaba y guanábana de Jordi Roca. / EP

Era un experimento que tenía a Jordi Roca, el postrero, en tanto que hacedor de postres y hermano menor, como responsable, a partir de un encargo de Mobile World Capital Barcelona en colaboración con el estudio de desarrollo tecnológico Futura Space.

El espectáculo sucedió ya antes del espectáculo porque aunque el asunto transcurría en la privacidad de cada mesa, los de alrededor miraban con curiosidad y con el deseo de ser los siguientes.

Calzarse las gafas fue meterse en una historia en torno al cacao (desde fuera se veía a unos locos gesticular en el aire), en la que había niebla, lluvia, un árbol con el fruto tropical, hojas que se convertían en hombrecillos… y un bombón real con pulpa de cacao, guayaba y guanábana que había que comer en un momento determinado. Después, aparecieron máscaras mayas sobre los rostros de los acompañantes en la inmersión y una hoguera y la selva y las propias manos, corporizadas en ese interior de fantasía.

¿Me gustó? Sí, porque fue un bocado feliz después de una comida extraordinaria en la no hubo más pirotecnia que el gran producto tratado desde la imaginación y la exigencia. El único truco en esta casa es una cocina que investiga en el pasado para fraguar el futuro.

Y aunque pudiera parecer una cesión al cacharro sofisticado y alienante es, precisamente, lo contrario, en palabras de Jordi: “Lo que me gusta es que en un mundo en el que todos hacen fotos de todo para compartir, esto no. No se puede fotografiar ni compartir en formato visual. La experiencia se la queda cada uno y la comparte boca-oreja como se hacía antes. ¡La tecnología ha ‘hackeado’ la tecnología!”.

Brillante. La palabra para contar la imagen, no la imagen para suplir a la palabra. Beber del mañana para explicarnos, otra vez, ante el fuego. Porque lo humano nació ante ese fuego coral, que sigue encendido pese a que la tecnosociedad nos invita al individualismo.

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