Cata Menor

¿A qué sabe un melón que puede costar 3.000 euros?

La carne más cara del mundo llega a Barcelona (y otras noticias gastro)

Los mejores restaurantes japoneses de Barcelona en los que te sentirás como en Tokio

El melón Crown Melon que sirve el restaurante Carlota Akaneya.

El melón Crown Melon que sirve el restaurante Carlota Akaneya. / Pau Arenós

Pau Arenós

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La expectativa es querer ver la estatua en el bloque de mármol, y eso jamás funciona a menos que seas Miguel Ángel. Si nosotros le damos martillazos al bloque, lo que conseguiremos son bloques más pequeños y, probablemente, una mano rota.

Había leído sobre el Crown Melon, uno de los melones más caros del mundo junto con el Yubari, y en mi cabeza, tan curiosa como desconfiada, tenía expectativas. ¿A qué sabía el melón con corona? ¿A néctar recolectado por ninfas o a la miel de alguna abeja extinta del paraíso? Imaginar ejemplos excelsos y desproporcionados es apagar un incendio con un lanzallamas.

Lo probé hace unos días al final de una comida singular, que será explicada en una próxima crónica, en el restaurante Carlota Akaneya, en Barcelona, que lo importa en exclusiva de Japón, de Fukuroi, donde lo cultiva un número muy reducido de agricultores. Una bola con un atractivo y característico enrejado en la superficie y un interior verde, tierno y acuoso.

Elimino el suspense y arranco la tirita. Me dejó frío, pero recurro a la frase que suele decirse en las relaciones de pareja para aliviar las culpas: “No eres tú. Soy yo”. No es el melón, sino mi escrúpulo.

Un corte del Crown Melon, en el restaurante Carlota Akaneya.

Un corte del Crown Melon, en el restaurante Carlota Akaneya. / Pau Arenós

¿Por qué? Primero, por el incumplido placer orgásmico.

Segundo, por el precio mareante: lo despachan en tiendas de Tokio a unos 200 €, aunque algunos ejemplares llegan a los 3.000 €.

Tercero: por el sabor a melón… bueno, ¡claro!, ¿rebueno, fuera de serie, único, extraordinario? No. Se lo dije a Ignasi Elías, el dueño de Carlota Akaneya. “Es que es un... melón”, respondió con una lógica incuestionable.

El asunto melonero solo es abordable desde la óptica japonesa, cargada de simbolismo y con el culto a lo raro y excepcional.

A mitad del crecimiento, en el día 50 más o menos, el cultivador apuesta por un solo fruto y suprime los otros: “Queda un melón por planta, a la que llaman árbol. Pagas todos los melones que cortan”, dice Ignasi. Algunos acompañan el crecimiento con música: supongo que será del grupo Blind Melon, Melón Diesel o el Niño Melón.

La mujer y socia de Elías, Chiho Murata, precisamente nacida en Fukuroi, se estrenó como comedora de la pieza en ¡Barcelona! “Nunca lo había probado antes”. En Japón es un obsequio de alto rango y el postre preferido en los restaurantes de lujo. Chiho recuerda el momento: “Me explotó la cabeza”.

El porqué de la importación fue para significar la apertura de Pilar Akaneya en el 2020, el restaurante del grupo en Madrid. “No sabía que era imposible”, dice el propietario. Así que lo hizo posible: “Ningún otro restaurante lo vende fuera de Japón porque no es rentable”.

Con el atrevimiento de los descamisados, hablo a Ignasi y Chiho de una pieza que a mí me parece suprema y cuyo precio es una ridiculez: el de piel amarillo de Fruita de Cal Roca, con tierras en el Penedès, que compramos en el exterior del mercado de Sabadell tras una paciente cola en los meses de verano.

No es el mejor melón del mundo. No es el melón más caro del mundo, pero, joder, qué melón.  

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