Gastronomías
Restaurante Petit Montjuïc: el cuscús que acoge y protege
La función social del restaurante es dar de comer, pero a veces sucede algo más: el espacio supera el marco limitante del negocio y se convierte en un lugar de encuentro
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Souhail Basli y Marta Baldó, en la ventana del restaurante Petit Montjuïc. / Zowy Voeten


Pau Arenós
Pau ArenósCoordinador del canal Cata Mayor
Periodista y escritor, con 19 libros publicados, entre ellos, novelas y cuentos, y media docena de premios, como el Nacional de Gastronomía. Ha estado al cargo de las revistas 'Dominical' y 'On Barcelona' y ha dirigido series de vídeorecetas y 'vídeopodcast'. El último libro es 'Meterse un pájaro en la boca'.
El restaurante Petit Montjuïc es diminuto pero acoge dos almas hospitalarias. Con la excusa de comer un cuscús, contar la historia de un cocinero dichoso, Souhail Basli (1971), y de su socia y pareja, Marta Baldó (1970), productora ejecutiva de Funicular Films, con 'Això no és Suècia' como fulgurante presentación, y camarera los fines de semana.
«Estaba en Francia, vine a Barcelona para ver a un amigo y me he quedado 25 años», dice Souhail.
Él y Marta no se ponen de acuerdo en el tiempo que hace que se conocen, sí que fue en un bar y mediante amigos comunes: «Si me preguntas a mí, diré 14 años; él, dirá 15. Yo pensé: ‘Qué chico tan guapo’». Y ríe, y ríen y sonríen ambos y propagan oscilaciones de cordialidad, una vibración que se extiende por la terraza cubierta y por este comedorcito con mini barra con ventana.

El cuscús de pollo de Petit Montjuïc. / Zowy Voeten
Petit Montjuïc, casi en frente del teatro Grec y detrás del Lliure, es un lugar de reunión de gentes del espectáculo pero también centro de encuentro de los vecinos, que entran, saludan, toman un café, comentan tal vez la operación de un familiar o cualquier otra circunstancia y se abrazan con Souhail y Marta.
Alguien abre la puerta en esta mañana de viento incómodo y pregunta: «¿Cómo estáis?», un mensaje de hábito y confianza.
El cocinero tiende a una actitud feliz, aunque no siempre fue así. Nacido en M’Daourouch, en el noroeste de Argelia y cerca de la frontera con Túnez, conoció la tragedia «de los amigos muertos». «Hice dos años de servicio militar durante la guerra civil», que comenzó en enero de 1992.
No profundiza en eso, Marta se refiere a «lo heavy» de aquello y la violencia queda en el aire, como la ferocidad de los momentos racistas que un magrebí padece en esta ciudad que acoge con la boca pequeña.

La 'chorba frik', la sopa con cordero, trigo verde y garbanzos de Petit Montjuïc. / Zowy Voeten
Cuando pudo cruzó la frontera y se instaló en casa de una tía paterna, Beya. Sometido al toque de queda por ser argelino en tiempos bélicos, no podía salir de forma libre con sus primos tunecinos, de manera que encontró refugio en la cocina. Refugio, asilo, protección. La cocina no es solo un espacio físico, sino una templadora de ánimos. Iba con Beya al mercado y supo gracias a ella de qué manera aliñar ese cuscús que le ha conseguido clientes fieles.
Por mi pequeña mesa del Petit Montjuïc pasan los cuatro: el vegetariano, el de pollo, el de cordero y el de ternera. Puntos exactos en las carnes y jolgorio con las verduras. Cada uno con su correspondiente caldo para hidratar la sémola, revitalizada con 'smen', mantequilla de leche de oveja, de penetrante olor.

El comedor del restaurante Petit Montjuïc. / Zowy Voeten
Entro en la cocina, en la que Souhail es el único habitante, y veo ollas y cazuelas y una sinceridad doméstica.
«La cocina son manos», dice, y se señala también el corazón, porque solo quiere cocinar aquello que palpite.
En el 2000 comenzó a trabajar en un restaurante batallero del Port Olímpic, estuvo en Formentera en Juan y Andrea y también al lado de Fran Monrabà, el capitán de la barcelonesa taberna Haddock.
Cogieron este restaurante en el 2017, cuando la pareja se instaló en un piso del mismo bloque. Por primera vez podía mostrar sus platos, como la 'chorba frik', la sopa con cordero, trigo verde y garbanzos, y esa hoja de menta que hace que el sorbo entre en una dimensión distinta, y las albóndigas de ternera con un fondo especiado con cilantro seco, cúrcuma y comino.

La terraza del restaurane Petit Montjuïc. / Zowy Voeten
Marta estudió periodismo, se dedicó a la promoción cinematográfica, negoció derechos audiovisuales en diferentes países: «Un día dije: ‘Basta de promoción. Voy a hacer producción’. En el fondo soy una gran vendedora».
Se asoció en el 2021 con los hermanos Aina y Marc Clotet y Jan Andreu y montaron Funicular. Hoy, Marc Clotet come cuscús un poco más allá en una visita espontánea, y se repite la gratitud de los abrazos.

Marta Baldó y Souhail Basli, en el exterior de Petit Montjuïc. / Zowy Voeten
En épocas en las que estuvo menos atareada, Marta servía las mesas, ya ocasionalmente: «Podría escribir el decálogo de las cosas que no hay que hacer en la hostelería. O cómo hacer las cosas por amor y no morir en el camino».
Petit fue y es guarida de Souhail y de la memoria argelina, y un pacto con aquel chaval que tuvo que irse, y menos un negocio convencional, aunque los números tienen que salir: «Salen, pero con un gran sacrificio».
A veces, sobre todo al principio, Marta temía «no estar a la altura”, que los tomaran «por impostores»; a ella, por venir de otra profesión; a él, por formar parte de otra tradición. Rompieron con las rutinas: «Sacamos el cuscús del Raval y lo llevamos a un restaurante en el que se sirven vinos».
Me siento cómodo y agasajado, ríen y transmiten ese contento, y ya no se me ocurre para qué otra cosa más puede servir un restaurante.
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