Gastronomías

Restaurante Casa Alfonso: la jovialidad después de 90 años

En julio de 1934, Alfonso García abrió este restaurante insignia del Eixample

El nieto, con el mismo nombre, suma al proyecto a su hija para garantizar el relevo y que el establecimiento siga en manos de la familia

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Marc Comerma, Alfonso García y su hija Claudia, en Casa Alfonso.

Marc Comerma, Alfonso García y su hija Claudia, en Casa Alfonso. / Jordi Cotrina

Pau Arenós

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La americana de Alfonso García, Alfonso III según la genealogía de Casa Alfonso, es de color rosa y con finas rayas blancas y coderas. Alfonso tiene 60 años, Casa Alfonso cumplió 90 en julio y la vida es demasiadas veces gris, puede que gris marengo, incluso gris antracita, así que la americana de color envía un mensaje: «Intento transmitir alegría con mi forma de vestir. Siempre positivo».

Se ríe y dice de sí mismo: un personaje, un restaurador elegante. Alfonso es, sobre todo, un anfitrión, un papel que la gastronomía contemporánea ha dejado perder.

Sentado en la llamada Sala Secreta, un comedor para comidas íntimas al que se accede por la barra, escucho su historia y la de la casa, fundada por Alfonso I y Rosario (abuelos), consolidada por Alfonso II y Ramona (padres), robustecida por él mismo, que acaba de sumar al negocio familiar a Claudia, la hija mayor, de 28 años, y especialista en 'marketing' digital, con la que planifica un futuro que podría pasar por una expansión (o no) y por una inmediata tienda 'on line' (y sí).

«Soy la primera figura femenina visible», dice Claudia. Ha habido mujeres, abuela, madre, tías, claro, pero las caras reconocibles eran y son las de los Alfonsos.

La entrada de Casa Alfonso, con la chacutería y la barra.

La entrada de Casa Alfonso, con la chacutería y la barra. / Jordi Cotrina

La Sala Secreta es el refugio de los habituales, clientes que cada día, con una lealtad de mármol, desayunan, comen o cenan.  

Casa Alfonso es y ha sido, charcutería, y es y ha sido una taberna gurmet y es un espacio histórico. Porque ha sido, con casi un siglo en manos de los García, una hazaña en tiempos de caducidades exprés.

Alfonso estima que ha habido «poco reconocimiento por parte de la administración y la prensa». ¿No te sientes apreciado? «No yo. No Casa Alfonso. Los históricos. Su valor. Si están ahí será por algo».

Jamón, croquetas, boquerones y la flauta de rosbif de Casa Alfonso.

Jamón, croquetas, boquerones y la flauta de rosbif de Casa Alfonso. / Jordi Cotrina

En ese (hipotético) plan de expansión, el alma sería un activo no negociable. Dice que si él quisiera abrir en la ciudad X, lo primero que haría sería ir a los establecimientos veteranos en busca de información porque, vuelve a la idea, si han resistido la guillotina de las décadas es que conocen la materia a fondo. La gestión, dice.

Él es, ahora, un hombre de gestión. Pero primero hizo de todo, incluso deshuesó cientos de jamones junto a Alfonso I y II en un almacén de este distintivo lugar que antes fue una curtiduría.

El tartar con abundante yema de Casa Alfonso.

El tartar con abundante yema de Casa Alfonso. / Jordi Cotrina

Los jamones ibéricos son columnas de Casa Alfonso, como la decoración, la cartelería, las fotos con el famoseo (por apuntar a la caza mayor, Ron Wood, guitarrista de los Rolling Stones, en el vecindario), los relojes antiguos y museizados, la barra...

Poseen una piara propia y son los maestros de la empresa Juan Manuel, en Guijuelo, quienes transforman al cochino en monumentos de la civilización, premiado dos veces (2020 y 24) por el Ministerio de Agricultura como mejor jamón de España.

La pluma ibérica de Casa Alfonso.

La pluma ibérica de Casa Alfonso. / Jordi Cotrina

Tomo un montadito surfeado por lonchas: desaparece el cuerpo mortal y queda el rastro de la grasa buena. «Consumimos unas mil paletillas anuales», responde Alfonso ante el interés por la contabilidad porcina.

Los 500 puercos dan para muchos embutidos, y para las carnes frescas, como la pluma, que maneja bien el que escribe la carta: el cocinero Marc Comerma, quien envuelve el tartar de lomo bajo de ternera con abundante yema y es una delicia y cocina el arroz, algo dulzón, de carabineros en una sartén, placer individual.

Uno de los comedores de Casa Alfonso.

Uno de los comedores de Casa Alfonso. / Jordi Cotrina

«Nos reinventamos, pero sin traicionarnos», cuenta Alfonso. Creo que deberían ser también guardianes de la memoria de la cocina que se fue.

La gilda, el boquerón majestuoso, la croqueta de carrillera y la de bogavante, la tarta 'tatin' de higos. El bocadillo de rosbif. Lo disfruté muchas veces, en el pasado, en la barra, con una caña. Lo pido.

En realidad, estoy comiendo un relato porque cuenta Alfonso III que fue Alfonso II el que allá por 1979 popularizó la flauta en Barcelona, formato bocadillero tan común ahora: «Mis padres fueron a Perpinyà y vieron la 'baguette'».

La entrada de Casa Alfonso.

La entrada de Casa Alfonso. / Jordi Cotrina

En la mía, culata de ternera, salsa de la propia cocción de la pieza y mucha pimienta. Recuerdo eso: la pimienta. «A mí padre le gustaba mucho la pimienta. Y no soportaba la miga»: porque lo importante es que hubiera chicha. Claudia añade que han pedido la reformulación de la flauta al panadero para que sea más crujiente.

He narrado Casa Alfonso y voy a explicar a Alfonso III, que fue actor y doblador y grabó un disco como Randy Evans en 1987. «Randy por el piloto Randy Mamola y Evans por la actriz Linda Evans».

Para los curiosos y los 'alfonsers' es posible encontrarlo en YouTube: 'World of Today, italo disco'.  

Vuelvo a las 75 americanas que guarda: «Con ellas traslado estilo y buena onda en mi entorno». Festejar los 90 con la jovialidad de los 60 de Alfonso III o de los 28 de Claudia I.

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