Establecimiento emblemático

El bar del Turó de la Peira que sirve más de 50 tapas y unas bravas que son de las mejores de Barcelona

Muchos consideran La Esquinica como la meca del tapeo: lleva más de medio siglo abierto y fue de los primeros donde había que coger número para conseguir mesa

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Laia Zieger

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Barcelona
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Son los reyes del mambo. Las estrellas del rock del barrio del Turó de la Peira. Son José María Utrillas y Paco Marco y, bueno, si bien no guardan ninguna relación con la música, sí han marcado el tempo de uno de los restaurantes de tapas más tradicionales y conocidos de Barcelona, La Esquinica.

El primero fue su fundador en 1972, cuando abrió en el Turó de la Peira, en la calle del Montsant (esquina con Cadí). De allí su nombre, La Esquinita. “Los orígenes han sido humildes, fueron años duros porque partía de cero. Había estado trabajando en la mítica Gran Bodega en la calle de València, y allí me empapé de todo lo que apliqué en mi negocio”, explica José María, que se ha dedicado en cuerpo y alma a su negocio. “Siento pasión por este bar, lo he vivido de corazón y han sido muchos años de mucha dedicación. Al principio de jubilarme, soñaba con el local, ahora a veces aún tengo 'flashes'”, relata.

Un nombre con raíces mañas

Más tarde, el establecimiento se mudó a la ubicación actual, en el paseo de Fabra i Puig, 296. No en una esquina sino en un amplio y acogedor local, con gran terraza. "Pero conservamos el nombre porque ya nos conocían así. Simplemente, le pusimos la cé como homenaje a mis raíces mañas”. Y es que este señor de trato cercano y cariñoso siente con devoción los colores de su tierra, presente en toda la decoración del bar y en algunas que otras 'delicatessen'. “Aquí solo se sirve jamón de Teruel”, asegura.

En 1982 se sumó a la aventura su cuñado, Paco, que tras la jubilación de José María es quien sigue a las a las riendas del local. “Siempre nos hemos llevado muy bien y me propuso trabajar con él. Se ha hecho fácil, somos muy de familia y cuando tenemos nuestras comidas en casa, media horita antes nos vemos para comentar cosas del negocio”, explica Paco.

Las primeras colas

Eso sí, cuando José María vuelve por el bar, es todo un acontecimiento del barrio. “Y eso que sigo viviendo en por la zona”, bromea. Imposible entablar una conversación o tomar un café tranquilos. Todos lo reconocen, lo saludan, se interesan por él y lo abordan con mucho afecto. Casi se necesitaría coger turno para estar un rato con él, al más puro estilo de La Esquinica, que fue de los primeros locales de tapas de la ciudad donde había que coger número para conseguir una mesa. “Se armaban unas colas que se hicieron famosas”, explican Paco con orgullo.

Los jamones cuelgan del techo de La Esquinica.

Los jamones cuelgan del techo de La Esquinica. / Zowy Voeten

A sus feligreses, José María les devuelve el mismo mimo, dejando en evidencia uno de los secretos del éxito de La Esquinica más allá de sus bravas (cuya receta es -evidentemente- secreta aunque acede a desvelar que “llevan patatas agrias, una buena salsa y mucho amor”), sus chocos, su morrito y sus bocatas de campeones para desayunar que son gloria.

La meca de las tapas

“A lo largo de los más de 50 años que llevamos abiertos, la carta no ha cambiado, pero sí ha crecido. Empezamos con unas tapicas, y hoy tenemos más de 55 que se preparan cada día al momento. ¡Hay quien dice que somo la meca de las tapas! Fuimos una originalidad, porque cuando abrimos no habíaa tantos locales de tapeo, ahora la cosa ha cambiado”, relata Paco.

Varias de las tapas y postres que se pueden pedir en La Esquinica.

Varias de las tapas y postres que se pueden pedir en La Esquinica. / Zowy Voeten

El fin de semana y los viernes por la mañana son los días de más afluencia, y las bravas, el plato que más se vende. Pero, por lo visto, depende mucho del público. La morcilla sale más entre los mayores de 40 años y los jóvenes son de croquetas. “Lo bueno es que tenemos para todos los gustos y por eso tenemos todos los públicos, no es un restaurante de modas, sino un emblemático de clientela muy fija, y de ambiente familiar. Antes solo había gente del barrio, ahora de toda Barcelona, por el boca -oreja. La gente dice ‘te voy a llevar a un buen sitio, y trae aquí’, es un muy buen cumplido”, narran.

La visita de la infanta Cristina

Aunque aseguran que el mejor cumplido es una persona que salió y dijo: “Aquí he estado como en casa". "¡Qué alegría que me digan eso!”, exclama José María, que comparte: “Nuestro modelo de negocio, es cariño, un gran trato, buen producto, un precio competitivo y autenticidad”. Y esta autenticidad es lo que atrae a centenares de clientes cada día, en gran parte locales. “Turistas, hay pocos porque el barrio no es turístico. Pero cuando vienen, es especialmente para comer aquí, porque les han recomendado, porque quieren una experiencia realmente auténtica”. 

También seguramente por ello la clientela se ha mantenido fija a lo largo del medio siglo de vida del local (“¡sin ningún altercado ni necesidad de llamar a la policía en todo este tiempo!"), convirtiéndose más que en un restaurante de barrio en un club social donde los jueves van los del teatro, los viernes acuden grupos de jubilados, los martes están los de Telefónica y los fines de semana aparecen familias que han visto crecer. “Algunos antes venían como grupos de estudiantes y ahora son grupos de pensionistas; o hay quienes vinieron aquí siendo bebés en cochecitos con sus padres y ahora vienen con sus hijos. Es muy bonito”.

Tampoco ha faltado el desfile de celebridades propio de los locales emblemáticos a lo largo de los años. Futbolistas, hombres de negocios, artistas e incluso personalidades de sangre azul han tapeado aquí. “Un día, vino la infanta Cristina, y mientras la servía se acercó su escolta para pasarle al teléfono. Era su padre en línea”, explica José María, que asegura tiene miles de anécdotas que contar.

Toda una vida en La Esquinica, ¡y qué vida!

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