Comer por menos de 15 €
Menú del día: Celler de l’Avi, relevo y conservación del patrimonio
Este acogedor restaurante del barrio de la Font de la Guatlla, regentado por un personal cariñoso y competente, ofrece una propuesta variada
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Chorizo gallego con huevo y patatas fritas del restaurante Celler de l'Avi. / Alberto García Moyano


Alberto García Moyano
Alberto García MoyanoAbogado. Responsable del blog 'En Ocasiones Veo Bares'. Interesado en la conservación de bares y bodegas desde 2011. Enamorado de la cocina de menú del día, del desayuno cocinado y todo aquello que se le asemeje. Bodega Montferry (2013), Bodega Carol (2015) y Sants es Crema (2017).
Siempre hay algo que celebrar y hoy ocurre que se celebra que esta es la 40ª entrega de menús del día (o asimilados) con las que os entretengo o aburro, según se tercie. En esta ocasión también sucede que hay otro motivo adicional para el jolgorio que -'a priori'- poco tiene que ver con la gastronomía. Voy a intentar explicarlo a ver si es posible.
El barrio de la Font de la Guatlla, en Barcelona ciudad, es de aquellos que, pese a tenerlo ciertamente cerca, visito más bien poco. Especialmente desde que mi bodega de cabecera en la zona, la -difunta- Bodega Amposta, cerrase para dar lugar a otra que únicamente conserva el nombre y se centra en otros menesteres culinarios, tan respetables como otros pero que no me atraen especialmente que digamos.
Celler de l'Avi
Mandoni, 2. Barcelona
Precio: 12 €
Por la zona también hay un par más de consagrados lugares de menú que dan de comer a muchísima gente de la zona, haciendo gala de ese servicio público que constituyen este tipo de sitios. Pero sucede que, el día en que me decidí a visitarlos con fines de documentarlos, uno estaba cerrado (espero que no para siempre, por favor, querido Bar 2000) y el otro tan lleno que la espera hubiese sido pasarse de hora.

La entrada del restaurante Celler de l'Avi. / Alberto García Moyano
Ante tamaño desconsuelo, tiré de 'batseñal' y rápidamente mi estimado Enric ('aka' @debarenbarri) acudió con una sugerencia que estaba fuera de mis pretensiones de ese día pero que seguía en la Font de la Guatlla a la par que me suponía un desplazamiento de escasos cinco minutos adicionales a pie. Me hizo verdadera ilusión, además, que fuese un local tocante a la Gran Via de les Corts Catalanes, porque básicamente este tipo de grandes vías (válgame la redundancia) tienden más a triturar garitos que a generarlos. Entre cavilaciones sobre qué iba a ser de mí en esa tercera opción 'menusística' volando pasaron esos cinco minutos y ya estaba plantado frente al Celler de l’Avi.
Atenta mirada a la pizarra de la entrada, que mostraba una variedad y un equilibrio realmente agradables. Entrada, visualización de la jugada y elección del lugar para tomar asiento.

La sala del restaurante Celler de l'Avi. / Alberto García Moyano
Poco, muy poco tiempo después de tomar asiento, en la mesa de al lado una señora le pidió a su hijo que interrumpiera su exposición sobre física cuántica para espetarle enérgicamente a la camarera “ole, ole y ole, ya puedes decirle a la cocinera que las lentejas y el chorizo gallego estaban de chuparse los dedos”.

Lentejas a la riojana del restaurante Celler de l’Avi. / Alberto García Moyano
Pues ya está decidido, yo venía a quedarme con un arroz a la cubana y bajar revoluciones, tal y como me sentí en el Becerrea. Pero lentejas a la riojana y de segundo, un plato que suelo desayunar más que comer, pero a nadie le amarga un dulce: el chorizo gallego (ese ya se sabía), con huevo, patatas y pimientos.
No voy a entrar demasiado en dar muchas vueltas a los dos platos escogidos. Solamente diré que suscribo íntegramente la alabanza que tan amablemente había proferido la señora, añadiendo en cuanto al segundo que comencé rebanando el chorizo a un calibre mucho más grande, viéndome obligado a reducir el corte a finas rebanadas porque no quería que se acabara nunca. Creo que salir al mercado y encontrar semejante chorizo no es tarea fácil. Y aquí lo gastan, bien escoltado de un huevo y unas tremendas patatas fritas.
Para ser sinceros, tras recibir la sugerencia de ir hasta el Celler de l’Avi, lo que acabó decantando la balanza fue la abundancia de imágenes de buenas patatas fritas que la gente cuelga sobre el lugar; y es que, ante la duda, si hay patata frita buena la oportunidad hay que darla, siempre.

La crema catalana del restaurante Celler de l’Avi. / Alberto García Moyano
Lo que no realzó mi idolatrada vecina de comedor fue el postre, hecho normal si consideramos que fue directa al café saltándose este ultimo paso. Júbilo el mío cuando me jugué el todo por el todo (sin el apoyo de la elección de la señora me vi ciertamente dubitativo) y pedí crema catalana (elaborada en la propia casa). Quemada en el acto, me transportó a la primera a la que dediqué unas líneas en esta sección: la de Can Massana.
Pues, hasta aquí, la verdad es que todo lo que os haya podido contar no dista mucho de lo que en las 39 anteriores crónicas he explicado de muy diversas maneras: un lugar acogedor, gente que lo regenta cariñosa y competente, menú con variedad y con los que se disfruta comiendo (¡qué importante!) y una agradecida parroquia.
El hecho diferencial aquí es especialmente motivo de regocijo para quien suscribe: Celler de l’Avi no está a cargo, ya desde hace cierto tiempo, de quienes lo fundaron hace décadas. Se han perdido muchos por el camino pero disfrutamos de otros tantos gracias esos relevos.
Quienes se encargan de que este lugar siga en sus trece y por 12 € te permita un menú de esta categoría son de origen asiático. Sí, ese colectivo al que nuestro intrínseco racismo históricamente ha producido que se le haya achacado el detrimento de nuestros bares de barrio cuando lo cierto es que realmente -en su inmensa mayoría- los conservan, los cuidan y, en la medida de lo posible, procuran que la parroquia no huya despavorida víctima de subidas de precio basadas en inversiones desmesuradas para “mejorar” la estética del lugar.
Por si no se te ha ocurrido antes, ya estamos en 2024 y quitarse los prejuicios de encima no solamente es saludable, sino que te lleva a contemplar que lugares como el Celler de l’Avi tienen un presente y un futuro. Cuanto, pero cuantísimo a agradecer.
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