LOS RESTAURANTES DE PAU ARENÓS

Gresca Bar, reverencia al bikini y al 'peu de porc'

Rafa Peña ha desdoblado Gresca en Gresca Bar, con una importante oferta de vinos naturales y platos que enganchan

Rafa Peña y Mireia Navarro, en compañía de un silente amigo, en la entrada de Gresca Bar.

Rafa Peña y Mireia Navarro, en compañía de un silente amigo, en la entrada de Gresca Bar.

Pau Arenós

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En el 2014, Rafa Peña y Mireia Navarro decidieron que el local de la calle de Provença había sido exprimido y que, si querían crecer y avanzar, tenían que mudarse. Exploraron la selva inmobiliaria y salieron magullados, picados y mordidos.

Estuvieron a punto de trasladarse al pasaje de Mercader, de tener socios, de-de-de… Cuando los chinos que regentaban el restaurante junto a <strong>Gresca </strong>accedieron vender -y fue un proceso con más agujas que una terapia de acupuntura-, pensaron que era el regalo con el que festejar los 10 años del restaurante. ¡No seáis sosos y montad la fiesta de la década!

Ha sido la solución ideal: una cocina abierta que comunica los dos espacios, Gresca y el nuevo Gresca Bar. Y, como pasarela o continuidad, una barra para seis suertudos que, metidos en la cocina, observan el devenir de los cocineros y los emplatados.

Quien quiera ver ballet contemporáneo que vigile a los jefes de cocina, Pau Pons y Carles Morote: ay, Rafa, qué tiempos en los que estabas más solo que un canario en una mina.

El chef sabe que actuar ante el cliente es una operación arriesgada porque desnuda una casa y sus defectos. Como Rafa tiene poco que ocultar y mucho que mostrar, es feliz con el despelote.

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Me acomodo en ese lugar de paso -ideal para gurmets, pero del que tienen que apartarse los quejicas- y disfruto con platos de uno y otro lado. Rafa es un gran cocinero: tiene estilo, el <strong>rafaelismo</strong>, limpieza en la forma y rigor con los sabores.

El vino ha ido cobrando importancia en este establecimiento desdoblado, seguidores del movimiento natural, con Sergi Puig al frente de la bodega, ahora a la vista, y secundado por Mireia Andreu. Se bebe muy bien en los Gresca's. Dos tragos: Misticanza 2012 y Les Tabeneaux.

«Lo importante en el bar son los vinos, acompañados por una cocina sencilla y directa». No la degrademos a secundaria, Rafa.

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De Gresca Bar: gilda de bacalao y piparra (buena, pero con desconcertante punto amargo), boquerón marinado con limón y sésamo (bien), tostada de anguila con nata agria y cebolla (pero mucho mejor esto), bikini de lomo ibérico y queso comté (permitidme aullar), medio bocadillo de cerdo (a estas alturas, uno entero me liquidaría) y 'peu de' porc relleno «a la manera de Pierre Koffman» (lloraría si fuera un sentimental). Para acabar este apartado, torrija con helado de canela.

De Gresca: espárrago verde con puré de raíz de perejil y velo de comté (platazo) y los raviolis de liebre , que comí hace un año (platazo dos). Finalizada la asesoría del Hostal Empúries, remodelado Gresca, dinamizado el restaurante gracias al bullicio del bar, es la hora, Rafa: la hora. A por nuevos platos.

Mientras esperamos, otro mordisco al bikini: crocante, delgado, intenso. «Pan del horno de Sant Josep del día anterior. Se unta con mantequilla y se deja reposan una noche envuelto en film». Lo digo ya: el mejor de Barcelona.

Barba de leñador escandinavo, muy adecuada a sus gustos: «Voy tan de culo que aún no he podido recortármela».

Repaso las fotos del 2006 y aparecen dos jovencitos, Mireia y él, lampiño, con la sonrisa del que aún no está preparado para atender a los fotógrafos.