LOS RESTAURANTES DE PAU ARENÓS

Celler Cal Marino: la bodega es la red social

Eduard Burrull, con una copa ante una de las vitrinas de la bodega. Foto: Joan Cortadellas

Eduard Burrull, con una copa ante una de las vitrinas de la bodega. Foto: Joan Cortadellas

Pau Arenós

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Las bodegas fueron lugares cavernosos con barriles oscuros y de redondeces borrachas donde las arañas tejían jerseys para combatir el frío del franquismo.

Tras una transformación 'indie', aquellos lugares húmedos y mohosos son reivindicados por una legión de gurmets hartos del postín y la impostura de los establecimientos dictados por Herr Decorator.

En la estela de espuma cervecera del vecino Quimet&Quimet –que ha educado en la lata y las estrecheces a miles de turistas–, Celler Cal Marino ha descorchado la costumbre del picoteo mientras los clientes trasiegan rubias de autor, chatos de vino de la Terra Alta o copas de botellas sin altivez, algunas tan apetecibles como Sotorrondero, La Tribu o Barbazul.

El circuito bodeguero es activo y cómplice, herederos sin nostalgia del tiempo a granel.

Taberneros retromodernos como los de Morro Fi, Casa Mariol, Homosibaris o La Tieta. Los blogs Moviment en Defensa de les Bodegues de Barri y En Ocasiones Veo Bares son los cronistas con sifón. El vermut como excusa para el compadreo y el intercambio.

El Marino es Eduard Borrull, originario de Ulldemolins, que ha sacado brillo al apodo familiar para nombrar este espacio que fue fábrica de gaseosas –¿se cierra el círculo?– y taller mecánico.

Ambos, dueño y entorno, han sido reciclados pues Eduard vendió motos y de ese oficio con embrague ha arrancado la labia. “He ido reinventándome, fijándome en el entorno, en la gente que me gusta. Cuando abrí hace tres años era muy precario, tenía vino del súper, no vendía un clavo”. Inspirándose en su hermano, dueño de La Bodegueta d’en Miquel, se ha comportado como la araña, lanzado hilos pegajosos en busca de cómplices.

Si Eduard te guía por neveras y estanterías, te hablará del nombre del productor, de cuándo lo conoció y de que el elaborador de aquel queso trabajó en la ONU.

Cocina sin cocina, ni siquiera plancha eléctrica, solo un microondas para la agitación de las moléculas (¿será el recalentamiento cocina molecular?).

Lo más atractivo es la ideología, el ímpetu, la reinvención de un oficio y el uso de las redes sociales para el salto mortal.

De la extensísima muestra de fríos, tibios o 'microonizados', saludo las 'papas arrugás' con tres salsa de la casa Guachinerfe (atención al almogrote), el bocata de 'porchetta' de Mammafiore, los quesos de Los Corrales (Sierra de Espadán), la Cueva de Llonín (Asturias) y Cantagullas (Valladolid).

Las croquetas –pongo mis huellas dactilares sobre la de morcilla y la de roquefort y nueces– son finas pero inconsistentes, más blandurrias que una heroína rosa.

Sería interesante que Eduard redujera la compra de platos preparados y ofertara algo más personal, un ensayo de bocadillo de autor, alejándose del microondas. ¿Es posible el diseño de un tapeo abodegado, propio de este entorno tánico?

Bebo copas de La Estacada y Honoro Vera (¿pero quién bautiza los vinos?) y cerveza de lata Punk Ipa, la BrewDog. Sí, punk y perros. 'Hey oh'.

En la radio, The Class y The Ramones. Increíble: estamos en la década de 70, entre barriles y tintos de combate.

De nuevo a las barricadas, o a las barricas. El espíritu de las nuevas bodegas es punkarro, alternativo, sesiones rápidas y contundentes.

En los días de Twitter y Facebook, la bodega es la legítima red social. 'Hey oh, let’s go'.

Lo más: el buen precio de las botellas y que los riojas y los riberas no son los reyes de la casa. Copas de 1,50 a 3,50 euros.

El entorno: Poble Sec es cada vez más gastro. Jazz, Acai, Rosal 34, Quimet&Quimet.

Recomendable para: gurmets punkies y con buen sentido del equilibrio para sentarse en los taburetes.

Que huyan: los que se sienta incómodos en lugares alborotados y tabernarios.