LOS RESTAURANTES DE PAU ARENÓS
La barra del Coure: solo 10 sillas

Gabi Viamana, David Rustarazo y Albert Ventura, en la barra de Coure. GUILLERMO MOLINER
Cuidado: las diez sillas altas de la barra del Coure, en la entrada del restaurante de Albert Ventura, podrían convertirse en los asientos más engolosinados de la ciudad.
¿Por qué no? Cumple con algunas leyes del mercado: la comida es excelente y el espacio, pequeño, es decir, objeto de deseo y capricho.
Se pondrá de moda y los 'brokers' se abrirán paso a empujones y codazos (por supuesto, con coderas de elegante chaqueta esport). De momento es un espacio tranquilo, aún libre de la turbamulta, así que hay que apurar esos últimos minutos de sosiego.
Albert dirige uno de los bistronómics –creo que le desagrada la palabra– más briosos de la ciudad, que en enero complementó con una preciosa barra de madera fabricada por su vecino Alfons Tost.
Las cortinas cobrizas que ocultan el utillaje, la madera casi escandinava, la cocina a la vista. El 'down' es el Coure y el 'up'...
Albert no tiene nombre para esta cocina de taburete. «Es más que una barra de montaditos y menos que un 'atelier', que me parece un nombre pretencioso», explica el chef.
Cierto: qué lejos de los mostradores atestados de trocitos de pan reseco y chacina agonizante y de los 'ateliers' en los que Joël Robuchon cose platillos 'prêt-à-manger' a precio de alta costura. Albert ha ideado una carta de hechuras populares a un importe igualmente pop.
El jefe ha destinado a esta misión a Gabi Viamana y a Rusti (¿el cabo de Rin-Tin-Tín? No, David Rustarazo).
El primero recibe con un cóctel Negroni, aceitunas y una simpatía imprescindible para el comercio de proximidad.
Y Rusti, vaya bestia parda, cocinero valiente y exacto, parcheado en cocinas en las que se honra la miniatura como el Santa María y La Panxa del Bisbe.
De Nueva York, y tras su experiencia en el restaurante Mercat, trajo dos cuchillos tremendos con dragones grabados en el acero. Tiene los brazos marcados a hierro y fuego.
De los vinos sugeridos por Janina Rutia elegí una copa (o dos) de Coudoulet de Beaucastel.
Croqueta de rustido (Rusti-do), rebozada con pan crujiente. Ensaladilla de ibéricos, grato contraste entre lo graso y lo hervido. Flamígero 'tartar' de buey (lo dicho: ¡vuelve el 'tartar'!).
Finísima ventresca de atún con berejena ahumada.
Excepcionales guisantes con berberechos y espuma de almendra (dulce y yodado, crujiente y mórbido).
Tortilla de patatas (buen sabor, pero demasiado hecha).
Ravioli de 'peu de porc' y ostra: yu-ju-jú. Callos con garbanzos para resucitar a comensales zombies. 'Galta' de ternera con patata cremosa. Y el majestuoso babá con ron. Hip.
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Elige, Albert.
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