Aniversario de la salida

De huir de la guerra de Ucrania a trabajar en cocinas con estrellas: el año de Evelina Melnikova

Esta chef especializada en pastelería, que llegó a Catalunya en marzo del 2022 procedente de Odesa, explica cómo ha vivido un periodo "lleno de cosas terribles, pero también bonitas"

Ha trabajado en restaurantes como Àbac y Aleia

Evelina Melnikova, en la plaza de Catalunya de Barcelona

Evelina Melnikova, en la plaza de Catalunya de Barcelona / E. P.

Eduard Palomares

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Se suele decir que el tiempo es relativo, y la mayoría de veces no deja de ser un simple cliché. Pero en este caso resulta totalmente cierto, porque el peso, la sustancia y el valor que ha tenido este último año para Evelina Melnikova es incomparable con el de este redactor, que la entrevistó por primera vez hace 12 meses justo cuando acababa de llegar a Barcelona huyendo de la guerra desatada en Ucrania por la invasión rusa. "Si te cuento todo lo que me ha pasado desde entonces te parecerá que es una película; cosas terribles y también bonitas", nos avisa frente a un 'cheese cake' en una cafetería del centro.

Pastelera sobrada de talento en su ciudad natal, Odesa, cogió las maletas después del impacto de los primeros proyectiles para acabar, de manera improvisada, en Catalunya después de atravesar media Europa en autocar. Un año después, con 31 años, ya ha trabajado en la partida de repostería de restaurantes dotados de estrellas Michelin como Àbac o Aleia, en el hotel Casa Fuster, y ahora está realizando una prueba en Alchemist (Copenhague), uno de los restaurantes más vanguardistas del continente. ¿Y qué ha pasado entremedio? Mejor contarlo de manera cronológica.

Todavía con el susto y el miedo a cuestas, y siempre pendiente de las noticias de su familia, Melnikova ya empezaba a notar en marzo de 2022 que no solo su vida se había trastocado de repente, sino que algo estaba cambiando en su interior: "Me siento muy motivada porque ya no me queda nada, así que tengo que sobrevivir, sea como sea. Es como si esta situación te forzara a tener aún más energía, más ideas, más planes. Suena raro, pero después de todo esto pienso que no tengo barreras, que todo es posible", decía entonces. Y tenía razón, porque el proceso de crecimiento personal que desprenden ahora sus palabras y su actitud es evidente, aunque no ha sido nada fácil.

Primeros proyectos y malas noticias

Después de emprender su propio proyecto de elaboración de pasteles tradicionales ucranianos a través de sus redes sociales, comenzó a trabajar en el Bistrot Levante, en Gòtic, con el encargo no solo de renovar la parte dulce de la carta, sino incluso de ofrecer sus creaciones a otros restaurantes barceloneses.

Hasta que a principios de junio, al terminar el turno de noche, recibió la peor llamada posible. "Mi madre me explicaba que mi padre había fallecido, que se había suicidado, algo cada vez más frecuente entre los hombres ucranianos. Entré, claro, en un momento de confusión, como si todo se volviera borroso. Inmediatamente  reservé el primer vuelo hacia Bucarest, y de allí llegué a Odesa en autobús", relata. Vuelta a casa, vuelta a la guerra, como si escapar de ella fuera imposible.

Allí tuvo que lidiar, además de con el duelo familiar, con el recrudecimiento de los ataques rusos. "Iba caminando por la calle y hubo una explosión cercana. Entré corriendo en una cafetería desesperada, preguntando a gritos qué teníamos que hacer. Me miraron como a un bicho raro, porque todos estaban ya acostumbrados", recuerda.

Incluso explica anécdotas que serían graciosas si no fuera porque el contexto es nefasto, como cuando intentó volver a la clase de yoga a la que solía ir antes de la guerra: "El profesor nos pedía nos concentráramos en la respiración mientras fuera se oían detonaciones. Y todos lo conseguían, cuando para mí resultaba imposible. ¿Cómo puedes practicar yoga mientras te bombardean?". Una pregunta a la que nunca nadie debería tener la respuesta.

Es difícil imaginarse qué significa volver a tu ciudad y comprender que ya nunca será la misma, que reconoces los escenarios pero todo tiene ahora una pátina de destrucción y miedo, como si fuera el mundo al revés de 'Stranger Things'. Y lo mismo con las personas con quien habías compartido la vida.

"Un muy buen amigo mío, con el que iniciamos algunos proyectos de pastelería, elaboraba unos 'macarons' buenísimos y llenos de color, que se pusieron muy de moda en Odesa antes de la guerra. Ahora, en cambio, comanda un batallón en el frente de batalla y parece que haya envejecido 10 años de golpe", relata.

Proceso de duelo

Permanecer en Odesa, tras el funeral, resultaba demasiado duro y se trasladó junto a su madre unos días a un pueblo de Rumanía, donde existen alojamientos para personas refugiadas o, al menos, para las que necesitan un paréntesis de la guerra. Un tiempo para pasar el duelo, para comprender lo que había llevado a su padre a tomar esa decisión -tras perder su trabajo en el puerto, quiso alistarse de voluntario en el ejército pero las plazas ya estaban cubiertas- e intentar convencer a su madre de que se fuera con ella a Barcelona. "No quiso, ella es médico y es consciente de que su labor es más necesaria que nunca en Ucrania. También es verdad que concentrarse en su trabajo le permite lidiar mejor con el dolor".

Evelina Melnikova, recién llegada a Barcelona, en marzo del 2022.

Evelina Melnikova, recién llegada a Barcelona, en marzo del 2022. / Xavi Herrero

Así que Evelina Melnikova se quedó sola en Rumanía, con un futuro incluso más negro del que tenía cuando dejó Odesa por primera vez y preguntándose qué sentido tenía la vida. Pero ya imaginaba que lo único que la salvaría sería el movimiento, y aceptó la invitación de una amiga ucraniana que vivía en Tailandia.

"Si puedes pagarte el billete, yo me encargo de buscarte donde vivir, me dijo. Y así lo hice, y fue una suerte, porque los dos meses que pasé allí me sirvieron para sanar, para conocerme mejor y para comprender cuál era mi camino. Y para agradecer, a pesar de todo, el amor a mi familia y el de toda la gente que me he ido encontrando en este tiempo", comenta.

Luego surge otra oportunidad: acompañar a una persona que conoció en Tailandia a Copenhague, una de las ciudades más interesantes para alguien que se dedica a la pastelería. Sin embargo, a medio viaje, le llaman de Barcelona porque tiene que recoger sus cosas de manera urgente de la habitación que tenía alquilada porque el piso iba a venderse. "Pensaba que estaría fuera unos días para el funeral de mi padre, pero llevaba ya tres meses. Y no quería perder las cuatro cosas que me quedaban". Así que, en otoño, viaja otra vez sola hacia Barcelona para volver a empezar.

A Àbac, currículo en mano

Redacta una lista de restaurantes en los que cree que podría trabajar y comienza a enviar currículos por correo electrónico, pero pronto se da cuenta de que nadie se preocupa en responder ni siquiera para decir 'no'. Hasta que una compañera del nuevo piso que ha encontrado le dice que ha visto por internet que en Àbac buscan a una chef especializada en pastelería.

Y, entonces, hace algo de lo que, reconoce entre risas, nunca se hubiera atrevido antes de salir de Odesa: "Me presenté en el restaurante con mi currículo impreso, pero estaba cerrado y esperé hasta que vi a un grupo de cocineros que entraban por otra puerta. Me colé con ellos y una vez dentro dije que quería hablar con el chef por el puesto de trabajo. Me dijeron que volviera otro día, pero insistí, y al final apareció el mismo Jordi Cruz. Me entrevistó y, al acabar, me dijo que si quería podía empezar al día siguiente". Quien se atreve, gana.

La oferta de Alchemist, en Copenhague

No obstante, la historia no acaba con este final feliz porque la guerra no solo transforma países y ciudades, sino también a las personas que la sufren. A veces para mal y otras, paradójicamente, para bien. "Todo el equipo me trató con mucho cariño, pero me di cuenta de que no estaba preparada psicológicamente para aguantar el ritmo de una cocina de tres estrellas Michelin. Y prefería ser honesta con ellos, pero también conmigo misma".

Luego pasó a la cocina de Aleia, con una estrella Michelin, junto a los chefs Rafa de Bedoya y Paulo Airado, donde incluso le ofrecieron la oportunidad de retocar la carta de postres. Y finalmente llegó la propuesta de prueba de Alchemist y, con ella, la necesidad de tomar de nuevo decisiones transcendentes, de esas que cambian la vida por completo.

¿Qué hacer entonces, quedarse o irse, apostar por lo seguro o apuntar al cielo? Habla Evelina: "Si una cosa he aprendido estos meses es que ya no me asustan los retos y que no voy a renunciar a nada por no intentarlo. ¿Qué es lo peor que me puede pasar? Que salga mal y que tenga que volver a Barcelona para empezar de cero otra vez. Pues así lo haré si es necesario. Además, he de decir que aquí ya me siento como en casa. Estoy decidida a no perder ni un segundo de mi vida a hacer cosas que no me llenen, tanto en mi vida personal como laboral. Quiero crear, experimentar e innovar con la pastelería. Y algún día espero poder poner en marcha mi propio proyecto, con el que pueda devolver todo el amor que he ido recibiendo en este último año. Sonará extraño, pero a pesar de todo me siento agradecida".

A veces, quien piensas que debería estar más asustado es quien menos lo está. Si has conocido el miedo de verdad, lo demás son tonterías.

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