Un cuento sobre las redes sociales
Tripa Advisor
Una ficción sobre una alianza de cocineros y camareros para crear una red social alternativa a las webs que juzgan sus trabajos y propiedades
Pau Arenós
Coordinador del canal Cata Mayor
Periodista y escritor, con una quincena de libros publicados, entre ellos, novelas y cuentos, y media docena de premios, como el Nacional de Gastronomía. Ha estado al cargo de las revistas 'Dominical' y 'On Barcelona'. Entre las últimas publicaciones, 'Nadar con atunes y otras aventuras gastronómicas que no siempre salen bien' y 'San Elvis, ruega por nosotros. Crónicas de un tiempo irreverente'
Hartos, desmoralizados, vapuleados, los restauradores, cocineros y camareros decidieron contraatacar, así que ficharon a unos profesionales para crear una red social alternativa a las webs que juzgaban sus trabajos y propiedades. De nombre Tripa Advisor, se inspiraba en esa página en la que cualquiera, sin pruebas, podía inventar ratas, comida ultrajada, servicio enojoso y cualquier otro descrédito que contribuyera a la vergüenza pública y a espantar a futuros clientes.
No eran tan ingenuos de pensar que solo comensales con mala fe estaban detrás de las prácticas difamadoras, puesto que muchos de los comentarios destructivos eran de los propios compañeros, de otros restauradores, cocineros y camareros, individuos movidos por la envidia, el odio o el despecho. En este caso, rata sí comía rata.
El origen del mal era el anonimato, puesto que no se necesitaba una identificación veraz para vomitar injurias. Así, lo primero que decidieron fue que las acusaciones se firmaban y se señalaba desde qué restaurante se hacían, asumiendo el riesgo de ser calificado de local antipático y vengativo.
En Tripa Advisor se denunciaba a los abusones: comenzaron por una lista de practicantes de eso que en el oficio llamaban el 'no show', gente que tras hacer una reserva decidía no ir. Era una práctica común, letal e incomprensible.
El perjuicio era gigantesco, con mesas vacías que podrían haber sido ocupadas si los impresentables –los que no se presentaban– hubieran llamado para cancelar.
Se denunciaba a los abusones: comenzaron por una lista de practicantes de eso que en el oficio llamaban el 'no show', gente que tras hacer una reserva decidía no ir. Era una práctica común, letal e incomprensible
Se planteaban fórmulas combativas, como cobrar un depósito y, en el caso de ausencia, quedarse con el importe. Para los establecimientos pequeños y económicos era una complicación logística y desincentivadora. Los viciosos del 'no show' eran capaces, por ejemplo, de pedir mesa en varios lugares una noche de sábado y dejar colgados a todos menos a uno. Otra manera de jugar a la ruleta rusa.
Los maleducados y los quisquillosos también tenían su espacio. Los que daban palmas o chasqueaban los dedos o gritaban “nene” o “nena” para llamar al camarero o la camarera, los que lanzaban comentarios sexistas a las trabajadoras, los que pedían los cafés con tantas especificidades que eran imposibles de recordar o de complacer, los que llegaban vestidos como si estuvieran en la playa o en la piscina, los que hablaban con voz estentórea como si fueran antiguos terratenientes, los 'sin' (“esto me lo pones sin…) y los 'con' (“esto me lo pone con… ¡y a ver si no me lo cobras!”), los que dejaban los baños como si hubiera pasado un brontosaurio, los que exigían que los invitaran a chupitos, los que se molestaban si el chef no salía a hacer parabienes y los que amenazaban con comentarios desfavorables en las redes sociales si no tenían un trato preferente.
La cosa comenzó a torcerse con las revanchas: restauradores, cocineros y camareros criticaban a otros restauradores, cocineros y camareros.
La cosa comenzó a torcerse con las revanchas: restauradores, cocineros y camareros criticaban a otros restauradores, cocineros y camareros.
Que si en la axila del 'maître' hay un bosque húmedo, que si esa idea-es-mía-y-me-la-has-copiado, que si la fritura es más grasienta que un bidón de petróleo, que si los precios son un disparate, que si el propietario es un desgraciado y solo hace caso a sus colegas, que si es un maltratador de clientes pardillos, que si se le ha subido el éxito y se cree una estrella, que si el local está más guarro que el interior de un contenedor, que si solo yo y mis amiguetes lo hacemos bien y el resto sois unos manazas y unos sinvergüenzas, que si todos engañáis, que si el producto que vendes es congelado o de piscifactoría o de quinta gama o recogido de la basura.
Poco a poco, el sentido original de Tripa Advisor se desvaneció para pasar a convertirse en un campo de batalla, minas, tanques y morteros, entre profesionales de la hostelería. Y los clientes, en sus sillas, contemplando, muy entretenidos, cómo se sacaban ojos, carrilleras, pulmones, criadillas, hígados, médulas y tendones, y se los tiraban los unos a los otros.
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