Toma pan y moja

Terrazas y calzadas: sí, quiero

Me conmueve pensar en una Barcelona con más vasos de tubo y menos tubos de escape

Terraza sobre la calzada

Terraza sobre la calzada / Elisenda Pons

Òscar Broc

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En casa vuela el cava. El Ayuntamiento de Barcelona le da un respiro a bares y restaurantes: las terrazas Frankenstein de la pandemia se mejorarán, responderán a una coherencia estética y permanecerán en la calzada. Un triunfo para dos jugadores que siempre pierden: la hostelería y el peatón; una derrota para los chulos que siempre ganan: los coches.

Solo a una criatura abyecta se le ocurriría quejarse de la expansión de las terrazas, gracias a ellas muchos negocios han podido capear brotes y rebrotes, pero si en algo creo que estamos todos de acuerdo, es que dichos espacios pedían a gritos histéricos un proceso de dignificación. En otras palabras, que algún Terence Fletcher pusiera orden en ese concierto de free jazz esquizoide con bloques de hormigón amarillos, toldos ‘tutti colori’, huertas improvisadas, bocas de alcantarilla bajo la mesa y pedorretas de ciclomotor robado agitando tu Martini.

Esta acera es mía

No obstante, la noticia más emocionante para un tipejo como yo, orgulloso de no tener carnet de conducir y en perpetua relación de odio con los automóviles, es que las terrazas poscovid no se comerán la acera, se comerán la calzada. El peatón, sin duda el eslabón más débil en el aparato circulatorio de Barcelona, ha sido esta vez recompensado doblemente: no solo le respetan su espacio, sino que se lo restan a esas máquinas infernales que llamamos coches. Con que esta nueva realidad disuada a un solo pijo de coger su Porsche Cayenne supercontaminante para ir a comprar el pan, daré la decisión del ayuntamiento por buena y lo celebraré repantigado en una terraza, quién sabe si con una lágrima de emoción en el rostro. Me conmueve pensar en una Barcelona con más vasos de tubo y menos tubos de escape.