TOMA PAN Y MOJA

El resplandor de los bares

Dicen que los tullidos notan las extremidades amputadas tiempo después de perderlas. Me ha pasado lo mismo con mis bares favoritos

Un bar cerrado en Bruselas, Bélgica.

Un bar cerrado en Bruselas, Bélgica. / periodico

Òscar Broc

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Mientras escribo esta columna con la ayuda de un negroni casero que me costaría varios años de cárcel en Italia, cuento los minutos que faltan para el comienzo de la desescalada. No me quedan uñas en manos y pies, y mi salón parece haber sufrido una estampida de adictos al 'crack', pero ya respiro tranquilo y empiezo a recuperar la cordura. Parece que Alba Vergès me dejará volver al único lugar en el que estoy mejor que en casa: el bar.

Es posible que el lector haya visto a un ser patético aullando delante de la persiana del Boadas. Era yo. Dicen que los tullidos notan las extremidades amputadas tiempo después de perderlas. Me ha pasado lo mismo con mis bares favoritos; los he notado ahí, palpitando como si siguieran abiertos, preparados para recibirme con mangueras antidisturbios de Dry Martini. Sabía de la importancia del bar, pero estos días me he percatado de la magnitud de la tragedia. Ha sido un infierno prescindir tanto tiempo de la única terapia que me funcionaba, deambular por casa en batín con el cigarrillo consumido en la punta de la boquilla, sobrevivir a base de cócteles caseros que harían vomitar a una cabra… 

Un brindis desde el Overlook

El otro día, de hecho, mi pareja me encontró a altas horas de la madrugada en la cocina, copazo de DYC en la zarpa, charlando con un 'barman' imaginario llamado Lloyd. Que no cunda el pánico entre la parroquia ‘kubrickiana’. No me apellido Torrance, no he escrito “No por mucho madrugar amanece más temprano” cien mil veces en mi Macbook y lo más parecido a una hacha que hay en casa es una espada de juguete de Darth Vader. De todos modos, puedo asegurar que mi mundo será un lugar mejor cuando reabran los bares, aunque sea al 30%, aunque sea hasta las nueve y media de la noche. Una semana más de cierre y ni siquiera el laberinto congelado del hotel Overlook hubiese aplacado mi delirio. ¡Aquí está Òooscar!

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