Los ciudadanos podemos estar contentos con la oferta de transportes públicos que hay, pero ¿debemos estar orgullosos de los servicios y el trato humano que recibimos cada vez que los utilizarlos? La experiencia me dice que no. El 24 de marzo cogí un tren hacia Barcelona. Cuando llevaba 20 minutos de trayecto, apareció el revisor para cerciorarse de que todo el mundo hubiera pagado. Como yo no encontraba mi billete, el revisor se tomó la libertad de dirigirse a mí para decir que todos los jóvenes éramos iguales, que nunca pagábamos los transportes públicos. ¡Nunca había pasado tanta vergüenza! Pero lo peor vino cuando encontré mi billete y se lo entregué. No se disculpó en ningún momento. La sociedad tiende a generalizar tanto, que causa muchos prejuicios hacia los jóvenes. Este ejemplo sirve para demostrar que los adultos, cuando se lo proponen, también pueden ser igual de irrespetuosos, o más, que los jóvenes.
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