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Seguir el ejemplo de Alemania

Martes, 5 de febrero del 2013 Mathias Raab (Barcelona)

Escribo esta carta por motivos que parecen obvios: como la mayoría de la población, he llegado al límite de mi capacidad de aguantar y tragarme las mentiras, los chanchullos, el nepotismo y la omertà resultante de los que se están cargando la paz política de este país (válido tanto para Catalunya como para España). Por otro lado, escribo también como ciudadano de nacionalidad alemana que lleva, sumando varias estancias, más de seis años viviendo en Barcelona. La cuestión que me planteo, y no solo en el caso de la corrupción, radica en la gratuidad con que tanto políticos como periodistas ideológicamente afines a la casta poderosa abren su cajón de la culpabilidad y sacan a las políticas alemana y europea según como les convenga. Al lado de dichas políticas guardan la Constitución, otro de los argumentos alegados cuando place y conviene. Me explico: las medidas de austeridad presupuestaria -para utilizar esta denominación eufemística para referirse a lo que es popularmente conocido como recortes- son fruto de las exigencias alemana y europea que, a su vez, responden a las reglas de los famosos mercados. Reglas que, francamente, desconozco. Un mea culpa se convierte en un sua culpa, la culpa de esa mujer maléfica, fría y mandona. Ahora bien, que Alemania subiera el presupuesto de la educación y de las medidas I+D cuando rebajó todas las demás partidas, cae ¿ya que les conviene¿ en el olvido. ¿Por qué no recibimos más ayudas económicas de ese país económica y políticamente tan potente? Porque quieren establecer una nueva hegemonía absoluta en Europa. Nadie se imagina que casos como Malaya, Gürtel o Millet, que noticias sobre el despilfarro de dinero público, sobre inversiones en obras faraónicas, que responden a la pregunta de "A ver quién la tiene más grande”, cruzan los Pirineos y llegan hasta al centro de Europa. Al centro de Europa, donde no solo gobierna una canciller, sino donde dicha canciller es la responsable de los impuestos de más de 80 millones ciudadanos que cofinancian ¿como otros tantos ciudadanos de otros países europeos¿ el palacio de Pedralbes de Urdangarín, unos edificios en desuso en la ciudad del Turia o el bienestar económico de una cantante de la farándula. Todo supuestamente, claro está. Podría, en este lugar, mencionar un alud de otros ejemplos, pero voy al grano: desconozco los detalles de la ley anticorrupción alemana y desconozco, asimismo, la declaración anticorrupción de la ONU. Sí sé que la canciller alemana, nos caiga mejor o peor, llegó al poder luchando contra la corrupción y la financiación ilegal de su propio partido y de su propio mentor, el canciller Kohl. También sé que, si se produjera un caso parecido al caso Bárcenas en otro país, la única opción de los dirigentes sería el borrón y cuenta nueva. También sé que una ministra de Salud que se desentiende, supuestamente, de la cuenta corriente de su marido, ya estaría donde ha de estar: en la puñetera calle. Si no por corrupción, por ridícula (¿cómo te puedes encargar de la salud pública, si ni siquiera te enteras de lo que está pasando en tu popia casa?). En definitiva, a ver cuándo abrirán el cajón del comodín con roles opuestos y se dejarán de tanto sua culpa y asumirán el mea culpa. No me parece propio de un vidente augurar que nunca. Y ello acabará derrumbando, finalmente, la salud mental de los ciudadanos.

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