Ya no caben paliativos patra referirnos a los incontables casos de corrupción política que últimamente están saliendo a la palestra. Los ciudadanos estamos hasta las mismísimas narices de ver cómo nuestros políticos han llegado a la conclusión de que dedicarse a la política equivale a sustraer fondos públicos; a disfrutar de privilegios; a recibir dinero negro; a llevar a cabo o permitir el tráfico de influencias; a colocar personas a dedo en las administraciones; a privatizar sectores esenciales para el conjunto de la sociedad y para el estado del bienestar; a pasar oportunidades de negocio a empresas de amigos o familiares; a recortar y deshacer las leyes que reconocían derechos como la ayuda a las personas que sufren dependencia a causa de una enfermedad o accidente; a insultar a los ciudadanos que dicen verdades como puños; y a proponer reformas que amordazan y meten miedo. Quiero decirles que no, que no somos una sociedad tolerante con la corrupción, el fraude y el engaño. Que no, que no queremos en nuestras instituciones a más incompetentes sinvergüenzas que viven a nuestra cosa. Y que no, que no renegamos de la democracia. Quien busque otras soluciones, que sepa que se quedará solo.
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